En El peso de los sueños, el documental sobre cómo se rodó esa locura de película que es Fitzcarraldo, el director-mito Werner Herzog dice frente a cámara uno de sus parlamentos más famosos, con su forma de hablar tan solemne y dramática. En remera, joven, guapo, parado frente a los frondosos árboles de la selva peruana, dice que Klaus Kinski, el protagonista de Fitzcarraldo, ve erotismo en la selva. Pero él no. “Veo obscenidad. Oscuridad, asfixia, lucha por sobrevivir. Mucha tristeza. Los árboles lloran de tristeza, los pájaros no parecen cantar sino gritar de dolor. Es una tierra que, si Dios la creó, lo hizo con rabia. No hay armonía en el universo: tenemos que hacernos a la idea. Pero no odio a la jungla. La amo. La amo contra mi propia razón”.

Como los románticos, Herzog se rinde ante el horror y lo sublime de la naturaleza: su belleza y su amenaza. Herzog, sus textos, sus películas, acompañaron a Adriana Lestido en su viaje a la Antártida que, por contingencias, iba a llevarla a Bahía Esperanza (el blanco) y acabó en Bahía Decepción, la isla negra volcánica con su base modesta y el paisaje inesperado. La mirada de Lestido sobre la naturaleza es diferente de la de Herzog pero se complementan. Antes de llegar, Lestido ve Encuentros en el fin del mundo, la película de Herzog sobre el continente final, escucha aquello de “cantarle a la gloria de la Antártida” y piensa en “ir al corazón de la pureza… el umbral de algo hermoso”. Se pregunta: “¿Qué me va a enseñar el blanco? ¿Qué me espera?”. La espera la Isla Decepción. Ahí no hay exactamente decepción pero si cambio, la necesidad de otra mirada y otra actitud, porque la Isla y sus condiciones son duras. Y hay negro, tanto negro. “Estar en lo que es. Para algo pasa esto”, escribe Lestido y se entiende por qué la compañía de Herzog: funciona como el equilibrio entre el hombre que interroga a la naturaleza muda con desesperación y la mujer que la fotografía tratando de comprenderla con gentileza, buscando el sentido de este viaje al negro. “¡Fuego bajo hielo!”, exclama Lestido y escribe y se pregunta: “¿De qué se trata todo esto” ¿Será que para ver tiene que ser así? Poseída por la mirada”.

Antártida negra es un proyecto en dos libros: el de fotos, lujoso, que apenas tiene dos textos (citas de T.S Eliot y Salvatore Quasimodo), y los diarios editados en la colección Rara Avis de Tusquets. Los diarios son inquietos, accesibles, inteligentes y en absoluto pretenciosos. Incluso los momentos de tensión o angustia están contados con afabilidad y candor, encuentros con la gente, con los militares, con los compañeros de residencia, patinadas en el hielo, polenta para todos, escuchar a Beethoven y a los Redondos. Las fotos son, en cambio, el horror y la belleza de la Naturaleza. Un lugar pintado de negro por la divinidad. Brumoso, hostil, abandonado. A veces nos preguntamos qué estamos viendo, qué ve Lestido: la luna derramándose en la noche ántártica, un cielo que parece una ola marina de negrura, una bruma y el ¿mar?, salpicado de motas oscuras, los pingüinos como alivio, el blanco como regalo y alhaja cuando aparece, animales y barcos fantasma, fotos donde se ve el viento (se siente el viento), fotos donde lo que aparece desafía la comprensión (tierra abstracta), las montañas como castillos derrotados, las montañas  rodeadas del humo de las fumarolas, piedras que simulan puertas gigantes, refugio de dioses olvidados, las montañas de la locura. 

