La Iglesia católica argentina podría seguir ocupando un espacio marginal dentro de la milenaria y nutrida vida eclesiástica, sin embargo, la inesperada y, para otros, la milagrosa transformación de Jorge Bergoglio en el Papa Francisco la lleva a ocupar el centro de la historia más grande del cristianismo. Ni el más delirante humorista podría haber imaginado, décadas atrás, que un cura nacido en un barrio porteño, peronista e hincha de San Lorenzo ocuparía la cátedra de San Pedro. Sin embargo, Bergoglio no surgió por generación espontánea. Así como los grandes jugadores de fútbol son productos de millones de hombres hablando apasionadamente sobre este deporte, viendo y jugando en clubes y en potreros, el actual Papa tiene en el entorno donde se educó una rica tradición que termina por darle forma definitiva a su figura y justificar, de muchas maneras, la elección del Colegio Cardenalicio para que el cura argentino ocupe el lugar central de la Iglesia Católica. 

La historiadora de la Iglesia en la Argentina e investigadora de Conicet, María Elena Barral, en su reciente libro publicado por Sudamericana, Curas con los pies en la tierra, no se ocupa de la vida de Jorge Bergoglio, es más, solo lo menciona una vez en todo el libro, y en un hecho menor, cuando en 1996 siendo obispo coadjutor del monseñor Antonio Quarracino, visita la Villa 31, donde 8 miembros del Grupo de Curas en Opción por los Pobres llevaban a cabo una huelga de hambre. Este libro tampoco se detiene en la vida de Carlos Mujica o de Enrique Angelelli ni de otras figuras relevantes de la vida sacerdotal argentina. Por el contrario, el libro está compuesto por diez crónicas de curas anónimos y un análisis profundo sobre la manera en que estos se relacionaron con la política local o nacional. 

María Elena Barral (a manera de hipótesis) fundamenta que estos curas debieron abandonar la sacristía e involucrarse en el terreno social y político porque la Iglesia católica quiso ocupar el espacio público y proporcionar los fundamentos del orden social, que por lo general ocupaban otras instituciones u organizaciones políticas. Desde este recorte se puede ver en el transcurso del libro que desde siempre existió un vínculo tenso, pero enriquecedor de las relaciones entre los curas y la política. 

Por otro lado, durante las distintas historias del libro, se puede percibir que los feligreses siempre ocupan un lugar de importancia ya sea en el acompañamiento o en el enfrentamiento con los curas, e incluso, en algunos casos puntuales, tratando de destituirlos, convirtiéndose en actores de las decisiones políticas eclesiásticas.

A pesar de que los curas responden a estrategias de políticas que emanan de las autoridades eclesiásticas, estos no se comportan solo como transmisores de esa prédica –deja en claro María Elena Barral–, sino que en muchos casos deben participar de la vida pública y política del pueblo por sus propias necesidades y de los habitantes del lugar, en momentos históricos disímiles ya sea en la defensa de una monarquía católica, o tomando partido durante la Revolución de Mayo, o durante el clientelismo decimonónico en Traslasierra; en el proceso de “romanización” de la Iglesia católica, la encíclica Rerum Novarum, en la lucha contra el capitalismo y el comunismo; el catolicismo posconciliar; y la tradición y la memoria de los mártires de los años setenta.

La primera “breve biografía” de Curas con los pies en la tierra es la del “alborotador” Fernando Quiroga y Taboada, durante su estancia en Gualeguay, más específicamente en el año 1782. Un capítulo que sirve para entender las actividades de los curas pampas y cómo funcionaban las parroquias rurales. Algo similar sucede en la segunda crónica de 1784, en la cual el cura con los pies en la tierra es Juan Francisco de Castro y Careaga. Sin embargo, en la siguiente historia aparece como contexto histórico la Revolución de Mayo, pero centrada en el viaje de Rosario a la Cordillera del cura Julián Navarro y, además, su participación en la política revolucionaria: ya sea en San Lorenzo, en San Isidro o en el Ejército de los Andes. Otro capítulo se sitúa en 1828, con la crónica del cura unitario Julián Faramiñán y la historia de Francisco de Paula Robles, acusado de colaborar con el levantamiento rural contra Lavalle en el que Juan Manuel de Rosas iba cobrando un protagonismo ascendente.

De las siguientes biografías la más conocida, porque aún tiene la aureola de santo fresca, es la del cura José Gabriel Brochero. También se narra la historia entre Luján y la frontera de Jorge María Salvaire. 

El libro concluye con los curas y laicos al servicio de “un experimento social”, con los curas peronistas y antiperonistas participando de la muerte de Evita; la historia de Pepe de Moreno en 1976 y el Grupo de Curas en la Opción por los Pobres (OPP). 

Es interesante ver cómo cada una de estas historias nos indica una manera de mirar y, en muchos casos, de descubrir intervenciones políticas pocos conocidas. No solo “permiten explicar la persistencia de estos actores de la vida social en un período extenso y al mismo tiempo descubrir sus singularidades”. 

Muchas veces lo que predicaban, enseñaban u opinaban los curas no fue interpretado de la misma manera por la comunidad católica, e incluso no eran escuchados, sin embargo, asegura la autora, “una buena parte de las nociones que circularon en esos discursos y esas prácticas configuraron construcciones políticas de larga duración en nuestra breve historia como país.”

Este libro puede leerse de distintas maneras, con el placer de conocer pequeñas biografías, historias desconocidas para la mayoría de los argentinos, que de alguna forma explican la vida agitada de nuestro pueblo y la permanente relación conflictiva con la iglesia, por otro lado (como de alguna forma esbozamos al comienzo de esta reseña) es una manera de explicar la aparición de un cura que nos resulta tan atado a lo mundano, al fanatismo futbolero, a los intereses políticos pero que sin embargo ha llegado a ocupar el sitio para dirigir la Iglesia y nada más ni menos que ser el cura con los pies en la tierra que es dueño de las llaves que abren y cierran la puerta del Reino de los Cielos.

Curas con los pies en la tierra, María Elena Barral, Sudamericana, 292 páginas