“El viejo mundo se muere. El nuevo tarda en aparecer. Y en ese claroscuro surgen los monstruos” (Antonio Gramsci)
En esta campaña electoral, el debate fue dejando desperdigadas aquí y allá frases escalofriantes, pero poca profundidad argumentativa. Venta de órganos, seguros privados de salud, vouchers de cobertura, libre elección de prestadores, oposición a leyes como la de cardiopatías congénitas son algunas de las puntas del iceberg de un proyecto de profunda privatización del sector salud que se ofrece camuflado como cobertura universal y libre elección.
Las ultraderechas en el mundo se reactivaron, quizá empujadas por las desigualdades que profundizó la pandemia, para penetrar en el entramado social con más virulencia que el temido coronavirus. Daniel Feierstein (1) sostenía que las nuevas derechas aparecían con peso discursivo y mucha influencia en el sentido común de la sociedad, pero con pocas chances de ser un partido político y asumir funciones de gobierno. Bueno, la realidad siempre supera los análisis y hoy estamos en la previa de un ballotage que tiene como opción a un candidato caricaturesco que propone poco menos que la instalación, a través del voto popular, de un proceso totalitario, neoliberal y conservador.
El sector salud en Argentina acarrea problemas desde hace varios años que se exponen en el actual contexto de crisis socioeconómica. La fragmentación en la atención, en la organización y en el financiamiento es el principal problema del sistema argentino. Alguna tibia esperanza se despertó entre las y los trabajadores de salud cuando la pandemia puso en evidencia la necesidad de transformaciones en el sector y la actual vicepresidenta, siempre precisa en su lectura de los momentos sociales, puso el tema en la agenda pública durante un discurso: “Tenemos que ir a un sistema nacional integrado de salud entre lo público, lo privado y las obras sociales que optimice recursos. La pandemia nos dio la oportunidad de reformular el sistema de salud en tiempo récord, pero es necesario hacer un esfuerzo diferente”, dijo Cristina Fernández de Kirchner, el 19 de diciembre de 2020. Sin embargo, las tensiones de poder entre los actores en pugna sostuvo este empate tácito en la que el sub sector privado persiste como una válvula de escape para el financiamiento. Las empresas de la salud encontraron en nuestro país un circuito que facilita la extracción de recursos del sub sector público y del de la seguridad social.
La salida de la pandemia no parece haber abierto un escenario de transformaciones en la salud ya que, en consonancia con los vientos derechosos internacionales, las lógicas de la mercantilización parecen cada vez más impregnadas en el trabajo en salud. La fragmentación de los sub sectores hoy se profundiza y complejiza con fenómenos como los reclamos sectorizados por mejoras en los honorarios, avances en los mecanismos de precarización en las contrataciones de personal, propuestas de carterización de las prestaciones, financiamiento de la demanda por sobre la oferta de servicios, supremacía de la aparatología médica sobre el trabajo clínico y una biomedicalización de la vida que no parece tener límites éticos.
Tanto las y los usuarios como las y los trabajadores de salud están más a merced de los intereses de las corporaciones de la salud que antes. Y no parece casualidad, que en este marco, haya alcanzado la instancia de ballotage un candidato presidencial de la ultraderecha con una propuesta de explícita desregulación del sector, que no puede devenir en otra cosa que en la erosión del derecho a la salud.
¿Cómo es posible que esta plataforma política sostenga a un candidato presidenciable? ¿Por qué un porcentaje importante de la población podría elegir un camino de limitación de los derechos logrados? ¿Por qué aún quienes carecen de la posibilidad de costear de su propio bolsillo los gastos de salud votan un candidato que achicará el sub sector público? Estas son algunas de las preguntas que deberemos seguir esbozando más allá de los resultados del 19 de noviembre.
Hoy, es impostergable salir de la cruel neutralidad, embarrarse en el debate político, desarmar y volver a construir los argumentos, profundizar el ejercicio democrático a través del diálogo respetuoso y rechazar cualquier expresión de violencia.
Desde el abismo entre el viejo y el nuevo mundo digital post pandemia parecen haber surgido monstruos que las y los protagonistas de la democracia habían enterrado hace mucho.
Negar la dictadura y sus desaparecidos, mercantilizar explícitamente la salud y la educación, violentar con la palabra a quien piensa diferente, menospreciar la perspectiva de género reivindicando lógicas machistas patriarcales y entregar la propia soberanía son algunas de las ideas que se instalaron en el debate público de la noche a la mañana.
No podemos dejar el campo liberado para que los discursos de odio se multipliquen. Las luchas de nuestros días son las reediciones de otras pasadas, mismos monstruos pero, en otras circunstancias y con otras herramientas.
No es exagerado decir que la batalla de nuestros días es militar en defensa de la democracia y sus instituciones como camino para articular los intereses de los diferentes sectores sociales. La democracia como reconocimiento del valor de la vida del otrx. Como dice la Madre de PLaza de Mayo Taty Almeida: “Militancia es compromiso, es compañerismo, es compartir, es ocuparse del otro.”
1Feierstein, Daniel. La construcción del enano fascista: Los usos del odio como estrategia política en la Argentina. Editorial Capital Intelectual. (2020).