La fobia a los espacios abiertos se llama agorafobia. Tiene menos fama que la claustrofobia y parece menos lógica, pero, en realidad, no lo es. O no tanto. Del encierro se puede salir. ¿Hacia dónde ir cuando ya se está afuera? En Antártida Negra (los diarios) Lestido insiste en que quiere volver a la Antártida, que este viaje al negro es una introducción y que algún día irá al blanco, incluso juega con la posibilidad de invernar, es decir, pasar ahí los meses más fríos sin posibilidad de volver. ¿Lo hará? “Ni loca”, dice ahora. “Lo que necesitaba ya está. Y además fue muy complejo trabajar las imágenes. Yo siempre las voy asociando, armando un relato. Una guía. Y acá tuve que revelar todo y encontrar ese relato y la verdad es que dar con lo que estaba latente fue muy difícil. Si volviera, sería otra cosa”.

Pero, por cierto, no suena como si tuviese ganas de volver aunque deje abierta una tenue posibilidad.

Publicar los diarios fue una decisión casi de último momento. Quería que el libro de fotos tuviese la menor explicación-información posible. “Poner nada más donde fueron tomadas las fotos y algunas citas”. (La de Quasimodo dice: “Cada uno está solo frente al corazón de la tierra/ traspasado por un rayo de sol/ y de repente es la noche”). Pero como suele suceder, la convencieron de decir más. “Vino Graciela Iturbide, la fotógrafa mexicana. Estuvo de visita, comimos juntas. Le conté todo sobre el viaje. Ella me decía ‘¿Y eso está en el libro?’ Todo el tiempo. Yo le decía que no. Y ella insistía con que tenía que estar: no sabía que las islas volcánicas eran negras, no sabía del aislamiento y los problemas con el transporte, le parecía fundamental. ‘¿No llevaste diario?’, me preguntó. ‘Aunque sea volvelo a leer’”.

Le hizo caso, lo releyó. Y después intervino Juan Forn y apareció la colección y hubo sincronía. 

Los diarios acompañan el vértigo de estas imágenes delirantes. Igual resulta increíble que una persona haya estado tan cerca de esta roca hermosa y terrible. Pero ella vivió ahí. Hay gente que vive ahí. “Dentro de todo la estancia fue benigna, aunque muy dura”, dice Lestido. “Me gusta que haya sido dura. La Antártida es así. En su película Herzog se disgusta cuando llega a una base americana y se da cuenta de que es como una ciudad. Tanta comodidad. Cuando uno quiere intentar llegar a lo real, es mejor una experiencia más ardua. Porque la Antártida es un lugar extremo.” Y reconoce: “También te desestabiliza, especialmente después de mucho tiempo. La espera, la incertidumbre, la falta de comunicación. En las Orcadas tienen una médica pero si hay durante el invierno hay una emergencia que ella no pueda resolver, se acabó. Es enloquecedor no poder decir me cansé, me vuelvo, quiero mi casa”.

En casa, Adriana Lestido leyó De caminar sobre hielo –otra vez Herzog–. Leyó, en el viaje, Conquista de lo inútil, los diarios de Fitzcarraldo, aquellos de la confesión de amor y odio por la selva, la contradicción de lo sublime. Herzoguiana (¿romántica?) Lestido escuchaba a Beethoven en la Antártida. Pero, hablando de Herzog hoy, en su casa, se ríe. “Fue la compañía de un grande, no me comparo un segundo. Es alguien para mí importantísimo, lo conocí cuando estudiaba, en 1979. Todo lo que hace me conmueve. Pero no lo veo a Herzog tratando de fundirse con el paisaje. Es una cuestión de temperamento”. Ella sí lo intenta. Ella no es tan peleadora como Herzog. Y escribe en los diarios: “Llegar a mí, de eso se trata: a mí en este lugar. Dejar que el espíritu hable, sea. Dibujarlo con luz”.

Los libros Antártida negra, el de fotos (Capital Intelectual, con el auspicio de Mecenazgo de  la Ciudad de Buenos Aires) y Antártida negra. Los diarios (Tusquets, colección Rara Avis) se presentan ambos el martes 24 de octubre a las 18 en la Fundación Fortabat, Olga Cosettini 141. A las 19 se inaugura la muestra fotográfica.