El diccionario de la Real Academia Española tiene casi unas cien mil palabras. El diccionario de Santiago Ponzinibbio hay muchísimas menos, pero se destaca una sobre el resto: sacrificio. En el diccionario del único argentino que forma parte de la UFC tampoco la palabra éxito está delante de trabajo. Al contrario. Es que la historia de este platense que hoy está entre los mejores luchadores de las artes marciales mixtas es una prueba de que cuando se está dispuesto a dejar todo por un sueño, ese sueño se termina cumpliendo.

Hace varios años, todo aquel que pasara por el bar de la diagonal 74 de La Plata seguramente era atendido por él. O, quizás, lo veía lustrando los bronces del edificio en el que oficiaba como portero. O, tal vez, recibió algún masaje de esos que el ‘Rasta’ daba a domicilio para poder sobrevivir. Ponzinibbio siempre tuvo la idea fija de que todos los esfuerzos que hacía tenían un fin: ser luchador de la UFC. Y no importó cuan sinuoso fuese el camino, ni lo cerca que estuvo de desistir varias veces, porque su dedicación y el destino remaron para un mismo lado. En 2009, después de varios años juntando peso por peso, partió a Brasil para perfeccionar su Jiu Jitsu. Ahí se ganaba la vida haciendo masajes, vendiendo artesanías o sanguches de milanesa en las playas de Floripa. Ahí mismo buscaba a hombres con remeras de alguna academia del arte marcial que fue a aprender a Brasil.

Asistió a un par de lugares que no lo convencieron, hasta que llegó a uno que si lo hizo. Un brasileño le daba clases de Jiu Jitsu y Santiago le devolvía el favor dándole lecciones de kick boxing. Al principio se planteó una estadía de 15 días, pero el tiempo pasó y se transformó en años. Sin importar que no hablaba portugués y que no tenía mucha plata para vivir. Todo era muy cuesta arriba. Demasiado. “La idea de haberme ido, era para seguir creciendo en el deporte. Si me volvía a la Argentina era desistir. Era haber fracasado, haberme rendido. He tenido mis rachas negativas. La peor fue cuando no tenía donde vivir. Me había ido de una pensión en la que me robaron la moto con la que iba a entrenar y no podía ir más al gimnasio porque no me dejaban seguir entrenando sin pagar”, recuerda Ponzinibbio en charla con Enganche. En esa mala época también sufrió su primera derrota: “La única vez que perdí en Brasil fue porque me robaron el combate. Iba ganando y me robaron. En ese momento se me habían juntado varias cosas y listo, fue la vez que más cerca estuve de volver.  

Pero cuando pensaba bien lo que quería, la vuelta no terminaba siendo nunca una opción posible”.

 

Tan mala era la situación del hoy número 9 del ránking mundial de los pesos welter de la UFC que estuvo casi un año sin hablar con su familia por no tener dinero. “Hasta dormí en el piso de la casa de personas que ni conocía”, evoca sobre sus épocas más duras. Pero nunca se quejó. Siempre buscó la solución haciendo lo único que sabía hacer: trabajar y entrenar. Le ofrecieron trabajar con el equipo de Thiago Tavares, un brasileño que combatía en UFC, y cada día que llegaba al gimnasio juntaba a sus compañeros y les entregaba al argentino en bandeja. “Era durísimo todos los días. Pero empecé a pelear amateur y gané varias peleas. Eso me hizo ganar el respeto de todos”.

Y así llegó la oportunidad de cumplir su sueño. La escala era la segunda edición del reality The Ultimate Fighter. Ponzinibbio relata la angustia del no saber si podía terminarse su sueño por cuestiones de pasaporte: “Era para mi categoría (77 kilos) y fui el primero en llegar. Sin embargo, me anotaron último porque era argentino. Tuve que explicar que hacía cuatro años vivía allá para que me dejaran inscribirme”.  Se anotó y después de ganar las primeras tres peleas llegó a la semifinal. El destino -sí, otra vez el destino- quiso que en semifinales un golpe le rompiera el radio en diez partes. Él siguió el combate hasta ganarlo por decisión de los jueces y llegar a la final. Pero la lesión no le permitió disputarla y el campeón fue el hombre al que había derrotado. El resultado esta vez no importó… Santiago recibió el contrato con la UFC. Le cambió la vida.

“No lo pienso nunca, pero es bueno ser pionero para mi país en una disciplina. Hace bastante tiempo que no voy, pero cuando lo hago aprovecho para dar seminarios y así sentir el cariño de la gente”, comenta desde el manos libres del auto que maneja por Miami. Recién termina de hacer el primero de los dos, a veces tres, turnos diarios que realiza. Vive para entrenar. Su lugar en el mundo ahora es Coconut Creek, en donde hay un gimnasio especializado -de nombre American Top Team- en el que también tuvo que ganarse el respeto de todos. “No vine a la UFC a ganar un poco de plata. Vine a hacer historia”, repite a cada rato. Lo tiene todo muy claro. Su sudor es la prueba de ello porque sabe que el haber empezado un poco más tarde que el resto lo hace todo más complicado.

Su última pelea fue especial. No sólo porque fue la cara del Main Event que la UFC realizó en Glasgow, Escocia, sino porque logró un nocaut en el primer round ante el islandés Gunnar Nelson. De esta manera se hizo acreedor del premio de la ‘Performance of the Night’ y se metió en las luces de los grandes combates. Santiago sabe que en la elite todos son detalles. La próxima pelea, que quizás se lleve a cabo en diciembre, puede ser la que le dé la oportunidad de su vida: la de aspirar al cinturón de ganador. “Mi dedicación es lo que hace la diferencia. Soy consciente de mi nivel. Se que voy a ser campeón del mundo. No sé si en tres peleas o en tres años”, admite.

‘Gente Boa’, su apodo según la página oficial de la UFC -a él le gusta que le digan el ‘Tyson argentino’- es un argentino más en Miami. Allí, vive como si estuviese en su ciudad natal. Toma mate, va a la panadería a comprar facturas o a la carnicería para hacer un asadito. “Con los amigos de allá se complica, cuando puede viene alguno, pero generalmente estoy solo. Tengo amigos acá igualmente”, alcanza a decir antes de medir su aceptable inglés para pedir su comida “one burrito, rice, chicken, tomatoes, corn and sauce, please”. Este hombre que no tiene ídolos, pero que admira a tipos como Messi o Ginóbili “por lo enfocados que están en lo suyo”, es un enamorado de la naturaleza y de la música: “A todo le pongo música. Escucho de todo. Desde blues o reggae hasta electro tango. Depende del momento que esté viviendo”.

Entrenar 365 días por año para tres combates es algo a lo que el único argentino en el máximo nivel de las MMA -artes marciales mixtas en inglés- está dispuesto hace años. “Si alguien que quiere hacerle lo mismo que yo me pidiera un consejo, le diría que hay que meterle huevo. Que se puede. A mí nadie me regaló nada. Tuve que pagar el derecho de piso en un montón de lugares, golpearme la cabeza para estar donde estoy”, enumera el hombre que quiere combatir hasta los 40 años, hoy tiene 31. Ese mismo que recorrió un montón de camino de piedras y que ahora está recibiendo el fruto de ello. O ese que escuchó a un millón de personas decirle que no iba a llegar a lo que se proponía. O ese que tiene como frase de cabecera que “la convicción y la constancia son las madres del éxito”. Así nada más es Santiago Ponzinibbio, el pionero.