En 1967, Alcira Argumedo, una joven socióloga conmovida, como tantos de su generación, por los ecos de la Revolución Cubana, emprendía un viaje iniciático por Bolivia, Perú y Ecuador. “No sabíamos que estaba el Che en Bolivia, nos enteramos después”, dice, medio siglo más tarde, la hoy diputada nacional, puesta a reflexionar sobre las transformaciones en el campo de las ideas políticas que acompañaron a la figura de Ernesto Guevara. “Yo creo que el Che fue el símbolo más noble de una etapa que fue una revolución mundial, porque entre la Segunda Guerra y 1973 se produce la llamada Revolución del Tercer Mundo, que es casi el 80 por ciento de la población mundial que durante los cuatro siglos anteriores había estado subordinada a dominios coloniales o neocoloniales de las potencias occidentales. Entonces se dan los procesos de liberación, la descolonización en África, los gobiernos populares en América latina. Estos procesos, salvo con Gandhi en la India, lamentablemente se tuvieron que llevar adelante mediante la violencia. El Che estaba en Guatemala cuando el golpe, entendió lo que todo eso significaba. Guevara es una de las imágenes más nobles de ese tiempo, un ejemplo de ética y de entrega para nuestra generación.”

–¿Qué significó para ustedes, los estudiantes y los intelectuales, que hubiera un argentino en la Revolución Cubana?

–Te hacía sentirla como algo muy cercano. Nos metimos por primera vez en manifestaciones cuando fue la invasión a Bahía de Cochinos. Fue todo un shock sentir fuertemente la represión, que siempre había caído sobre el movimiento de los trabajadores y la resistencia peronista, no todavía hacia el campo universitario. Fue una conmoción muy importante la Revolución Cubana. No sólo había un argentino, sino que además eran tipos  casi de nuestra generación, apenas diez, doce años más grandes, y eso te empujaba a buscar canales de militancia, a pensar nuevas alternativas. Yo estaba en Sociología: en ese momento te enseñaban unas idioteces de proporciones, como cuadros de doble entrada donde explicaban científicamente que las pelirrojas eran más autoritarias que las morochas, ¡y mientras tanto estaba estallando el mundo! Esto nos hizo tener una visión bastante disruptiva de las enseñanzas tradicionales.

–En 1968, con Horacio González y otros formaron las Cátedras Nacionales. Acababan de matar al Che. ¿Cómo se abordaba allí su figura?

–Era uno más, no había jerarquización. Más que una reivindicación de su pensamiento, alrededor de él se forjó una especie de compromiso: el Che pasó a ser una figura simbólica muy importante en términos de que su sacrificio no hubiera sido en vano. Además, el movimiento de masas llevaba años proscripto a través de formas violentas. En la matriz ideológica de la filosofía jurídico-política liberal está el derecho a la insurrección, porque la Revolución Francesa fue una insurrección contra la tiranía. Esto llevó a legitimar la posibilidad de un enfrentamiento político violento, con  todas las discusiones del caso. A muchos nos llevó a replantear el pensamiento hegemónico en el campo de las ciencias sociales y la política. Hasta ese momento daba igual si Weber había escrito a comienzos del siglo XX o en Bolivia el año pasado. Cuando vimos que había condicionantes histórico- culturales y, por lo tanto, políticos, dijimos: en América latina las grandes ideas se dan en el campo de la lucha, hay que preguntarse cuál es el potencial teórico de esas políticas. Eso nos llevó a buscar y encontrar que acá estaba el pensamiento más avanzado del mundo. La primera democracia integral con todos los seres humanos reconocidos como tales, sin esclavitud, fue Haití, y los destrozaron. En las lenguas precolombinas, por ejemplo, no existía la palabra “pobre”, no concebían la existencia de personas que no tuvieran, dentro de sus patrones culturales, sus derechos materiales y espirituales cubiertos. Tenían un sentido profundamente comunitario, con valores de solidaridad, cooperación y reciprocidad que pasaron a los líderes de la Independencia a través de sus tropas, que estaban formadas por indígenas, negros, zambos. Es ahí donde se gestan las bases de una matriz latinoamericana de pensamiento.

