“¿En qué confío? ¡En las pibas! Y en algunos pocos pibes que cada vez más están tomando conciencia”, Male lo dice segura, irguiendo un poco más su espalda recta, el cuello largo, esa cabeza donde se agitan ideas que en su bullir parecen escucharse aun cuando está en silencio. Todos sus gestos exudan deseo, deseo de hacer, de saber, de proyectarse; se está aventurando a la vida y le gusta, viene directo a enfrentarla con una convicción que tiene respaldo: las pibas y esos pocos pibes que como ella, quieren cambiarlo todo. Y que sienten ahora mismo el mundo que conocen en sus manos como una arcilla a la que hay que amasar todo el tiempo para que no se seque y fragüe antes de que tome una forma a la altura de sus deseos. Por eso, aunque llega con un logro dibujado en su sonrisa, ya está pensando en el paso que sigue: la articulación de las comisiones de género de los Centros de Estudiantes de Base, la creación de un protocolo contra la violencia de género en las escuelas, la reunión con el Colectivo Ni Una Menos, el cuestionamiento incesante, inclaudicable, de todo lo que la rodea, desde la música a la tele, las formas de divertirse, de amar, de convivir. “Antes veíamos que se llevaban a una chica en pedo en una fiesta y ni nos enterábamos qué pasaba. Ahora no, ahora sabemos que podemos sacar a los violadores de la escuelas”, dice Male y sonríe porque de eso se trata el logro que quiere poner en común, el que a ella y a su amiga y compañera Luciana las hace sentirse poderosas. “Conseguimos que se dictara la perimetral para que el victimario no esté en el medio del curso”. Luciana ya no va a tener que convivir con el pibe al que denunció por abuso. Ya no más soportar que se victimice, que se muestre harto frente a cualquier conversación sobre temas de género, que trate de explicar que fue un error que le puede pasar a cualquiera. No más tolerar que se armen en el curso discusiones que la violentaron otra vez y otra más después del abuso; porque su voz se ponía en duda, porque buscaban conciliaciones imposibles, porque el agresor “ni siquiera tenía la dignidad de no acercarse”. La piel morena, los aros largos, unos rulos que no llegan a sujetarse en el peinado recogido y atraen la luz sobre su cara, Luciana ha llorado mucho, dice, pero también se afirma: “ya está, la sororidad es una palabra linda”, y eso suena a caricia y también a fuerza. 

Male y Luciana están terminando quinto año en la escuela de Bellas Artes Rogelio Yrurtia, Ofelia –la orgullosa presidenta del Centro de Estudiantes del Carlos Pellegrini-, está con ellas en la ronda de charla, mate y facturas con dulce de leche junto a Antonella, de la Escuela de Artes Manuel Belgrano y Valentina, de la Escuela de Música Juan Pedro Esnaola. Las cinco se reconocen feministas, todas son militantes, todas adolescentes; ninguna chiquita. 

Fueron protagonistas de las tomas de escuelas secundarias que demandaron por Educación Sexual Integral y resistieron a una reforma educativa que se quería imponer sin consultas y que en su escueta comunicación proponía reagrupar materias y mercantilizar la formación obligando a hacer pasantías laborales para empresas privadas y organismos públicos en el último año escolar. Por supuesto, a las tomas las reivindican; fueron efectivas para que sus voces se escuchen. Y se enojan por igual frente a utilización de una denuncia de abuso que el rector del Colegio Nacional Buenos Aires, Gustavo Zorzoli, hizo pública para estigmatizar esta herramienta de lucha. “Este hecho pone de manifiesto claramente la situación de vulnerabilidad a la que quedan expuestos nuestros alumnos”, había dicho el rector como si las escuelas rebeldes fueran gallineros de puertas abiertas para los zorros.

“Que se dejen de poner la lupa en las tomas y que el Estado haga algo”, se encabrita Male y Ofelia completa: “Es un bajón lo que pasó en el Nacional, porque si hay ESI desde 2006 no puede ser que un rector no conozca los mecanismos básicos de cómo tiene que actuar y haga una cadena nacional para exponer a la víctima. Ella hizo una carta justamente para preservarse, no para que vaya más lejos la exposición”.

