Argentina apareció la semana pasada como el Campeón Mundial de Deuda, de acuerdo con datos sobre las economías emergentes. Una información desde ya ninguneada por la denominada prensa hegemónica. Pero vale detenerse en cuáles serían los alcances de su impacto, aun cuando tuviera la difusión adecuada. 

Como sí informó este diario, que es otro de los medios acosados por las apretadas oficiales, las emisiones en moneda extranjera del gobierno nacional desde diciembre de 2015 superan a las de países como China, Corea, Méjico, Arabia Saudita, Indonesia, Rusia y Turquía, según la agencia especializada Bloomberg. Incluso hay provincias muy bien rankeadas. La de Buenos Aires figura en el puesto 23. En números redondos: Argentina ya emitió bonos por unos 55 mil millones de dólares en el mercado financiero, con punto de partida en la desregulación y liberalización de los movimientos de capitales, apenas asumido Macri, junto con el pago a los fondos buitre. Allí mismo se inscribe el lanzamiento de un título en dólares a 100 años, y antes de que finalice 2017 se buscará colocar deuda por otros 5300 millones de dólares. Hasta agosto de este año ya habían fugado capitales por más de U$S 30 mil millones, y el proyecto de ley de Presupuesto prevé emitir otros U$S 30 mil millones en 2018. De estos últimos, un tercio ya será para pagar deuda contraída por la gestión Macri. La fórmula es sumar al ajuste un endeudamiento más o menos de por vida. Mientras tanto o precisamente porque esa es la receta, con una altísima tasa de interés interna y un tipo de cambio planchado (que el Gobierno calcula entre 19 y 20,5 pesos en 2018), los especuladores se llevan un 10 a 15 por ciento de rendimiento en dólares gracias a la bicicleta financiera. Es otro título mundial, sin necesidad de acceder a Rusia, ni  preocuparse por la altura de Quito ni por que el medio campo lo ahoga a Messi contra el escalonamiento de la defensa contraria. El Estado usa esa campeonísima deuda para financiar el desajuste comercial y la fuga de capitales, como señala el último informe del Observatorio respectivo de la Universidad Metropolitana para la Educación y el Trabajo. En contrapartida, los funcionarios económicos vaticinan en voz baja que las exportaciones de Vaca Muerta y del sector automotor -y casi nada más- serían suficientes para atenuar el déficit generado por el modelo. De lo contrario, siempre en voz baja, devaluación. Un chiche.

Como también acaba de señalarlo el Instituto de Finanzas Internacionales que nuclea a los principales bancos del mundo, Argentina continuará siendo un terreno de prosperidad financiera  incomparable. Auguran un “robusto apoyo público para la actual dirección” y sugieren, con plena confianza, que debido al favorable resultado electoral previsto para el 22 de octubre “las facciones pragmáticas de la oposición estarán más dispuestas a apoyar las medidas promovidas por el Gobierno”. Cristina ganará una banca pero, refuerzan, “parece ser que quedará aislada en el Congreso”. El economista en jefe para América Latina del IIF, Martín Castellano, agregó que “la implementación de reformas permitirá amortiguar la exposición del país frente a rápidos cambios en el apetito inversor”. Cualquier avispado no requiere traducciones de ese cínico eufemismo, pero por las dudas: Argentina es una orgía especuladora que terminará como hoja al viento al primer cambio brusco en las condiciones de inversión de “los mercados”, pero, si mientras tanto avanza con ajuste fiscal y modificaciones progresivas en la legislación laboral y previsional, algún hueso seguirá tirándosele. Tal como describió el diario La Nación, los ministros de Hacienda y de Finanzas, Nicolás Dujovne y Nicolás Caputo, podrán “percibir esa sensación” cuando, en estos días, concurran a la reunión anual del Fondo Monetario y el Banco Mundial. Los esperan sus pares de otros países y ejecutivos del sector privado, ansiosos por escuchar que todo está favor de la marcha argentina en y hacia un paraíso de especulación financiera, con una oposición política centralmente domesticada y una gremial que mayormente ya transó.

