La relación entre la política y el deporte ha sido siempre estrecha. Sobran ejemplos de ello en la Argentina y abundan también en el mundo. En los Juegos Olímpicos de Berlín de 1936, los nazis aprovecharon para poner en marcha sus complejos mecanismos de propaganda para la exaltación de la raza aria. En los Juegos de México de 1968, se recuerda la exclusión de Sudáfrica por su racismo y también el saludo del black power de los deportistas estadounidenses Tommie Smith y John Carlos durante la ceremonia de premiación de los 200 metros. Los Juegos de Moscú de 1980 y Los Angeles 1984 quedaron marcados por los boicots internacionales que diezmaron a ambas competencias de países participantes. 

Entre los valores de la Carta Olímpica figura la idea de que los Juegos deben inspirar a la humanidad para superar las diferencias políticas, económicas, de género, raciales y religiosas, y figura también como uno de los objetivos del olimpismo “poner siempre el deporte al servicio del desarrollo armónico del hombre, con el fin de favorecer el establecimiento de una sociedad pacífica y comprometida con el mantenimiento de la dignidad humana”. 

En los hechos, los Juegos estuvieron siempre atravesados por la política y durante muchísimos años por la misoginia. De todos, el peor momento fueron, sin dudas, los Juegos Olímpicos de Munich de 1972. Esos Juegos quedaron marcados en la historia por el asalto terrorista que sufrió la delegación israelí dentro de la Villa Olímpica, que dejó un saldo de once atletas y un policía alemán muertos. Dos de esos atletas fueron asesinados el primer día de la toma de rehenes, el luchador Mosche Weinberg y el levantador de pesas Yossef Romano, quienes intentaron resistir el ataque; los otros nueve murieron en las horas subsiguientes tras las negociaciones y un intento de rescate malogrados.

Alemania y el movimiento olímpico dieron ayer un paso importante en la reconciliación con las familias de las víctimas de aquel hecho trágico, con la inauguración de un espacio memorial en recuerdo de los atletas y el policía alemán asesinados por el comando palestino Septiembre Negro –asociado a la OLP–, que reclamaba la liberación de 230 presos en Israel. Se trata de un homenaje que las familias esperaban desde la polémica decisión que hizo que, a pesar del horror, los Juegos de Munich continuaran su marcha. 

El presidente alemán, Frank-Walter Steinmeier, y el de Israel, Reuven Rivlin, encabezaron la ceremonia junto con el presidente del COI, el alemán Thomas Bach y los familiares de las víctimas. El primero reconoció la demora con la que el Estado teutón creó el centro conmemorativo: “Hemos tardado demasiado tiempo”. Hasta ayer, el único homenaje a los muertos era un pequeño monumento en el Parque Olímpico de la capital alemana. “Los muertos no sólo eran hijos de Israel sino hijos de la familia olímpica y durante mucho tiempo la familia olímpica no los recordó dignamente”, dijo Rivlin, por su parte, y luego lamentó que los Juegos de Munich, pensados para “la paz y la reconciliación” entre alemanes e israelíes tras el Holocausto, hayan sido marcados por el “derramamiento de sangre”.

El movimiento olímpico –decíamos– dio ayer un paso importante para comenzar a saldar una de sus deudas históricas. El gesto tuvo una demora de 45 años, pero al menos llegó.