Algunos investigadores señalan que el comienzo del nomadismo estuvo vinculado con la diseminación del árbol de marula, cuyo fruto provocaba las primeras borracheras hace miles de años en el África. Los católicos cuentan con Adán y Eva probando la manzana del pecado. Hombres de fe o de ciencia coinciden que los deslices tuvieron bastante que ver con nuestros primeros pasos por este mundo. Costumbre que se mantuvo por los siglos de los siglos según la mirada de tres nuevos estrenos que llegan por estos días. Arn: El caballero templario (desde el viernes 8 a las 22 por Europa Europa); la segunda temporada de Versailles (desde hoy a las 23 por el canal 201 de DirecTV) y Harlots (desde hoy está completa en la app de FOX y se emite los domingos a las 23 por Fox Premium Series). 

Arn es un proyecto ambicioso de corte épico, miniserie de seis episodios con grandes batallas en nombre de Cristo y los seguidores de Alá. Pero el verdadero arranque es por un revolcón entre Arn (Joakim Nätterqvist) y Cecilia (Sofia Helin). La historia está basada en la trilogía de las cruzadas del autor sueco Jan Guillou y que ya había contado con dos películas cuyo protagonista había sido el mismo que el de esta producción.  

Arn creció en un monasterio guiado por su hermano, joven sensible, culto, descendiente del más alto linaje nórdico y notable con la espada pero que comete el error de tener sexo con Cecilia sin haber pasado por el altar. Su sentencia será la de combatir contra Saladino, el sultán que había reconquistado Jerusalén. A ella la encierran en un convento de clausura por haberse entregado a la lujuria. 

No hay nada en Arn que se contraponga al santo y seña de su género: rincones del viejo mundo bellamente filmadas, un guion sólido, buenas actuaciones (por ahí aparece el gran Stellan Skarsgard como un jefe escandinavo intrigante) y un revisionismo total acorde a una audiencia moderna. Arn es un cruzado tolerante y multicultural, es un devoto cristiano pero cita el Corán y habla con fluidez el árabe. Su primer reflejo al ver a un enemigo herido es defenderlo en lugar de matarlo y hasta tiene simpatía por Saladino. Es que la verdadera batalla del protagonista es otra: la ideología que se ve obligado a defender en el campo de batalla es la misma que hace estragos en su amada. Dilemas de un héroe de 1170. 

Versailles asciende cinco siglos en el tiempo de las ficciones históricas. La producción francesa, canadiense y británica está ambientada en un momento crucial del reinado de Luis XIV, cuando decide edificar el palacio que le da nombre a la serie. Nunca mejor dicho lo de “intrigas palaciegas” ya que los nobles anhelan participar del proyecto, sin saber que el verdadero propósito del monarca es apresar a los enemigos y controlarlos. En esta segunda temporada, el Rey Sol está más cerca de completar sus deseos, ya se ha completado la primera etapa de construcción de la residencia, y varios peligros empiezan a cercarlo. George Blagden está a cargo del protagónico de un drama donde mandan los romances, las traiciones y el tinte erótico en un lugar imponente. Los planos se dejan seducir por el escenario y ofrece instantáneas como si un pintor de corte acabara de hacer su trabajo. “Versailles está floreciendo, la obra exterior ya está casi terminada y la alcoba de su majestad está hecha tal cual sus pedidos y necesidades”, dice uno de los arquitectos en el episodio que abre la temporada. Según David Wolstencroft, uno de sus guionistas, Versailles es una honesta representación de la sexualidad de las mujeres y hombres de la corte francesa. “El sexo es parte del sabor, no es el plato principal”, dijo. En definitiva, a la casa real gala le toca el turno como ya sucediera con Los Borgia, The Tudors, por nombrar otros dramas históricos que cubrieron sus destinos y sábanas. La serie, creada por Simon Mirren (Criminal Minds), por otra parte, muestra a las claras su intención global, ya que los nobles y plebeyos hablan inglés. 

El escenario de Harlots está cruzando el Canal de la Mancha y acontece en la Londres de 1763 donde se cuenta que “una de cada cinco mujeres vive del sexo”. Sí, su eje es el de la prostitución y particularmente la batalla entre dos madamas encarnadas por Margaret Wells (Samantha Morton) y Lydia Quigley (Lesley Manville). La primera es capaz de subastar la virginidad de su hija más chica, como ya había hecho con la mayor. La segunda se ufana de regentear una casa de citas digna de los Dioses. La ciudad del Támesis luce como una nueva Roma, decadente, opulenta, llena de humo y con las prostitutas haciendo su trabajo en cada calle. No deja de ser llamativo el recurso de aggiornar ese período con música actual. También aparecen recursos notables como el de presentar a cada personaje a partir de la “Harris’s List”, un directorio anual que se publicaba entonces con detalles de las prostitutas de Covent Garden. Lejos del melodrama, la propuesta es contar la historia desde el punto de vista de mujeres que resultaron ser meretrices. 

Moira Buffini y Alison Newman, sus guionistas y directoras, afirmaron que su intención era  la de generar una ficción al estilo Orange Is The New Black –con un enorme reparto con mujeres de todas las edades, formas y tamaños– pero en la Londres del siglo XVIII. “Cuanto más investigamos, descubrimos algunas historias fantásticas de mujeres que sobrevivieron en una sociedad patriarcal, que vivían fuera de la sociedad educada, que realmente escribieron sus propias reglas, y las que prosperaron se convirtieron en grandes celebridades y por supuesto que en el otro extremo del espectro la vida era mucho más dura. Ambos eran interesantes para la historia”, dijo Newman.

La apuesta es bastante osada aunque no necesariamente lo sea en términos visuales. Los mayores riesgos, en este sentido, son los de glamourizar y caricaturizar la prostitución junto al de presentar a sus personajes como protofeministas. “Esta ciudad se fabricó con nuestra carne, cada pedazo, cada viga. Tendremos nuestra parte”, reclama al final del piloto Mrs. Wells. Y quizás exactamente ese sea el punto.