John Ashbery, que murió el domingo pasado a los 90 años en Hudson (Nueva York), buscó la forma de decir el mundo de otra manera. Pocos poetas del siglo XX inglés encarnaron el espíritu de lo experimental sin desvaríos. Uno de los libros que condensa esa exploración es Autorretrato en espejo convexo (1975), poemario con el que ganó el Premio Pulitzer, el Premio Nacional del Libro y el Premio de la Crítica, los tres galardones más importantes en poesía en Estados Unidos. Harold Bloom, que consideraba que Ashbery era el mejor poeta de su generación, escribió en una ocasión: “Hoy día no hay ningún poeta en lengua inglesa que tenga más posibilidades que Ashbery de sobrevivir el severo juicio del tiempo. Está destinado a formar parte de la insigne estela de poetas que incluye a Walt Whitman, Emily Dickinson, Wallace Stevens y Hart Crane”.

Ashbery, poeta elusivo y misterioso, publicó más de treinta poemarios: Galeones de abril (1994), Diagrama de flujo (1994), El doble sueño de la primera (2009), Pirografía (2003), Una ola (2003), Por dónde vagaré (2006), Un nido de bobos (2007) y Un país mundano (2009), entre otros títulos. El poeta estadounidense fue profesor de la Universidad de Harvard, tradujo obras de Arthur Rimbaud y Raymond Roussel, entre otros escritores franceses, y escribió críticas para The New York Herald–Tribune en Europa, la revista New York y Newsweek y para Partisan Review. En su experiencia fueron cruciales los años que pasó en París, entre 1955 y 1966, donde tomó contacto con la ráfaga del existencialismo. La escritura de Ashbery nunca renunció a la imagen surrealista ni a la resonancia interior del simbolismo. “Pocos poetas poseen hoy día su misteriosa habilidad para socavar nuestras certidumbres, para articular tan plenamente las zonas más ambiguas de nuestra conciencia”, afirmó Paul Auster, un escritor que siempre profesó una admiración sin límites hacia Ashbery. En 2008 el New York Times escribió que las frases del poeta “siempre parecen recién acuñadas”, poniendo de relieve el humor y la sabiduría que sabía transmitir en un mismo texto, donde recurrentemente invitaba al lector a experimentar a través de sus palabras con otras impresiones sensoriales.