No es mi intención hacer un análisis político completo de la elección a un par de días, no creo que se pueda ser racional con el corazón todavía en la boca. Más bien compartir algunas reflexiones que me preocupan.
Empiezo por lo primero: no es verdad que quienes votaron a Milei no conocen sus propuestas y sus opiniones políticas. En cualquier estudio de opinión salía muy claro el conocimiento de las propuestas del presidente electo, incluso en los estudios focales previo al ballotage aquellos que seguían indecisos reconocían que el candidato estaba mintiendo en la etapa final como una estrategia electoral (para algunos más válida y para otros no tanto). Milei estuvo sistemáticamente en los medios repitiendo una y otra vez lo mismo, los argentinos no son boludos. Las lecturas paternalistas de la política progresista que creen que la gente, y sobre todo los sectores populares, votaron sin saber están plagadas de prejuicios ideológicos y de clase que no se condicen con ningún dato.
¿Eso quiere decir que estén de acuerdo con esas propuestas? en lo más mínimo, pero no es lo mismo. El candidato libertario logró movilizar dos emociones claras: por un lado la esperanza de un futuro mejor, que estaba liquidada para gran parte de la población, de la cual ya hablamos en otras ocasiones. Por otro, el enojo, que tampoco requiere una gran explicación a esta altura. Ahora bien, y esto es lo que más me interesa, estas emociones no hubieran funcionado sin una complementaria: la apatía, la indiferencia, el “no me importa” que frenó el potencial de la campaña del miedo a pesar del amplio conocimiento de sus propuestas e incluso sus consecuencias. Y este, este punto es el que me preocupa y que creo que la política tiene que observar con profundo cuidado.
En los momentos de grandes crisis económicas y políticas, como el que vive la Argentina hace ya unos años, las personas tienden (tendemos) a desarrollar barreras emocionales para lidiar con una realidad dura de digerir. No solo es refugiarse en los afectos, lo cual es más que bienvenido, es también el desarrollo de una capa cada vez más gruesa de distancia con la realidad, de indiferencia, como una anestesia. La misma que permite hoy pasar por al lado de cientos de personas en situación de calle y seguir como si nada, cuando una década atrás hubiera partido el corazón de cualquiera. Esa insensibilidad conlleva también procesos de negación colectiva, que se repiten a lo largo de la historia y permiten naturalizar todo tipo de escenarios incluso los más inhumanos.
La política es profundamente responsable de este estado de indiferencia en el que se encuentra parte de la sociedad por motivos que no creo que sea necesario repetir en este artículo. La distancia con los problemas de la gente y el sentir colectivo es total. La casta existe. Escucho mucho estos días decir que hicimos una campaña perfecta, profesional, sobresaliente… es cierto. La pregunta que subyace es ¿es eso lo que se necesitaba? ¿el político más profesional con los mejores argumentos racionales? No quiero hacer leña del árbol caído, lo dimos todo en un contexto muy difícil, hubo una importantísima participación ciudadana en el último tramo, e incluso hay que reconocerle al propio Sergio Massa que dejó todo. Son debates contrafácticos que poco importan. Sin embargo, creo relevante dejar planteada la pregunta para el proceso que se viene, porque, si insistimos en la misma estrategia corremos el riesgo de terminar de alejar la política de este lado de la gente y, sobre todo, que el sentimiento de apatía e insensibilidad crezca.
El escenario es complejo, esto no es 2015, se está consolidando un proyecto militante de derecha y estamos atravesando niveles altos de intolerancia, en todos los sentidos. Si el campo nacional y popular ahora entra en un estadío de histeria y movilización permanente por todo y por igual, si se pone a la delantera del vacío, ese sentimiento podría crecer y permitir aún más la legitimación del accionar del futuro gobierno de Javier Milei. Podríamos profundizar la anestesia social, doblemente peligrosa en un evidente crecimiento de la violencia política y social. Y a su vez consolidar una porción mayor de su electorado en defensa de sus propuestas.
Son semanas para escuchar, con paciencia, y hacer una profunda autocrítica. Para permitirnos estar mal y ser sensibles a lo que sucede. Y elegir nuestras batallas, que no hay dudas las daremos firmes como siempre. Luego, habrá que tomarse en serio el pensar un proyecto con perspectiva de futuro humano que rompa con la cruel inercia de este status quo. Sin silenciar a los propios en el proceso. Construir una invitación política mayor que a la simple resistencia. La campaña negativa y el miedo fueron necesarios, pero no suficientes. La resistencia será necesaria, pero no suficiente. Hay que discutir política.
*Socióloga, especialista en comunicación política, coordinadora de Disputar.