En la última edición de La Tecl@ Eñe, recomendable periódico digital, el sociólogo Artemio López publica un interesante artículo acerca de la relación entre el momento de votar y la “eficacia” de la economía. Cita el desencuentro entre lo que auguraba la mayoría de encuestadores y analistas, coincidentes en pronosticar un amplio o considerable triunfo de Unidad Ciudadana en territorio bonaerense, y el estrechísimo margen final de la victoria de Cristina. Menciona a su vez una nota publicada originalmente en revista Anfibia (“La Matanza, sin lugar para arrepentidos”). Y apunta cómo se sobreestimó, por parte del grueso opositor en general, la influencia de las condiciones económicas en la orientación del voto. Creció el desempleo, hubo los tarifazos y la multiplicación de cierres de pymes, las capas medias y bajas perdieron poder adquisitivo, pero todo eso y tanto más no funcionó en la extensión prevista como castigo al Gobierno. Ni hablar de las señales indesmentibles de la macro-economía, como ese hecho de ser campeones mundiales en endeudamiento de las geografías emergentes y del pedaleo financiero con que el oficialismo se enorgullece por habernos reintegrado al mundo de los piratas internacionales.  López indica que en la experiencia argentina, desde mediados de los 70 en cuanto al modelo socioeconómico dominante y sus consecuencias, casi todo pasó antes y casi todo volverá a pasar sin que nadie recuerde lo sucedido ni que, mucho menos, vaya a haber memoria cuando se trata de procesos globales y comportamientos financieros. Sigue entonces un recordatorio del economista canadiense John Kenneth Galbraith, “tan agraviado por los neoliberales al mostrar que el rey estaba desnudo”, en su Breve historia de la euforia financiera.

Dice Galbraith, en torno de que la memoria da síntomas de fragilidad extrema cuando es cuestión de asuntos económicos y financieros: “El desastre se olvida rápidamente. Cuando vuelven a darse las mismas circunstancias u otras muy parecidas, a veces con pocos años de diferencia, aquéllas son saludadas por una nueva generación a menudo ‘plena de juventud’ y siempre con una enorme confianza en sí misma, como un descubrimiento innovador en el mundo financiero y, más ampliamente, en el económico. Debe haber pocos ámbitos de la actividad humana, como en el campo de las finanzas, en los que la historia cuente tan poco”. Y agrega con exquisita ironía que “la experiencia pasada, en la medida de que forma parte de la memoria de todos, es relegada a la condición de primitivo refugio para aquellos que carecen de la visión necesaria a fin de apreciar las increíbles maravillas del presente”.

Ese enfoque, alrededor de una (no) memoria social que puede servir entre poco y nada, tiene alimentos corroborados cotidianamente. Macri estuvo el jueves pasado en la Convención Anual de la Cámara Argentina de la Construcción, y fue ovacionado por la misma gente que supo aplaudir a José López. De paso, el Gobierno privatizó de facto a Vialidad Nacional en beneficio de la patria contratista, entre cuyos usufructuarios principales se cuentan el Presidente y su familia, y se le movió un pelo aproximadamente a nadie aunque la obra pública pase a gozar de adjudicaciones directas, de control incierto: ¿puede imaginarse la reacción que hubiera acontecido durante el kirchnerismo con una medida semejante? En sentido similar, el PAMI terceriza servicios a través de una Fundación (¿?). Cristina fue a una entrevista en una radio donde minutos antes de su llegada había patrulleros y un carro de Gendarmería, por una orden de allanamiento en, claro, casual coincidencia. Las tarifas de luz serán aumentadas en la semana siguiente a las elecciones, y para las de gas ya anunciaron un incremento superior al 40 por ciento en diciembre. La nafta también subirá días después del 22 de este mes.

Es improbable encontrar antecedentes de algún gobierno que haya avisado tanto lo que hará, presuntamente en contra del favoritismo popular, en medio de un proceso electivo. Pero en la cancha se ven los pingos, y no sólo vale por el resultado de los comicios inminentes. La historia nunca deja de dar vueltas.