Estamos ante una instancia clave. Decisiva. 

No la más trascendental de nuestra historia, como se exagera por ahí, pero sí muy importante.

No podemos darnos el lujo de perder y quedarnos afuera de lo que viene. En todo caso hay que recordar que no hay peor gestión que la que no se hace, que viene a ser el equivalente de no hay peor partido que el que no se juega.

La incertidumbre, que no es una cosa buena por supuesto, es enorme; hace días que no dormimos esperando el momento. Podemos perder el sueño, pero no las ilusiones. Y como estamos despiertos tenemos que apoyar con la fuerza de nuestras convicciones, hacer campaña contra aquellos que pretenden hacernos creer que ya fue, que está todo perdido, que no hay nada que hacer.

No, señor. 

Hay que darles una respuesta contundente a los agoreros.

Tenemos que entrar sí o sí.

Todos tenemos que jugar, cada uno desde su lugar, no sería nada bueno cargar todo el peso en la espalda de nuestras figuras más emblemáticas. 

No es fácil, naturalmente. Bien lo resumió alguna vez Osvaldo Zubeldía cuando escribió en las paredes de la concentración de Estudiantes de La Plata esta frase: “a la gloria no se llega por un camino de rosas”.

Tenemos que poner lo que hay que poner, transpirar hasta la última gota porque al tren debemos subirnos todos y no sólo unos pocos elegidos.

Es necesario demostrar una vez más que del chamuyo no se vive, que lo que se dice muchas veces no tiene nada que ver con la realidad, y que nunca más acertado que ahora aquello de que en la cancha se ven los pingos.

Hay que jugar las mejores cartas. Con inteligencia y con coraje. Con inclaudicable entrega y con fe. 

Tenemos que ganar.

El veintidos de octubre votemos bien.