Las víctimas sienten culpa: ¿cómo van a denunciar a su agresor, cómo podrían hacer algo que derive en su encarcelamiento? Pocas se reconocen como sobrevivientes; suelen tener el discurso del victimario tan incorporado en carne propia que se ven a sí mismas como desvalidas, inútiles, incapaces de cuidarse, de hacer algo por ellas mismas o por alguien más. Las especialistas de la Dirección de Orientación, Acompañamiento y Protección a Víctimas (Dovic) también dicen que muchas mujeres que padecen violencia machista a veces se aíslan de sus amigos, de sus familiares, pero por pudor: de tanto escuchar “cómo vas a dejar que te haga eso, cómo seguís con él, por qué no te vas”, se avergüenzan; prefieren evitar la posibilidad de ese reclamo, porque muchas veces esas mujeres no tienen la posibilidad de abandonar la casa que comparten con el victimario para ponerse a salvo. En la justicia, la policía, no suelen encontrar las puertas abiertas de inmediato. Por lo menos no en los tiempos que imaginan, y seguramente no en los tiempos que espera su urgencia. Pero cuando la situación es desesperada, hacen un click y ponen en práctica estrategias de supervivencia ideadas por ellas mismas. Que vean y valoren eso es parte del camino de salida. “Muchas se viven impotentes en la situación, pero en realidad esa mujer está viva. El agresor la podría haber matado y está viva”, dice una de las expertas. “Y que ellas entiendan eso también interpela a la sociedad misma, que le dice ‘flaca, vos no hacés nada por salir de esa situación’. Porque no es así”, agrega una de sus compañeras del organismo que depende de la Procuración General de la Nación. 

Abogadas, psicólogas y trabajadoras sociales dicen que las víctimas que llegan en busca de ayuda la mayoría de las veces tardan en entender “todo lo que lograron” hasta el momento de estar allí, en ese espacio que articula con los juzgados para facilitar el acceso de las víctimas a una justicia que no siempre comprende o no siempre está lo suficientemente sensibilizada como para -por ejemplo- evitar audiencias en las que víctima y victimario sean entrevistados a la vez, a la par, como si de un conflicto entre vecinos por una medianera se tratara. 

Entre agosto de 2014, cuando fue creada, y fines de septiembre de este año, la Dovic abordó un total de 3936 casos. Son historias de personas que piden ayuda, en su mayoría, por situaciones de violencia machista (1016 casos), pero también hay pedidos por maltratos y abusos sexuales contra niñas o niños (865 casos), trata y explotación (586), pedidos de uso de Cámara Gesell (664), consultas tratadas en conjunto con la Oficina de Asistencia Integral a la Víctima del Delito (350) o de orientación e información con la Coordinación General (249), y casos de violencia policial (206).

Los casos concretos, judicializados, de personas con nombre y apellido -que aquí serán preservados–, con situaciones reales resueltas por esas mujeres muchas veces sin más herramientas previas que la necesidad de sobrevivir: eso es lo que conocen la titular del organismo, Malena Derdoy, la coordinadora Andrea Bonardo, las psicólogas Natalia López, Susana Larcamon y Virginia Salguero, las trabajadoras sociales Cristina Ochoa y Laura Di Bella, la abogada Denise Feldman y el estudiante de Derecho Nicolás Reynoso. Eso es lo que cuentan cuando este diario pregunta qué es eso que logran, cómo, qué estrategias ponen en marcha, qué cosas hacen las mujeres víctimas de violencia machista para seguir vivas.