Brad Epps, rubicundo y grandote, simpático y ansioso, no pasa desapercibido. Mientras almuerza un pollo (que pronunció, entre risas, con sonoridad porteña), reflexiona sobre un pasado en que el sexo era más generoso y se pensaba menos, comenta que la noche anterior comió el mejor bife de su vida, y mezcla el relato sobre un viaje a Roma en el que el primer día estuvo ocho horas encerrado viendo Satantango. Todo es parte de explorar las sensibilidades, aclara sonriente. Brad, actualmente profesor de la universidad de Cambridge, pasó por Buenos Aires y charló con estudiantes de varias universidades acerca de los “fráxitos” de la disidencia sexual. Con este neologismo intentó mantener vivo en el discurso la hibridación constante entre “fracaso” y “éxito” que tensa la lucha social. Porque lo que le interesa comunicar, lo que propone pensar, son las ambivalencias y los retos que acompañan la aceptación e institucionalización de ciertas teorías y prácticas progresistas relacionadas con la orientación sexual en el contexto neoliberal actual.

Mechando recuerdos de épocas en las que tenía el “No” difícil (siempre había algo que me gustaba de las personas, reconoce), de épocas en las que el VIH todavía hacía estragos, declara: el deseo “minoritario” o “contracultural” hace tiempo que está en crisis. En parte porque el orden establecido del mal llamado mundo democrático lo avala y asimila cada vez con más regularidad, pero también porque muchos de sus paladines se han contentado con formulaciones excesivamente centradas en cuestiones sexuales, como si la sexualidad se pudiera separar, por ejemplo, de cuestiones económicas. No se puede concebir, como antaño, una radicalidad ligada de manera casi automática a la homosexualidad cuando ésta se codifica, vende y consume como otra opción de mercado más, dice. Y lo remata citando Néstor Perlongher: la “conyugalización y sedentarización” de una comunidad antaño claramente disidente, está sucediendo. 

- A esta altura ya es claro que el éxito de proyectos de reivindicación civil está generado una “homonormatividad” que tiene como valores principales a la monogamia, el matrimonio y la familia nuclear. Y no nos olvidemos de valores asociados al servicio militar, el individualismo y el consumismo. Esta complicidad con los sistemas de poder también se puede ver en el predomino de imágenes, altamente “rentables”, de cuerpos sanos, jóvenes, fuertes y bellos en términos más bien clásicos y convencionales.

Cuando habla, oscila entre los términos lgbti y queer. Cree que es necesario hacer circular una variedad de palabras, procedentes de prácticas, registros y experiencias diversas que, además, critiquen la definición contradictoria y glamorosa de lo queer como lo antisocial, anti-identitario o incluso anti-futurista. Por ejemplo, palabras como “muxe”, dice, que proviene del universo zapoteca y hace vacilar, enriquece, conceptos como “trans” o “trava”. Pero, además, incorpora ideas provenientes de la “crip theory” o, como él dice, “teoría tullida”. 

-”Crip” proviene de “cripple”, palabra peyorativa que significa algo como “tullido”. Este término guarda una relación interesante con “queer”, palabra también peyorativa que, como sabemos, significa algo como “torcido”, “raro” o “marica”. Lo tullido se entrecruza con lo torcido pero critica la tendencia de dar por sentado que el cuerpo deseante y deseable es “sano”, “cuerdo” y “completo”; pone en cuestión que deba ser “bello”, joven y fuerte, blanco y económicamente acomodado.

Torcidos, desviados y tullidos unidos en la lucha contra lo “normal”...

-Robert McRuer, seguramente el teórico más influyente de lo que se podría llamar en español la teoría tullida, dice haber llegado a lo “crip” por la crisis del sida y, por extensión, de la “liberación sexual”. Por un lado, dicha teoría apunta a la intersección de los estudios de la teoría queer con los estudios de las personas con diversidad funcional pero, por otro lado, afirma que ya no basta con ser queer para desafiar a los sistemas de poder. Dicho pronto y mal, la teoría tullida denuncia y critica una doble obligación compulsiva: la heterosexualidad y la capacidad y la salud tanto física como mental.

Lo “tullido” como resistencia, revalorización de aquello todavía connotado negativamente.

-Al igual que “queer”, como dice McRuer, puede pensarse como una marca de fuerza, de orgullo y de desafío. Es una palabra que las mismas personas a las que la palabra estigmatiza -es decir, personas con diversidad funcional-, reivindican y hacen suya. Pero, nuevamente, es fundamental pensar esto en un contexto socioeconómico en el que el capitalismo neoliberal exacerba diferencias y ahonda brechas pero también motiva alianzas de contestación internacional.

Epps relaciona lo tullido con la apuesta de Perlongher por un nuevo concepto de la belleza (y de poesía) mezclado con lo bestial, enchastrado, embarrado, pero lleno de brillos y de lujos. Y tiene sentido. Porque según McRuer, lo crip, centrado en el exceso, el desafío y la transgresión extravagante, ofrece un modelo de discapacidad que es culturalmente más generativo (y políticamente radical) que un modelo social que es solamente reformista (y no revolucionario). Dicho de otro modo, concluye Brad: “Sabemos que la energía crítica del movimiento lgbti o queer requiere una revolución permanente. Pero, además, hoy más que nunca necesita de solidaridades prácticas que podrían, en el mejor de los casos, proliferar en la forma de alianzas con obreros, inmigrantes, marginados, discapacitados y otros. El futuro será interseccional o no será”.