La historia de la que dan cuenta Male y Luciana habla por si sola, no se trata de haber quedado vulnerables por tomar decisiones autónomas; al contrario, a las tomas, estas adolescentes las experimentan también como un laboratorio de convivencia en los que los conflictos sociales no son ajenos.

“Nosotras dijimos –cuenta Ofelia–, estamos gobernando la escuela por estos días. ¿Qué queremos? Que vengan docentes y otras personas a hablar de educación sexual integral, queremos viajar como estudiantes al Encuentro Nacional de Mujeres y nos pusimos a juntar plata, queremos, por ejemplo, que los baños no sean policías del género si no que sean todos para todos y para todas”

“Aprovechamos muchísimo el espacio     –dice Luciana–, para charlar personalmente, para abrir muchas cabezas. En nuestra escuela ya había dos denuncias previas por abuso y eso ya venía haciendo mucho ruido”. Pero contra el ruido, las chicas buscaron recursos para sostenerse en su decisión de decir basta a la violencia machista y organizaron dos conversatorios feministas en lo que va del año. Y aunque les cuesta más hablar con la mayoría de los varones, no cejan. “Recién después de la toma se me acercó un compañero a decirme que había entendido por qué había denunciado, a ponerse a disposición”.

–Vos podés poner un cartelito que diga “no violar” –dice Male cuando le preguntan si se pueden poner pautas durante la toma subrayando la ingenuidad de la adulta que la formula– pero no sirve, sirve hablar en todo caso.

Valentina: Nosotros también hicimos charlas sobre ESI y sobre Ni Una Menos, pero cuesta mucho que los pibes se involucren, en la última había nada más que dos. A las marchas vienen más, pero necesitamos mucho trabajo sobre el machismo y sobre el micro machismo. En nuestra escuela a un chico que abusó no lo dejamos entrar a la toma; pero también nos encontramos con que eso divide un montón, porque los amigos lo defienden. Un abuso es un abuso y los detalles no importan.

Y es que no son otros distantes, ni desconocidos en la calle los que cometen los abusos y eso lastima. “Para nosotras es un luto, porque perdimos un amigo”, dice Male. “A más de uno, porque el denunciado era de nuestro rancho”, sigue Luciana. Pero perder fue la manera de ganar seguridad, de dejar de llorar a escondidas, de “caer” en qué era lo que había pasado, individual y colectivamente.

Antonella: Nosotras al principio salimos a cortar la calle pidiendo Justicia para Nuria (Couto) y Nadia (Grebenshikova)  –las dos asesinadas en la plaza Irala, cerca de la escuela Belgrano a la que asistían– y no pensábamos en la ESI, no nos dábamos cuenta de que tenía que pasar algo tan grave para que todos despierten. Pero nos despertamos y ya no es sólo denunciar sino pasar a un plano de discusión política, de re pensar todos nuestros esquemas de cómo somos, quiénes somos, cómo nos relacionamos, todo.

Ofelia: Este año fue la primera vez que se toman las escuelas por la ESI. Porque la verdad es que en cinco años de secundaria si tuvimos tres jornadas es mucho. 

Valentina: Y muchas veces son de la boca para afuera. A nosotros, por ejemplo, nos habló la de Educación Física, puso de ejemplo el machismo en la Olimpíadas pero en las clases nos siguen tratando diferentes a los varones que a las mujeres. Ellos pueden llegar tarde y meterse en las prácticas, nosotras no.

Ofelia: Nosotras tuvimos que hacer nuestro protocolo propio para actuar en casos de violencia, porque lo que te dan de ESI es nada. Viene una un día y dice: “Esto es ESI y voy a hablar de anticonceptivos. Pero ojo que a las mujeres les pega más el alcohol que a los varones así que las mujeres no tienen que tomar”.

En ese breve diálogo, las chicas traen una constante que ellas delatan: la creatividad propia para dar respuesta ahí donde las personas adultas solo ven riesgo y entonces le oponen disciplinamiento.

Antonella: Cuando Nuria y Nadia estaban internadas nos pedían que “oremos” pero cuando fallecieron fue como si nos dijeran “se acabó la joda”, insistían en que las chicas no teníamos que salir solas cuando Nuria y Nadia estaban con varones, pusieron seguridad privada. Siempre van por el lado de tapar las cosas en lugar de problematizarlas.