–Formaste parte de la Resistencia peronista, ¿cuándo advirtieron que la salida debía ser peronista y por izquierda?

–El peronismo fue un movimiento nacional y popular bastante amplio. El problema es que ahí hubo un gran debate con el marxismo. Con Marx, a quien yo admiro, no se pueden eludir los condicionantes histórico-culturales. Él pensaba en sociedades autónomas con un horizonte cultural relativamente homogéneo: los campesinos alemanes se hacían proletarios al llegar a las ciudades alemanas donde eran explotados por los burgueses alemanes. Por eso aparece una novela como Príncipe y mendigo, de Mark Twain, en la que un mendigo toma un buen baño, aprende modales y pasa por un gran señor. La problemática era la explotación social. En América latina se agregan dos aspectos de una gran complejidad: la subordinación nacional bajo formas coloniales o neocoloniales y la problemática étnico cultural, porque toda la gama de pueblos originarios no pasan por príncipes por más que los refriegues. Lo más revolucionario del peronismo fue el fortalecimiento de la dignidad de los trabajadores, de los “cabecitas negras”, casi equivalente a cuando Artigas hizo ciudadanos plenos a negros, indios y mulatos.

–Los símbolos eran Evita y el Che.

–Eran dos figuras enormes, emblemáticas, ejemplos a seguir. Evita tenía una vocación de reivindicación de los más desposeídos, y el Che, todas sus características éticas, con su convocatoria al hombre nuevo. Era altamente atractivo pelear por eso. Además, el ambiente internacional demostraba que la transformación era posible, más allá de las distorsiones que se dieron después en cada proceso revolucionario. Somos hijos de un espíritu de época que rompía con muchos elementos: al mismo tiempo aparecieron la minifalda, la pastilla anticonceptiva, el amor libre. Fue toda una revolución política y cultural y ellos fueron las figuras más cercanas. Esta ética del Che, su entrega, ese despojo por los intereses materiales, transmitían una vocación política muy sensible, ligada a una presencia cercana, que hacía pensar que todo era posible.

–¿Cómo fue la relación del Che con el peronismo?

–Yo creo que fue apasionada y tormentosa, porque en la Facultad de Medicina había sido un típico muchacho antiperonista. Hay una anécdota muy graciosa de Fidel: en el año 48 Perón no debería tener más de dos peronistas en las universidades, entonces decide armar una Federación Latinoamericana de Estudiantes Universitarios en Bogotá, con tal puntería que el día del encuentro se larga el Bogotazo con una represión brutal. Dos delegados cubanos estaban metidos en el despelote y no sé cómo logran comunicarse con la embajada argentina, que los rescata. Cuando la CIA desclasifica documentos secretos, se ve cómo los tenían catalogados: ‘Castro Ruz, Fidel: agitador estudiantil peronista de origen cubano’. O sea, mientras el Che era antiperonista acá, Fidel era considerado un agitador peronista. Después de la Revolución sí, se establecieron ciertas relacionesy empezaron a viajar algunos peronistas a Cuba, como John William Cooke. Y entonces se armó ese debate descomunal acerca de si el peronismo, para hacerse revolucionario, tenía que hacerse marxista, o si tenía un potencial transformador como parte de estas tradiciones latinoamericanas.

–Pasaron 50 años del asesinato del Che, ¿qué valoración hacés hoy de esta figura histórica ya transformada en leyenda?

–Yo lo sigo reivindicando en toda su magnitud. El tema es que la restauración conservadora distorsiona su imagen. De ser un símbolo ético de la entrega, de la búsqueda de un mundo nuevo, el Che pasa a ser un asesino violento. Esto forma parte de la lucha cultural, porque el neoliberalismo no es sólo una política económica, es toda una percepción cultural que se ha ido imponiendo.

–Para convertirlo en remera y no mucho más.

–Yo creo que fueron neutralizando o banalizando su figura. De todas maneras, sigue siendo una figura irritativa, porque siempre está la sensación de que los sectores jóvenes más nobles en estas sociedades, antes o después, se ponen la camiseta del Che.

Leer el artículo en Caras y Caretas