Deben quedar muy pocas personas que en la Argentina despierten el cariño que despierta Charly García. En esa especie de altar en el que se ubica a los ídolos populares nacidos en esta tierra, el músico tiene resguardado un lugar privilegiado, el que lo convierte en una especie de mito viviente que, después de pelearla durante mucho tiempo, puede ver cómo la historia le reconoce un lugar que de a ratos le fue esquivo. La mayoría de las veces, injustamente.

En las últimas horas, el aniversario número 40 de la edición de Clics Modernos y el homenaje en Nueva York, en donde García ya tiene una esquina con su nombre, sirvieron para volver a poner de manifiesto ese cariño popular al artista y a una de sus obras en particulas, una de las más determinantes para el devenir de la música popular contemporánea. De Argentina y de todo el continente.

Aunque sea difícil atrasar las agujas del reloj y volver a finales de 1983, cuando todavía ni siquiera había asumido Raúl Alfonsín, es preciso recordar que todas esas virtudes que hoy se reconocen en Clics Modernos estuvieron lejos de ser elogiadas cuando el disco se editó. Y puntualmente cuando se presentó en vivo. A García lo acusaron de haberse “vendido a la música comercial”, y cuestionaban los sonidos de un trabajo que parecía adelantarse a su tiempo, aunque en realidad sintonizaba como casi ningún otro con un clima que empezaba a instalarse en la Argentina con el regreso democrático como telón de fondo.

En el primer tomo de “Esta noche toca Charly”, Roque Di Pietro logra rearmar la gira con la que el músico presentó Clics Modernos en la Provincia de Buenos Aires. Después de las presentaciones en el Luna Park, García encaró una gira de enero que comenzó en estadio de Quilmes, y se continuó en el Cine Atlántico de Santa Teresita, en el Teatro Coral de Mar de Ajó, en el Cine Atlas de Villa Gesell, el Teatro Oasis de Pinamar, el Estadio General San Martín de Mar del Plata y el Estadio Polideportivo de Morón, previo paso por Punta del Este.

Mientras apunta datos sobre los registros de aquellos conciertos, Di Pietro rescata un diálogo de García con el público marplatense en el que hace un referencia directa a las críticas que habían recibido los conciertos en Buenos Aires, realizados apenas un mes antes. “Hacemos los que podemos, se dan cuenta que nos cuesta mucho, sufrimos mucho para ustedes, somos pobres, vamos a la revista Pelo y nadie nos quiere, Gloria Guerrero (N.R: una de las cronistas más reconocidas del medio que había cuestionado los conciertos en el Luna Park) nos detesta, es una lucha, pero no importa, igual seguimos adelante porque estas caras hermosas todo lo merecen”.

Más allá de la referencia puntual, García se sentía disgustado esa serie de cuestionamientos que entendía gratuitos y carentes de fundamentos. Tampoco había sido Guerrero la única que lo había hecho desde sus páginas que se publicaban en la Revista Humor. En general la crítica, en un contexto en el que el estado bucólico del rock de tiempos de la dictadura no terminaba de correrse del mapa, encontraba en la nueva propuesta estética de García, que luego se continuó en Piano Bar, un lugar incómodo para sostener los discursos epocales. Casi en sintonía con ese público que apenas unos años antes había recibido a los Virus con naranjazos durante el festival Prima Rock.

La propia revista Pelo, que lejos de haberse sumado a los cuestionamientos del concierto del Luna Park lo había definido como “cautivante” y lo había ubicado entre “uno de los mejores del año tanto en música como en sonido e iluminación”, reconoció un año después que los golpes a García habían sido demasiados. Y no era Pelo precisamente una publicación caracterizada por su benevolencia.

En la editorial que abre la edición 230, aparecida en noviembre de 1984, Juan Manuel Cibeira habla sobre peripecias que ocurrieron alrededor de Charly durante todo aquel año que cerraba con la edición de Piano Bar, y en el que entre otras cosas, se peleó con su por entonces manager, Daniel Grinbank. Sin embargo, el periodista ubica el comienzo de todo en la presentación de Clics Modernos. La titula “El tuerto y los ciegos” y escribe: “El disco tuvo muy buenas ventas pero mucha gente pareció decepcionarse por lo que suponían era un giro de García hacia la música comercial. Obviamente, semejante concepto sólo puede provenir de quien tiene ideas retrógradas y esté virtualmente encadenado a un pasado muerto. Lo que ocurrió después es de conocimiento público: García recibió todo tipo de agresiones que muchas veces lo obligaron a responder con medios que no eran los adecuados. Sin embargo, su público, que curiosamente se dice rockero, se ensañó cada vez más mostrando hasta qué punto el rock puede ser sólo una pose más, porque la mayoría de los que declaman su pertenencia al movimiento están saturados de los principios más reaccionarios que se pueda imaginar.”

Misteriosamente, esa realidad convivía con el mejor momento del “García cronista”, esa característica que lo había convertido en una referencia del despertar adolescente en Sui Generis y en un enigmático propalador de verdades encriptadas en La Máquina de Hacer Pájaros y Serú Girán. Si el primer disco solista de Charly había sido un salto lógico en tiempos y espacios de producción, Clics Modernos rompió con todos los moldes para permitirse continuar sintonizando con su “pobre antena” el clima opresivo que todavía se respiraba en los estertores de la dictadura, ironizar al destape por venir y jugar magistralmente con herramientas encontradas a cinco mil kilómetros de Buenos Aires hasta encontrar con el sonido urbano de la década que comenzaba a florecer, convirtiéndose en un Gardel de su tiempo, como en reiteradas oportunidades él mismo se definió.

Antes de entrevistarlo para el número 9 de la Revista CantaRock, Pipo Lernoud destacó “su alucinante habilidad para captar lo que sucede alrededor y su fuerza para describirlo, nunca estuvo dispuesto a esperar que terminen las censuras para decir las cosas, ni a que algún poderoso le dé permiso para vivir como se le da la gana”. Y eso estaba haciendo, incluso ante la mirada desconfiada de los propios, a los que rápidamente, como ya lo había hecho en reiteradas oportunidades, se metió en el bolsillo.

Como sea, todo eso terminó dando forma a un disco que todavía hoy, cuarenta años más tarde, suena actual. Y al que los tiempos políticos y sociales también le permiten actualizarse de modo permanente. Y así, mientras no sigan pegando abajo, no estemos tranquilos cuando un amigo está en cana, y sigan pasando demasiadas cosas raras para que todo pueda seguir tan normal, siempre será como la primera vez.