Dorcas Bressan tuvo un accidente en Bariloche, cuando hacía ciclismo de alta montaña, el año pasado. Se cortó los ligamentos cruzados anteriores y posteriores de la pierna izquierda y empezó un largo peregrinar. Psicóloga feminista, tenía 61 años, caminaba 8 kilómetros día por medio, y no quiso resignarse al discurso edadista que la condenaba a convivir con el dolor. Lo que vino después fue peor: combinó una operación con el médico Sebastián Serrano, que revisó sus estudios y la citó para el 5 de agosto de 2022, a primera hora de la mañana. Entró al quirófano para ser operada, contenta porque iba a recuperar autonomía y movilidad. Cuando volvió de la operación, el enfermero empezó a gesticular sobre su pierna derecha. La mujer le hizo notar el error, pero el enfermero insistió: le operaron la rodilla derecha, la que tenía sana. “Es doloroso vivirlo en carne propia, creo que muchos médicos, no todos, tienen que empezar a cuestionarse su práctica”, dice Dorcas, que inició un camino judicial de reparación pero considera que la palabra pública también es necesaria.
El relato del momento vuelve con su carga de impotencia. “Es gravísimo el error. A mí me lo dijo el enfermero. Yo llegué a la habitación bastante despierta. El enfermero me empieza a explicar y empieza a gesticular sobre mi pierna derecha. Y yo muy tranquila le digo ‘vos gesticulas sobre mi pierna derecha, pero en realidad es mi pierna izquierda la que está lastimada’. Entonces, me mira y me dice: ‘Pero le operaron la pierna derecha’. No, le digo, vos te estás equivocando, es mi pierna izquierda. Entonces me pide permiso para correr las sábanas y ahí veo el desastre. No sabía si era un mal sueño, una pesadilla. No, no, no, se equivocaron, tengo lastimada mi pierna izquierda. Son unos brutos. Salió el enfermero. No sé cuánto demoró en venir el cirujano”, relata Dorcas lo ocurrido aquel 5 de agosto.
Al rato –no recuerda cuánto tiempo transcurrió, sólo que se le hizo largo- llegó el médico. “Qué hiciste? Le digo, me jodiste la pierna izquierda. Le pedí que se retire, y él le empezó a explicar a mi marido. Me enojé con los dos juntos, porque ninguno de los dos me escuchó”, sigue la psicóloga que estuvo trece días en silla de ruedas, sin autonomía siquiera para prepararse mates.
La decisión de recurrir a la justicia le llevó un tiempo. “Estaba devastada, así que debí rearmarme”, dice sobre la demanda que inició por mala praxis, con un pedido especial para que se aplique la perspectiva de género. “Hay otra violencia racial y de género que comete Serrano, por eso yo digo que es un caso en el que se tiene que aplicar sí o sí la perspectiva de género. Cuando viene a mi casa y me saca los puntos, yo le vuelvo a preguntar qué había hecho. Y acá está la respuesta racial que él da, de discriminación. Me dice que la sociedad en su mayoría es diestra y las afecciones en su mayoría nos caen en la rodilla derecha y entonces para él, era la rodilla derecha. Entonces yo dije que este hombre no tiene en su representación imaginaria las minorías”, cuenta Dorcas. El médico había tenido acceso a la resonancia magnética de la rodilla afectada, y también había revisado a la paciente con anterioridad.
“Serrano es el responsable principal, los otros son cómplices ¿Y por qué digo cómplices? Porque esto es un delito, porque yo entré a quirófano por mi rodilla izquierda y ellos arbitrariamente abren la de rodilla derecha, y si bien dicen que no la encontraron en buenas condiciones, yi descreo de eso. Hicieron todo en la rodilla equivocada, sin mi permiso. Ahí es donde yo me pregunto y les pregunto a ellos, no a todos, pero sí, a los médicos que hacen estas malas praxis, qué les pasa con la otredad que se sienten tan impunes de creer que pueden tomar decisiones sobre el cuerpo de la persona cuando está anestesiada”, sigue Dorcas, que describe su sentimiento como “impotencia”.
En su pedido de reparación, considera que lo realizado por el profesional es “es violento, porque confirma que nunca me escuchó y la indiferencia es la peor de las violencias”. “Por eso yo digo que viola la ley 26.485, que además me produce un terrible daño económico, me resta dignidad al restarme autonomía, la fragilización de mi subjetividad y de mi psiquismo, que quedó estallado, porque yo tenía que ser asistida para todo. Y quedo en rehabilitación de por vida. Este daño no tiene vuelta atrás”, describe lo ocurrido.
“Por ejemplo me fui a pasear al sur en agosto y lo único que hice fue caminar. Y yo volví con dolor de rodilla derecha, así que tuve que pedir un turno de urgencia con el traumatólogo, que me pidió otra resonancia y me dijo esto es producto del manoseo que se le hizo. Todo el manoseo con tornillos, con injertos, produjo esto. Me dijo redoble la apuesta en la rehabilitación”, sigue el relato. La respuesta de Dorcas fue que debe trabajar, y tiene otros intereses en su vida más allá de la rehabilitación. Además, la obra social ya no le cubre las prácticas, así que debe afrontarlas en forma particular. Mientras tanto, puede caminar pocas cuadras.
Dorcas vive en Álvarez, una localidad cercana a Rosario. Cuando pudo denunciar, le hicieron una pericia médica que comprobó la discapacidad provocada, y por la ley vigente en la provincia de Santa Fe, se estableció una mediación con el médico y la clínica. Pero ellos no se presentaron. Recién ahí pudo hacer la denuncia que inició el proceso judicial. En ese marco, decidió hacer pública la situación. “Sentía mucha impotencia por la impunidad con la que se manejó Serrano”.
La mujer “invitó” a todas las personas “que sean o hayan sido víctimas de mala praxis o de cualquier otro abuso de poder” a hacerlo público. “Por qué le doy tanto valor a la denuncia pública, porque hay dos reparaciones que yo encuentro en esto: una es la reparación económica, pero salir del silencio es reparación, tiene un efecto que la palabra de la persona que fue dañada sea creída”, plantea, y pone como ejemplo su estudio “sobre las infancias abusadas o las violencias de género”. Considera que es importante “la denuncia pública y ponerle palabras a tu dolor. Salir del silencio ya es reparador”.
Le interesa dejar en claro que no está “buscando venganza”, como le dijo alguien, sino “que se haga justicia”. “Lo reparador para mi subjetividad, empezó a serlo a partir de la denuncia pública y que en algún momento se haga la reparación económica. Pero lo público tiene un efecto que empieza a zurcir la trama que se rompió por el impacto de la violencia sufrida. O sea, el efecto simbólico que tiene la palabra ante el trauma, porque ahí es cuando los hilitos de lo que está roto se empiezan a levantar y aparece la posibilidad de zurcir”.