Los investigadores estadounidenses Jeffrey C. Hall, Michael Rosbash y Michael W. Young fueron distinguidos con el Premio Nobel de Medicina por sus trabajos sobre los mecanismos moleculares que controlan el reloj biológico interno de animales, plantas y humanos que regulan las variaciones fisiológicas que responden al ciclo de luz y oscuridad de la rotación terrestre, conocido como ritmo circadiano.

La Asamblea Nobel del Instituto Karolinska de Estocolmo, Suecia, señaló que los científicos Hall y Rosbash, que utilizaron las moscas de la fruta como organismo modelo, aislaron en 1984 “un gen que controla el ritmo biológico diario normal” y mostraron cómo el gen cuando funciona normalmente “ codifica una proteína que se acumula durante la noche en la célula y luego se degrada durante el día”. En 1994, Young identificó un segundo gen del reloj biológico esencial para la regulación del ritmo circadiano.

Paradojas de la investigación, ayer quienes alteraron sus ciclos de sueño normal fueron los tres galardonados al recibir la noticia desde el otro lado del Atlántico, muy temprano por la mañana.

“Me tomas el pelo”, fue la primera reacción de Rosbash, quien estaba dormido cuando sonó el teléfono en Boston, según contó el secretario general del Comité Nobel, Thomas Perlmann. Hall y Rosbash trabajaban juntos en la Universidad Brandeis, en Massachusetts, a unos 14 kilómetros al oeste de Boston. 

Rosbash, de 73 años, nació en Kansas City, estudió Química en el Instituto de Tecnología de California y se doctoró en Biofísica en el Instituto Tecnológico de Massachusetts. En Brandeis dirige estudios de los procesos, genes y mecanismos detrás de los ritmos circadianos. En tanto, Hall, de 72, nacido en Nueva York, se doctoró en genética en la Universidad de Washington en 1971 y continuó sus estudios en el Instituto de Tecnología de California.

El tercer premiado, Young, de 68 años, estudió Ciencias Biológicas en la Universidad de Texas, en la que se doctoró en Genética, y desde 1978 ejerce como docente en la Universidad Rockefeller, de Nueva York.

El Doctor en Ciencias Fisiológicas e investigador UCA-Conicet, Daniel Vigo, quien participó del proyecto Belgrano a Marte, un estudio de Cronobiología del aislamiento antártico: la utilización de la Base Belgrano II como análogo espacial, explicó a PáginaI12 que “los seres humanos tenemos un reloj central que está ubicado en un área llamada núcleo supraquiasmático, en el hipotálamo y tiene un ciclo que dura aproximadamente unas 24 horas y media”.

“El reloj biológico o marcapasos central, como se lo conoce, además de las proteínas que marcan la hora emite más información, que permite sincronizar los procesos fisiológicos del cuerpo, la presión arterial, los niveles de hormonas. Por ejemplo, elevando la hormona que controla el ciclo diurno nocturno, la melatonina, durante la noche”, explicó el investigador.

“Lo importante es cómo la luz permite sincronizar a través de una proteína la información que llega a los núcleos. Por la descripción de estos mecanismos donde intervienen muchos genes y varias proteínas es que le dan el Nobel a los tres investigadores”, detalló Vigo.

Estos núcleos marcan la hora, pero también tiene que ver con el ritmo propio en que una persona duerme y está despierta. El hecho de dormir no depende sólo del reloj sino de cuánto estuvo despierta una persona. Es decir, están regulados por el reloj interno y además por el ciclo de sueño y vigilia cuya alteración produce deterioro en la salud.

La luz solar es nuestro gran regulador, sostuvo Vigo, quien aseguró que el cuerpo humano no está preparado para la sociedad de trabajo continuo que se instaló desde la invención de la luz eléctrica.

“Desde hace unos cien años empezamos a invadir nuestro periodo de descanso con la ficción de que podemos trabajar continuamente, alterando los ritmos de descanso y actividad, alterando nuestros ritmos en general y nuestros relojes en particular. Estas alteraciones dan lugar a lo que se conoce como jet lag social, que sucede cuando aparecen desincronizaciones con el ambiente, como el trabajo y los turnos laborales nocturnos”.

El investigador señaló que, según los estudios realizados, tanto quienes trabajan en forma nocturna como quienes prolongan su jornada hacia la noche sufren alteraciones en el corto y en el largo plazo.

“Pasar diecisiete horas despierto de forma continua equivale a tener el alerta de una persona alcoholizada”, detalló Vigo, que estudia los ciclos de sueño y vigilia, es decir cómo duermen, en choferes de larga distancia y médicos residentes, entre otras personas que desarrollan tareas que alteran sus ciclos.

En el largo plazo, advirtió el científico, las desincronizaciones aumentan los riesgos de enfermedades cardiovasculares, de diabetes, obesidad, de deterioro cognitivo y de desarrollar algunos tipos de cancer. Desentrañar los mecanismos de nuestro cronómetro interno permite desarrollar estrategias de salud y laborales, para tener una vida equilibrada.