Influencer en bicicleta

Se requería una dosis enorme de audacia para cruzar Estados Unidos en bicicleta sola, a los 17 años. Pero eso es lo que hizo la norteamericana Ruth Orkin en 1939. Durante cuatro meses, atravesó desde Los Ángeles hasta Nueva York con su bici, su cámara de fotos y 25 dólares en el bolsillo. Así, además, fue como inició su prolífica carrera como fotógrafa: trabajó en prensa gráfica, ganó premios y dirigió películas con su marido, Morris Engel. A comienzos del mes próximo, la Fundación Henri Cartier-Bresson, en París inaugura la muestra Ruth Orkin, Bike Trip, USA, 1939 donde podrán verse las imágenes que esta joven tomó en esa travesía, inspirada en la aviadora Amelia Earhart, a quien adoraba (Amelia fue la primera mujer en cruzar el Atlántico en un aeroplano llamado Friendship, en 1926). La muestra está acompañada por un libro editado por Textuel, que recupera algunas anécdotas en torno al viaje iniciático de Orkin. Allí se cuenta que Orkin se había acostumbrado a andar de acá para allá en su bici y siguiendo la huella de Earhart, también la bautizó; en este caso, la llamó Hércules. Para llevar adelante su viaje, logró recaudar la pequeña cantidad de dinero necesario ganando un premio en un concurso para jóvenes diseñadores organizado por una revista femenina. Ella propuso una estampa de bicicletas entrecruzadas, vistas desde arriba, que incluso devino en patrón que apareció en telas de diseño. A la prensa de la época le intrigó el periplo de la chica y le dio gran cobertura. Ruth posaba para las fotos con vestidos hermosos y pegaba los recortes junto a sus propios comentarios en un álbum, como la influencer pionera que fue. Orkin vivió entre Hollywood y Nueva York e incorporó el cine en su lenguaje fotográfico creando escenas que parecen fotogramas. Además fotografió a muchas celebridades de la época desde Lauren Bacall a Tennessee Williams, Marlon Brando o Alfred Hitchcock.

Los reyes magos

Un grupo de científicos del departamento de psicología de la Universidad de Aberystwyth, en Gales, convocó a 200 magos de diversos lugares (algunos pertenecen a organizaciones que merecerían nuclearse en la CGT, como El Círculo Mágico, La Sociedad Norteamericana de Magos o La Hermandad Internacional de Magos) para un estudio sobre creatividad y resiliencia. De hecho, los científicos creen que, contrariamente al lugar común, los artistas son menos propensos a tener problemas de salud mental. Pero además comprobaron que los magos tienen aún menos alteraciones que artistas de otros gremios: son los reyes de la salud mental. La investigación, publicada en la revista BJPsych Open de la Universidad de Cambridge, midió los rasgos psicopatológicos de esta comunidad y comparó los resultados con datos de otros grupos artísticos y de la población en general. Los magos obtuvieron puntuaciones más óptimas que otros tipos de creativos y personas “normales”, como puntualiza el estudio. A pesar de que su trabajo implica profundizar en el misterio, ellos demostraron tener menos probabilidades de padecer alucinaciones, desorganizaciones cognitivas o rasgos psicóticos. Gil Greengross, quien dirigió la investigación, dijo: “Los resultados demuestran que la asociación entre creatividad y psicopatología es más compleja de lo que se pensaba anteriormente”. También, que trabajar en zonas artísticas implica un desarrollo cognitivo que prepara mejor a las personas para enfrentar los desafíos cotidianos de la vida contemporánea.

El chico que cantaba lento

En diciembre, la casa Guernsey's subastará un conjunto de las primeras cintas de Bob Dylan. Los tres carretes en estuche pertenecen a la colección del escultor Steven Handschu y son un conjunto de masterizaciones del primer álbum de Dylan, grabado en los estudios Columbia de Nueva York por John Hammond durante dos días en noviembre de 1961. Las cintas, marcadas como “Bob Dylan, Job # 64937, 11-20-61 1D/2D/3D”, son interesantes para los estudiosos del artista ya que contienen no sólo las canciones que componen su álbum debut sino también conversaciones de estudio y, aparentemente, tomas y canciones adicionales. Pero todo en forma separada. Es decir, en una cinta está la voz de Dylan, su guitarra en una segunda y los comentarios del productor Hammond en una tercera. “Tener cintas de este tipo era común en aquella época”, explicó el ingeniero de sonido Scott Steinman, encargado de digitalizar este material en el Electrical Studio de Chicago. “Si una cinta se perdía o dañaba, existía una copia de seguridad. Los estudios podían crear múltiples masterizaciones grabando simultáneamente en dos grabadoras alineadas. Dado que cada número de carrete designado en estas cajas de cintas termina con una letra D (es decir, 1D, 2D, 3D), estas cintas posiblemente podrían ser duplicados”. Handschu recibió las cintas de su compañero de cuarto en Nueva York en 1966, un ordenanza al que se le permitió llevarse el material que iba a ser desechado tras la grabación original en los estudios del sello Columbia.

Boquitas pintadas

Durante siglos, una caja de cartas permaneció sin abrir en los Archivos Nacionales del Reino Unido, hasta que el profesor Renaud Morieux, de la Universidad de Cambridge, las abrió y las leyó por primera vez. Lo que encontró fue una colección de íntimas emociones humanas registradas en el apogeo de la Guerra de los Siete Años (1756-1763). Morieux había solicitado la caja de correspondencia de los archivos “por curiosidad” mientras investigaba para un libro sobre la guerra anglo-francesa. Se encontró con más de 100 cartas, encuadernadas en tres fajos con cinta, casi todas ellas todavía selladas. Así se convirtió en la primera persona, dijo en un comunicado, “en leer estos mensajes tan personales desde que fueron escritos” hace 265 años. La correspondencia data de entre 1757 y 1758, durante un período en el que franceses e ingleses se encontraban inmersos en un importante conflicto por el territorio de América del Norte. Las cartas eran de remitentes francesas, mujeres sobre todo. Esposas, prometidas, madres, hermanas enviaban sus noticias a los marineros que servían a bordo del barco militar Galatée, que se dirigía desde Burdeos, en Francia, a Quebec, en Canadá. Pero el barco que transportaba estas cartas nunca llegó al Galatée: fue capturado por la Marina Real británica y sus 181 hombres de tripulación, hechos prisioneros de guerra. Años más tarde, las cartas fueron trasladadas al Archivo Nacional, donde permanecieron olvidadas, hasta la llegada de Morieux ahora. El historiador comentó que los funcionarios parecían haber abierto y leído un par primero, sólo para almacenarlas después. Eso, sin embargo, le ofreció al descubridor una rica visión de las vidas, los amores y la alfabetización de los franceses del siglo XVIII. Además, pasó cinco meses identificando a todos los marineros a bordo del Galatée e interpretando las cartas. “Podría pasar la noche escribiéndote”, le escribió Marie Dubosc a su marido. Y agrega: “Soy tu esposa para siempre fiel. Buenas noches. Creo que es hora de descansar”. Marie murió al año siguiente, antes de que su marido fuera liberado y se volviese a casar en 1761. En una carta a su prometido Nicolas Quesnel, una mujer llamada Marianne lo elogió por escribir a su madre después de un largo silencio: “La nube negra se le ha ido al tener noticias tuyas”. Otra mujer, Anne Le Cerf, escribió apasionadamente a su marido, Jean Topsent: “No puedo esperar a poseerte”, dijo, antes de despedirse como “tu obediente esposa, Nanette”.