A las 23.40 un patrullero hacía horas extras en la esquina del Congreso, vigilando al grupo de manifestantes que esperaba junto a las escalinatas. Es una cuadra poco iluminada la de Callao y Rivadavia; por alguna extraña razón, aunque sea el parlamento, el alumbrado público que se quema no es repuesto. Tal vez por eso la escena tuvo algo de irreal: de golpe, mientras el tráfico seguía avanzando por la avenida, se escuchó un bombo como salido de la nada. Gritos, la silueta de unas personas, no más de cincuenta o sesenta, saltando en la oscuridad, festejando. En menos de un minuto la noticia circulaba por las redes sociales: en el recinto, los senadores acababan de aprobar, en la última sesión del año, la expropiación del hotel Bauen en favor de sus trabajadores.

Adentro, la votación había sido puro sufrimiento. Al estilo de las recuperadas, la situación se había salvado cuando todo estaba a un paso de perderse.

A las doce de la noche vencía el plazo para aprobar el proyecto; se caía la expropiación que había tenido la media sanción Diputados el año pasado. El macrismo, como se sabe, no apoyaba el proyecto. La iniciativa no tenía dictamen de comisión, pero la oposición hizo valer su mayoría para habilitar su tratamiento sobre tablas. Con el apoyo de todo el arco no macrista, ya que fue necesario reunir a los dos tercios de los senadores, la expropiación quedó primero en condiciones de ser tratada durante la sesión; pero estaba en un lugar que hacía imposible su aprobación antes de la medianoche.

Por esto, el senador Juan Manuel Irrázabal pidió la alteración del orden día. Los legisladores de Cambiemos se opusieron y perdieron una primera votación. Intentaron entonces que la discusión de la ley se hiciera artículo por artículo, lo que posiblemente habría postergado la sanción hasta después de las doce. De nuevo hubo una compulsa y perdieron. El proyecto finalmente se llevó a votación y recibió 39 aprobaciones y 17 rechazos. La expropiación del Bauen era ley.

–¡Después de 14 años! –gritaba en medio de los festejos de afuera Fabio Resino, integrante del grupo que recuperó el hotel, hoy dirigente de FACTA, la Federación Argentina de Cooperativas de Trabajadores Autogestionados.

Como la mayoría de los que habían ido a hacer el aguante frente al Congreso –ahí estuvieron desde las diez de la mañana–, Resino llevaba una remera negra con al consigna “Yo me pongo la camiseta del Bauen”. Ayudado por otros, extendió la bandera de la recuperada para marchar de regreso al hotel. En cuanto se pusieron en movimiento, la policía encendió el motor. Los escoltó todo el camino de regreso, sin sirenas, pero marcando su presencia con las luces del patrullero.

Rezagada entre los últimos manifestantes, Gladys Alegre –67 años, un hijo, tres nietos– marchó con los uniformados pisándole los talones. Contó que trabaja en la cooperativa desde el primer día (“soy socia número 1”), y que había sido empleada de los antiguos dueños del hotel en los cuatro previos a su cierre, ocurrido en diciembre de 2001.

“Dios es justo”, sostuvo sobre la expropiación. “Los empresarios eran gente que se enriqueció a costillas de todo el país. Cambiaban de razón social cada cuatro años para pagar menos cargas sociales”.

Hizo la cuenta: tenía 53 años cuando tomaron el hotel, en el 2004, para reabrirlo. Verónica González se sumó días más tarde, apenas pisaba los 21. “Todo era nuevo para mí, único”, recordó de esos días. “Nos preguntamos si lo hacíamos o no lo hacíamos, y me animé. Levantamos todo de la nada. No teníamos para comer, no había luz, hasta el agua estaba cortada. Vivíamos de lo que nos daban en la panadería, de lo que la gente acercaba”.

Al llegar al hotel, la marcha fue recibida con aplausos por los huéspedes sentados en las mesas del bar. Rápido, fue improvisado un brindis entre los presentes. Había integrantes de otras cooperativas como La cacerola, La litoraleña y Mundo Nuevo, que venían de sostener la presencia en la puerta del Congreso. Entre ellos estaba también el antropólogo Andrés Ruggeri, del Programa Facultad Abierta de la UBA, dirigentes de Appyme y del Partido Solidario (PSol).

La ley fue redactada sobre la base de un proyecto del diputado Carlos Heller, de ese partido, y declaró de utilidad pública y sujetos a expropiación los inmuebles y todas las instalaciones del hotel –sobre el que pesaba una orden judicial de desalojo– para cederlo en comodato a los trabajadores.

“No pretendíamos la expropiación de manera caprichosa, sino como una resolución política de un gran conflicto jurídico que tenía, por un lado, el riesgo de los puestos de trabajo y por el otro, la rifa del patrimonio nacional. Pusimos sobre el tapete la deuda millonaria que el viejo grupo Bauen tenía con el Estado Nacional, ya que el hotel fue construido con créditos que les dio la dictadura, y que ellos nunca pagaron. Nos sentimos seguros por la tranquilidad que ganamos para seguir trabajando”, señaló Federico Tonarelli, el titular de la cooperativa.

Pero dentro de la próxima semana el presidente Mauricio Macri tiene la facultad de vetar la ley. Durante la sesión, el senador del PRO Federico Pinedo, al justificar su voto negativo, planteó que “dar una fortuna de plata a unos pocos señores es algo que nosotros no vamos a aceptar”. Este será el argumento que intentará instalar el gobierno si decide el veto.

En el Bauen trabajan, sin embargo, 130 personas. En apoyo a la promulgación de la ley, planifican un festival en la puerta o alguna actividad que vuelva a poner en primer plano el respaldo social a la cooperativa. El plazo para un eventual veto marca el inicio de una nueva carrera contra el reloj, ya que todo se jugará dentro de los próximos ocho días.