Luciana: Siempre tapan, los docentes, los directivos, te piden que aguantes un poco más. Y muchos alumnos repiten eso.

Male: Es que nos están enseñando a tapar, a no creer lo que dicen las víctimas, a imponer el cuentito de las dos campanas cuando en el medio hay un abuso, es la complicidad entre machos. Sólo lo ven si pasó en una toma. Los docentes, la mayoría, vienen de una generación más acostumbrada a callar, vienen de la dictadura. Nosotras podemos avanzar y hablar.

Ofelia: Nosotras aprovechamos lo que se produjo después de Ni Una Menos, porque hubo un cambio en el sentido común que nos permitió tener más referentes femeninas, que palabras como machismo y feminismo entren en la escuela y que nosotras podamos desconstruirnos, cambiar, revisar todo. Yo estoy ahora en una relación heterosexual y sé que hay cosas que no voy a permitir nunca.

Asistir al diálogo entre estas adolescentes es como estar en un centro anticiclónico, ellas emiten vientos de futuro que ya mismo pueden despeinar, que dejan nada en su lugar. Ellas se transforman y a su alrededor no se puede fingir indiferencia. Les pasa en la escuela, en las fiestas, dentro de sus casas. 

Ofelia: El verano pasado estuvimos en Villa Gesell con unas amigas y nos dio repugnancia cómo está organizado todo como si nosotras, las chicas, fuéramos productos que nos hacen entrar primeras a los boliches para que después entren los chicos. El nivel de acoso es impresionante, pero entre nosotras nos cuidamos, cuestionamos, dejamos de depilarnos si se nos da la gana, ponemos nuestros límites. Y siempre decimos que somos feministas para que sepan con quienes se enfrentan.

Luciana: Yo vivo con mi papá y mi hermano, mi papá es mayor. Después de que hice la denuncia hay cosas que no tolero más y me las respetan, aunque con mi hermano de 19 es muy difícil, es bien machista y me acusa de feminazi. Pero por ejemplo, al momento de la cena, hay programas que no tolero, si está Polémica en el Bar o Showmatch les pido que cambien o no me siento a comer. Y ellos terminan cambiando.

Male: En mi casa somos tres mujeres, mi mamá, mi hermana y yo. No hay jerarquías.

Antonella: En mi casa somos tres mujeres y nos entendemos, aunque a veces no es tan fácil modificar las cosas personales o los programas de televisión que se ven.

Ofelia: Mi mamá y mi papá están separados, mamá es piola. Y mi hermano, bueno, creo que lo dejé re traumado, le toqué algunas fibras. Como tuve mi momento de celebrity –después de que Ofelia se rebelara por el modo en que la trataron periodistas al aire al punto que tuvo que ponerles el límite y exigir que no la trataran de “chiquita”–, el me googleó y me escuchó, después tuvo que conversar un montón de cosas con mamá.

Valentina: Mis viejos hablan de estas cosas pero hablan desde el miedo. Tienen miedo de que nos pase algo. Eso no está bueno, porque la cosa no es disciplinarnos por el miedo. 

Antonella: El problema que tengo yo con mi mamá es que mira una novela espantosa que se llama El Sultán. Ahí pasa todo lo que no puede pasar, lo que no queremos que pase más. Esa es mi cruzada, que deje de verla.

Ofelia: Es que estamos todo el día cuestionando esas cosas.

“Esas cosas” son las jerarquías entre los géneros, el discurso que todavía circula sobre las mujeres provocando abusos, la heterosexualidad obligatoria, los códigos de vestimenta, que se siga insistiendo en que “las mujeres que tienen relaciones sexuales son putas y los varones son campeones”. Las chicas dicen que buscan con avidez lecturas y formaciones que les den argumentos, internet es una herramienta, también las charlas que ellas mismas provocan, lo que pasa en la calle cada vez que las mujeres salen a marchar, la respuesta cada vez más veloz frente a la represión a lesbianas, gays, travestis y trans.

