Me enamoré de una vegetariana (Ed. Norma) es una novela de amor, de primer amor, de iniciación. Patricia Kolesnicov, que antes escribió Biografía de mi cáncer y No es amor, se puso, a los 50, a escribir un romance adolescente en clave de novela juvenil: Martina, una chica de 15, se enamora de otra, la nueva de su división, Aldana, recién llegada de España. Tarda en darse cuenta de qué es lo que le pasa. De hecho, se hacen amigas porque la recién llegada está desesperada por volverse para estar con su novio y Martina se ofrece a ayudarla a juntar la plata para el pasaje. Hacer sánguches de milanesa y venderlos el día de la primavera se le ocurre. Así empieza un encuentro que se arma, con sus idas y vueltas, suave y amorosamente. Y es un encuentro feliz en un contexto escolar y familiar muy amables, con bandita de amigas –una percusionista murguera, una militante y una linda y fatal– para que “cuando esto se desplegara no fuera unánime la mirada aunque sí el cariño”. Porque “escribir una novela de amor lésbico feliz es político”, va a decir Kolesnicov al final de la entrevista, cuando el grabador ya está apagado y el mate frío. La charla empezó así:

Este es tu tercer libro. El primero es una crónica autobiográfica, el segundo, la novela No es amor, tiene mucho de biográfico. ¿Qué tiene de vos este tercer libro, Me enamoré de una vegetariana?

–Por ahí algunos rasgos de la personalidad de la narradora, algo de como yo creo ahora que me veía a mí misma en la adolescencia, como una nena más estructurada, más obediente de lo que hubiera querido.

¿Y qué te pasaba con las chicas cuando ibas al colegio?

–Lo primero que me pasó fue que un día entendí Puerto Pollensa. No fue inmediatamente. Creo que fue en el 82.Y me volví fanática de Marilina Ross. Me pasaba algo pero sin una conciencia muy clara. Un poquito más grande tuve una amiga de la que estaba un poco enamorada. Me daba cuenta de que la quería besar. Pero no me animé ni a decirle.

Cuando tuviste que pensar esta novela como juvenil, ¿qué tuviste en cuenta?, ¿qué diferencia hay con la anterior?

–La voz. Ese fue el trabajo, es la voz de alguien que no soy.

Tampoco tenías veinte cuando escribiste No es amor.

–Pero la había empezado a escribir cuando tenía esa edad. Ya estaba. Esta es otra voz. Era como pensar cierta desmesura, con lo emocional muy adelante, con cierta facilidad para la tragedia. Tenía que ver con darle lugar a todo eso. Lo juvenil tiene que ver con la voz de quien lo narra. Y fui más prudente con las escenas sexuales, mucho menos explícita. Pero la misma voz me fui guiando, no es que me reprimí ni que borré nada que hubiera escrito. Acá tiene que ver con el descubrimiento. La diferencia con una novela de adultos es el punto de vista de una adolescente. Tuve un asesor, mi sobrino Leo, que me decía cosas del tipo de “esta palabra no se usa”, por ahí se me escapaba un “farra” o un “mató, loco” –risas– pero no me podía decir cómo pensaba la narradora.

Y qué diferencia ves en el devenir lesbiana hoy con lo que pasaba hace treinta y pico de años.

–Lo que se ve alrededor. Fui a buscar a mi nieto al Mariano Acosta y vi dos pibas chapando, con guardapolvo y alegremente, en la escalera. Está todo bien. Pero todavía es el término marcado, es algo que se explicita. Decir Martina sale con una chica no es lo que mismo que decir Martina sale con un chico. Y eso es un poco la tesis de la novela; la idea de no banalizar la diferencia. Por eso el título, tal vez también sea eso ser vegetariana, el término marcado; quizás estemos yendo a un mundo en el que ser vegetariana sea tan diferente como ser lesbiana. Es un ligero corrimiento de la norma, qué te van a decir, ¿que está mal ser vegetariana? Pero sí van a decir, che, viene a comer una que es vegetariana. Por eso me gustaba la idea del título, algo como un pequeño deslizamiento de lo esperable. La pregunta sería ¿por qué hay que marcar vegetariana?, ¿por qué hay que marcar lesbiana? Pero todavía las dos cosas se marcan. Algunas madres me dicen que está todo bien, que es lo mismo. No lo creo, por otras cosas que escucho.

¿Qué más escuchás?

–Escucho que es noticia.

Tiene mucho humor la autopercepción de la narradora, que se siente tosca, y la percepción que tiene de Aldana como una princesa de fantasy. ¿Cómo armaste eso?, ¿ha sido así tu relación con tus novias?

