En un fútbol histérico que replica por cadena nacional cualquier debate menos los importantes, la localía de la Selección se volvió cuestión de estado mientras la posibilidad de quedar fuera del Mundial es real y está a dos partidos de distancia. Un escenario tan crítico como previsible, producto de un mercado y de una cultura futbolera empobrecidos por dirigentes que rosquean con barras o representantes, mánagers con fortunas sin nombre que encadenan a jugadores y futbolistas que se entregan a una ridícula ostentación de su intimidad hacia hinchas que luego los escupirán con sus hijos en los hombros.

Pese a lo evidente, muchos impostan y exageran la cara que mejor les sale: la de boludo. Miran a cámara o encaran micrófonos fingiendo sorpresa y afectación, tiran preguntas que supuestamente encierran los interrogantes más fundamentales, y así se instala un debate rico en entreveros pero pobre de relevancia. ¿Es importante si Argentina juega en Boca o en cancha de Altos Hornos Zapla, así sea que en uno de esos lugares encuentre el hábitat donde desplegar un fútbol que hasta ahora huelga?

La respuesta es que no. Por eso la AFA hizo de esto una cuestión política. Porque su política justamente es nula. Nula como marco de contención de un fútbol lleno de intromisiones oscuras y deudas escandalosas, nula como cantera de creación y desarrollo de talentos y, sobre todo, nula como lo que debería ser: el reservorio moral de un proyecto sustentable que nada tiene que ver con este fútbol ansioso por generar capitales, justificar activos y hacer de la épica deportiva un producto envasable para vender gaseosas o shampú.

La AFA está gobernada por un séquito de inefables no muy diferentes a los anteriores, solo que estos no reparan en disimularlo, con aquel trampeado empate en las elecciones de diciembre de 2015 como mito de origen.

A la Selección le queda un partido de local con Perú. Un choque que encierra místicas, como el 2-2 que la dejó afuera de México ‘70, el otro 2-2 que la clasificó al del ‘86 o el del gol diluviano de Palermo para asegurar el acceso a Sudáfrica 2010. Argentina podrá jugar en Buenos Aires o Cutral Có (donde cuenta la leyenda que una noche fría de 2009 Maradona se convenció de realizar la convocatoria más exótica de Argentina en todos sus Mundiales, después de un amistoso ante Haití: la del Chino Garcé). Podrá ganar por goleada, florearse ante los detractores y abrochar su boleto a Rusia 2018. Podrá pasar eso y mucho más, menos lo único importante: recuperar la dignidad de un fútbol perdido, que no nos representa en su impronta y en su trampa, así decidan jugar en la vereda.