Valentina: También tenemos que decir que nuestras escuelas son bastantes privilegiadas, porque hay organización, porque muchas tienen orientación artística y eso da apertura. Pero tengo una amiga lesbiana que se cambió de escuela y me llamó porque la habían encerrado en un baño por eso.

Ofelia: Y eso que la lesbianas no están tan mal vistas, a los varones les cuesta más. Lástima que es porque los tipos se calientan con las lesbianas.

Tienen 18 o menos y hablan de “deconstrucción”, no se asustan porque les digan feminazis porque saben que es parte de la resistencia a las transformaciones que ellas persiguen y provocan. Sienten, sí, el duelo por los compañeros que insisten en reivindicar sus privilegios, en convertirlas en locas que quieren “la muerte del macho”. Pero cuando una habla, todas se sienten más fuertes, es lo que repiten y en el diálogo la palabra circula tanto como las risas, sobre todo cuando piensan en los viajes de egresados y egresadas que, tal como están propuestos, también las ponen como objetos de consumo. Y se rebelan. Y fantasean con transformar eso también, con diseñar viajes feministas para celebrar el fin de ciclo. No le temen a la duda, al contrario, buscan alternativas, inventan sus propias herramientas, usan las dudas como linternas para encontrar sus propios caminos. El protocolo que demandan para enfrentar la violencia machista no esperan que baje desde ninguna autoridad si no que lo están creando, guiadas por sus experiencias.

Ofelia: Nosotros en el Pelle hicimos un protocolo pensando en incluir una referente que sea mujer y que sea externa a la escuela, para que no esté contaminada con eso que se dice siempre: “yo confío en tal pibe, lo conozco, es incapaz de hacer eso”.

Male: Necesitamos un protocolo común para evitar justamente las discusiones a los gritos sobre a quién se le cree, para que dejen de decirnos que nos comemos el flash feminista. Tiene que haber inmediatez para separar a la víctima del victimario. Pero no es la víctima la que se tiene que cambiar de curso.

–¿Y qué creen que debería pasarle a un chico de 17 o 18 que comete un abuso? ¿Tiene que pasar por la justicia penal, ir a la cárcel?

Valentina: La cárcel empeora a las personas, no las cambia. Y ese es un problema. Nuestros compañeros son chicos. Habría que poder educar para que dejen de violar pibas, pero dejar de decirnos a nosotras que tenemos que cuidarnos y no provocar. Dejar la incomodidad de lado y trabajar desde muchos sectores.

Luciana: Yo, lamentablemente, al que me abusó le deseo lo peor, pero entiendo que no es así. Mi lugar es complicado. A mí denunciar en una fiscalía me sirvió un montón para dejar de sentirme sola, de llorar sola, para que todas mis amigas entiendan y yo también, de qué se trata.

Ofelia: Pero no siempre se puede denunciar en una comisaría o en una fiscalía. Hay mucho riesgo de que te revictimicen. El otro día una amiga fue a denunciar que perdió el dni y escuchó cómo la interrogaban a otra delante de todo el mundo por un tema de abuso.

Male: Por eso necesitamos saber todos y todas cómo actuar adentro de la escuela, docentes, directivos, padres y madres. Y también en las fiscalías.

Luciana: Sí, porque cuando yo fui a denunciar me hicieron contar cinco veces lo mismo, es horrible, no saben cómo hablarle a la víctima. En la OVD –la oficina de Violencia Doméstica de la Corte Suprema de la Nación– es completamente distinto. Eso te da una pauta de cuánto se necesita formación.

Antonella: Hay que dejar de alimentar el machismo, que dejen de empoderar a los machistas y que les ofrezcan otra cosa. Porque los varones están asustados, creen que abusar es algo que le puede pasar a cualquiera. Y no es así, el abuso es abuso y de ahí no se vuelve.

Male: ¡Sí! Están re asustados los varones, el otro día un pibe mandó un mail al centro de estudiantes diciendo que no había hecho nada y se fue de la escuela. Pero no hubo ninguna denuncia en contra de él. 

Ellas, en cambio, no se sienten en peligro. Se tienen entre ellas, confían “en las pibas y en los pocos pibes que cada vez más están tomando consciencia”. Escucharlas suena a caricia y también a fuerza. A deseo en movimiento para que el futuro empiece ahora mismo.