Alexis Zárate violó a Giuliana Peralta, determinó ayer la Justicia. Hasta la sentencia, el devenir del caso mostró que los futbolistas implicados –Martín Benítez y Nicolás Pérez son los otros sospechados, el primero por encubridor y el segundo por privación de la libertad– intentaron reproducir la lógica que impera en muchos vestuarios y que los periodistas deportivos comprobamos con frecuencia: todo queda entre cuatro paredes, nadie debe decir una palabra de lo que pasó y si hay algo que arreglar, para eso están los amigos del campeón y la plata. La valentía y la persistencia de Giuliana rompieron esa barrera para denunciar un delito que marcó su vida. Ella peleó con todo su dolor a cuestas y enfrentó a buena parte del mundillo futbolístico que, para ningunear su realidad de víctima de un abuso y desdibujar la gravísima acusación contra Zárate, pretendió estigmatizarla, echar sospechas sobre ella y tratarla de “botinera”, como si eso justificara el delito. Al mismo tiempo, esos amigos del campeón se solidarizaban con los “pobres pibes que no saben manejar la fama y despegarse de los que se les acercan para vivir de su plata”. 

Con este fallo, Giuliana destruyó el vale todo que cree tener una buena cantidad de deportistas, sobre todo cuando sus nombres empiezan a aparecer en los diarios y sus caras rotan por programas de televisión. Les dicen que aprovechen el momento, los adulan, los aconsejan y los impulsan a imponerse por la prepotencia del efímero éxito deportivo. 

Esas conductas sin límites tienen que ver con la transformación del deporte: de formador de cuerpos y mentes sanas hacia un negocio que transforma una habilidad en la gallina de los huevos de oro, y que será defendida a rajatabla mientras mantenga su productividad, al tiempo que será desechada si aparece otro filón. Por esto, en la sala donde se llevaba a cabo el juicio contra Zárate no fue extraño que hubiera varios personajes –quizá no tan famosos, pero sí influyentes– del establishment futbolístico argentino. Sus presencias parecían respaldar al violador y sus encubridores. Nunca les importó la víctima, porque Giuliana no contaba. Todo era cuestión de salvar al muchacho, al que más temprano que tarde desplumarán. El fútbol debe mirarse al espejo y, aunque en este caso sea tarde, tenderle la mano a Giuliana.