–Yo creo que sí, creo que es la mirada del amor: la otra es una princesa a la que todo le queda bien y se despierta despeinada y qué hermosa que es. Sobre todo en el momento de la conquista, cuando no sabés si te quiere. Por lo menos a mí me pasó así; yo llevo esta mochila y es una porquería, se la pone ella y es taaaaan cool. Me ha pasado literalmente.

Y después, con los años, ¿qué pasa? ¿Resulta que la mochila también le quedaba fea?

–¡No, jamás! Le sigue quedando linda. Olga –se refiere a su esposa, Olga Viglieca– es súper elegante.

Hay una frase que dice la narradora, “me gusta ser un coñazo”, que me parece central. Es como un manifiesto. Usa coñazo como pesada, el contexto que construís en la novela no da para una afirmación tan fuerte, puede no saber que eso significa otra cosa, pero igual un coñazo es un coñazo.

–Puede ser. A mí me pasa que me cuesta definir a una piba de 15 años como una lesbiana. No me gusta la definición ontológica sexual; ser lesbiana. Sobre todo a esa edad, y no sé si para siempre, el deseo puede ser muy variable. No me gustaría cerrarla en un “coñazo”.

Se puede ser un coñazo y estar con tipos.

–Sí. Es una afirmación fuerte en términos de poder. Es cierto que ella se va a empoderar con esta relación. Es el punto de inflexión. Al final de la novela ella no podría decir que es normal. Y no porque esté con una mujer, sino por lo que se anima a hacer.

Lo valiente y disruptiva que se vuelve en un punto.

–Sí, eso es algo central. Creo que empoderarte es propio del lesbianismo y tal vez de todo amor cuando no es opresivo. Está plantada en su deseo y eso cambia su mirada sobre ella misma. Hay algo del deseo que necesita de una afirmación. La ves, en algún momento, cuando de manera lateral dice algo así como levantate porque es mi novia. En ese sentido hay un coñazo, una persona plantada en su propio deseo; algo que al principio no podría haber hecho. Por eso las dos primeras líneas de la novela están en pasado y todo el resto en presente. 

Hablaste del uso del pasado, hablame del uso de la segunda persona.

–Hay un uso fugaz de la segunda persona, en el primer beso. Y a mí me gustaba que todo que venía siendo como una revolución interior, que ella venía sintiendo y no terminaba de poder reconocer, lo cuente un poquito desde afuera.

Además universaliza e interpela al lector, tiene tres funciones.

–Sí, ella ve la escena y se sale un poco; me gusta eso, es lo más íntimo que le pasó en la vida ese beso y sin embargo lo ve; justamente porque es tan importante. Y está eso de te voy a contar a vos que también te puede pasar. Me parecía que necesitaba un cambio de perspectiva ese momento en que todo eso que estaba pasando se concreta.

Por último: ¿por qué escribir amores lésbicos?

–Porque no es igual, justamente esa es la tesis de la novela. El padre se lo dice: estar con un varón no es lo mismo que estar con una mujer. Estamos discutiendo estas cosas. 

Muchas son de rol, quién maneja por ejemplo.

–Claro, veo un montón de parejas en que las mujeres manejan todo el día pero si está el varón no. Es como que hay algo de la pija que se juega en el volante. Entonces vos decís, supongo: si le discuto quién maneja después no se le para. Entonces, ¿quién maneja es la pregunta sobre quién tiene el poder, sobre quién debe ser investido? O tal vez dejamos de pensar que manejar es ser poderoso. Algunas actividades tradicionalmente masculinas, como hacer asado también, han sido marcadas valorativamente y como un signo de poder y es como dios: vos lo inventaste y después él te gobierna. Entonces si manejás y hacés el asado, tenés el poder.

Mentira, yo manejo y hago el asado y ya me ves.

–Esa discusión, cómo se distribuye el poder en una pareja, se da a través de cosas de la vida cotidiana. Y se da siempre así, entonces en la novela también. Por eso ella cuando encuentra una pareja lesbiana, les pregunta quién maneja. Porque los roles en una pareja heterosexual vienen definidos por la cultura. No quiere decir que todos los cumplan al pie de la letra, los heterosexuales no son soldados. Me interesaba que eso fuera una intriga, ¿cómo es una relación de pareja cuando la cultura no te lo marca? ¿De quién es la responsabilidad? ¿Quién se ocupa de la reproducción de la vida hasta el día siguiente –ese rol tan de las mujeres– cuando son dos mujeres? ¿Y cuán cargado de ideología está eso, cuán considerado un rol menor? Hay una nueva inserción del lesbianismo en la sociedad. Y estos son temas que están en discusión.