Fue un viernes a la tarde. La vida con el ritmo de cualquier otro apuraba el paso hacia el fin de semana. Caminé mis cuatro cuadras de siempre por Serrano hasta Córdoba para esperar el colectivo. Volví de Villa Crespo a Núñez en un 168 a pleno que contrastaba con mi cansancio atroz y la sensación de derretirme hasta el alma en pleno invierno. Logré rápido un asiento y me acurruqué con convicción hacia la ventana. Como siempre, el ritual de un disco para el viaje se inició y empezó a sonar Parte (de Florencia Ruiz y Mono Fontana) en mis auriculares, acompañando ese fade del día en el bondi. El sueño me noqueó hasta hundirme en el asiento. Pero recuerdo sin embargo una canción sonando a lo lejos, haciendo equilibrio entre lo que quedaba de mi consciencia y mi sueño, una música que me fue llegando despacito al pecho y activó todos los radares de mi sensibilidad. La canción era “Entre dos relámpagos”, de Florencia Ruiz, y cada palabra me dio una patada ninja al corazón.

Embriagada por el sueño, me desperté y salté del asiento como pude, entre zombie y derretida logré bajarme a tiempo en Congreso y Cabildo. Llegué a casa y el cuerpo seguía en una sintonía rara. La letra de la canción no dejaba de resonar en mí y volví a ponerla varias veces, como buscando descifrar algún tipo de mensaje oculto. Me acosté y me entregué hacia donde quisiera llevarme. Al día siguiente tuve una certeza, mi cuerpo seguía extraño, me sentía de plastilina. La sensibilidad a flor de piel pedía respuestas. Puse otra vez el disco y escuché: “Entre dos relámpagos” sonaba nuevamente y me pregunté, será tal vez que... Sí, las palabras de Flor sonaron fuerte y mi cuerpo sintió el mensaje descifrado: descubrí que estaba embarazada.

Cada momento tiene su música pero hay momentos decisivos en la vida, esos que actúan como una bisagra invisible y nos permiten movernos hacia otro lugar. Momentos en los que nos animamos a aquellas preguntas que pueden marcarnos para siempre. Tiempos donde la sensibilidad estalla, donde estamos a flor de piel y podemos entregar corazón, cuerpo y mente al deseo. Instantes como estos a veces son marcados especialmente por ciertas voces, músicas, palabras que sin proponérselo vienen a reconectarnos, a fortalecer y validar. Dan en el blanco de nuestra corazonada profunda y se convierten en la banda de sonido de la vida misma.

Esta canción de Florencia marcó un momento de los más profundos de mi vida, donde se jugaba en mí la incertidumbre de saltar hacia un lugar desconocido, de un ensueño sin brújula, de dar paso y curso al misterio de la vida. Poder encontrar una resonancia tan potente en ese instante fue decisivo para mí. Pienso y agradezco al poder de la música y a la magia de una canción que puede abrazarnos y conectarnos con nuestro sentir y con nuestro deseo más visceral.

“Entre dos relámpagos” fue de alguna manera el catalizador de una búsqueda y una compañía en el camino hasta el encuentro con mi hijo. Canción que sonó también en sus primeros latidos y siguió musicalizando, resignificada, las primeras horas, el pasaje hacia este mundo, los primeros upas y miradas. El misterio profundo de dar paso a otra vida y lo que transformó en mí para siempre. Florencia supo hacer una traducción hermosa, sensible y exacta para mí en estas palabras:

Entre dos relámpagos
actúa como un succionador
hacia otro mundo,
su curso en el vacío.

Las olas directamente a la noche
sin pescador ni remo, sin ballenas,
ensueño sin brújula.

Una pregunta en plural
oculta en la oscuridad
del camino hacia mí,
abandono mi desierto
y sueño con vos.

No quería dejar de mencionar una anécdota que me parece hermosa para cerrar. Conocí la música de Florencia en el año 2008, a través de una nota en Radar que hablaba de un disco llamado Ese impulso superior, que había editado junto a Ariel Minimal. La nota me había gustado tanto que me fui a ver de qué se trataba su música (recién mudada y sin internet ni tele): fui a escucharla con la única referencia de la entrevista que había leído. La corazonada funcionó y esa noche me emocioné al escuchar música tan cercana, deseando que algún día llegara a poder tocar mi propia música. El sueño se cumplió y aquí seguimos, con la bella casualidad de estar hoy escribiendo sobre Flor en este mismo espacio que nos encontró.

Flor Otero es cantante y compositora. Su música recorre los universos del folk, el jazz, la canción, la música experimental y contemporánea. Editó tres discos: Nocturno Mundo(2012), donde abordó músicas de Joni Mitchell; El juego verdadero (2016), con canciones de su autoría arregladas por la pianista Paula Shocron; y el flamante La casa secreta (2023). Lo presentará el sábado 2 de diciembre, con Melina Moguilevsky y María Ezquiaga como invitadas. Será en Roseti, Gallo 760. A las 20.30.