"Debo aclarar que todos estos textos conocieron primero las páginas fraternas del Rosario/12", escribe Jorge Isaías en la contratapa de su nuevo libro, Calle con paraísos añosos, publicado en Rosario por Ciudad Gótica. Esta recopilación de textos publicados en la sección Contratapa engrosa una lista de más de 40 espléndidos títulos, tanto en poesía como en prosa, donde Isaías trabaja desde la memoria un núcleo de experiencia inicial, originaria, luminosa, o lo que él llama "el mito pavesiano". "Dice Cesare Pavese que las primeras experiencias se transforman en mito y que el escritor cuando ya es grande tiene que escribir sobre ese mito", contó en una entrevista reciente, dando cuenta de la influencia de aquel poeta italiano.

Otro poeta cuyo espectro surca estas páginas es el peruano César Vallejo, que almorzaba solo rememorando "el sírvete materno" y a su padre "en el facundo ofertorio de los choclos". Pero la nostalgia, que es un potente motor de la expresión en Isaías, no se carga nunca de las tintas oscuras de la melancolía. Tampoco se encierra en la peripecia individual. Su recuerdo abraza lo comunitario. No fue solamente él quien perdió la arboleda que dignificaba el poniente: "Los ocasos, luego del desmonte como se llamaba al criminal talado de esos árboles pertenecientes a la estancia Maldonado, dieron pena honda mucho tiempo, pero luego la gente se fue acostumbrando", escribe. Lo perdido por aquella comunidad no fueron solamente "esas treinta hectáreas de coníferas" sino "el tiempo en que los ocasos rodaban detrás de aquellos robles centenarios, en un haz de fragores rojos y violetas". Isaías canta un paisaje social y natural en extinción, un ecosistema que va siendo arrasado por la economía del lucro máximo. Su insistencia en recordarlo es una forma de resistencia: al publicar los tesoros de la memoria, pone en común el saber sobre un mundo anterior.

Aquel mundo poblado de pájaros, cigarras y florcitas celestes de alfalfa (la pampa gringa santafesina, hoy barrida por el monocultivo sojero para el mercado global, por el éxodo de sus jóvenes a las ciudades y por los venenos agroquímicos) hace de trasfondo a sus comentarios críticos que valoran las virtudes literarias de poetas de la región. Isaías, a diferencia de Vallejo, no come solo. Sus contratapas son amables sobremesas de charla erudita y a la vez popular. "Tengo recuerdos de mis 2 ó 3 años", confesó en un tramo inédito de la mencionada entrevista. "Tengo la voz, el gesto, el andar de esa persona, aunque sea muy humilde". Contó también entonces cómo su pueblo natal y musa, Los Quirquinchos (a 137 kilómetros de Rosario), "se urbanizó para mis recuerdos para mal. Mariposas no quedan más. Ni perdices quedan. Los pesticidas han hecho su agosto. Es una tristeza andar por el campo. No hay árboles". La musa del poeta es una infancia donde "estábamos protegidos. Los pibes de los pueblos todavía siguen siendo protegidos por todo el pueblo", comentó.

"De los veranos vienen las antiguas cosas", escribe Isaías, y también: "Ahora me doy cuenta de que estoy lleno de voces". Recuerda vecinos, anécdotas, rumores, el esfuerzo de sus abuelos inmigrantes y aquella niñez que no necesitaba de juguetes porque había amigos con quienes salir al campo y ranas que cazar para luego freírlas. Jorge Isaías es profesor en Letras por la Universidad Nacional de Rosario.