Pepper es un robot humanoide de un metro veinte de altura que, desde su debut en 2015, ha asumido diversos roles en el mercado laboral, ya sea recibiendo a personas (de carne y hueso) en bancos, asistiendo en locales de sushi, entreteniendo a ancianos en geriátricos. Es, sin embargo, su más reciente “vocación” la que ha prendido la chispa de la controversia: porque –según ha anunciado la compañía japonesa Nissei Eco, a cargo de su fabricación– existe ahora un Pepper monje que oficia rituales budistas durante entierros. Ajá: la nueva versión programada viste bata y ha sido entrenada para recitar sütras mientras golpea un pequeño tambor; incluso transmite en vivo la ceremonia para los seres queridos que no han podido asistir al funeral. Todo el paquete, a módicos precios, según se jacta la mentada empresa, que presentó en sociedad la última variante de su criatura el pasado mes en Life Ending Industry Expo, la feria ponja más grande vinculada a diversos aspectos mortuorios. “Morir en Japón no es barato: los servicios funerarios pueden costar millones de yenes, sin siquiera contar el costo de las parcelas. Para Nissei Eco, el uso de robots es parte de un esfuerzo por innovar y adaptar la industria a los tiempos que corren, dirigiéndose a clientes más seculares que buscan alternativas para rituales tradicionales asociados a la muerte”, explica el Japan Times. Claro que no todos coinciden con tamaño aggiornamento: el monje budista Tetsugi Matsuo, por ejemplo, declamó que una máquina sonriente no tiene suficiente “corazón” para guiar espiritualmente a personas que pasan un mal trance. Otros van más lejos y hablan de Pepper como una presencia indigna para semejante rito. Lo cierto es que el robot ya sabe los cánticos y las oraciones; solo falta que lo contraten. Y desde allí, ya se verá.