La ciudad ausente, la ópera de Gerardo Gandini sobre libreto de Ricardo Piglia, basado en su novela homónima, regresa al Teatro Colón. Serán solo dos las funciones –el martes y el jueves a las 20–, con las que culminará Foco Gandini, el ciclo que celebró, con manifestaciones bastante aisladas y algo inconexas, el año del centenario del nacimiento del polifacético compositor, gestor y pensador argentino.
Valentina Carrasco tendrá a su cargo la dirección de escena y Christian Baldini, al frente de la Orquesta Estable del Teatro Colón, será el director musical de una nueva producción que contará, además, con la escenografía de Carles Berga, el vestuario de Luciana Gutman y la iluminación de Peter Van Praet.
Estrenada en 1995 en el Colón, con puesta de David Amitín y escenografía de Emilio Basaldúa, y reversionada en 2011 en el Teatro Argentino de La Plata por Pablo Maritano y María José Besozzi, La ciudad ausente constituye un caso especial dentro de la producción lírica argentina de las últimas décadas. En primer lugar por el sólo hecho de “ser” y también por la manera en que ese “ser”, hecho de retazos de tradiciones musicales y literarias, se abstrae del tiempo para resistir los embates de las interpretaciones.
Superposiciones de tiempos, estilos y géneros articulan una historia inmóvil, una trama fragmentada en la que las problemáticas del traslado de una novela a la ópera son parte activa y atractiva del asunto.
El cast de cantantes estará encabezado por la soprano Oriana Favaro, que interpretará el rol de Elena, la mujer máquina. El barítono Sebastián Sorarrain abordará el del impenitente amante Macedonio y el tenor Gustavo Gibert el del ingeniero Russo. El rol de Junior, un joven periodista de investigación, estará a cargo del barítono Alejandro Spies, mientras el tenor Andrés Cofré hará de Fuyita, el japonés encargado de custodiar el museo, y la mezzosoprano Mairin Rodríguez será Ana, la amiga de Junior que regentea un bar y una colección de recuerdos. Las sopranos María Castillo De Lima y Constanza Díaz Falú serán la ex cantante de ópera Lucía Joyce y la Mujer Pájaro respectivamente.
“Esta ópera tiene un texto maravilloso, muy poético, que sin embargo por momentos conserva el ritmo de la novela, es decir el de un texto de lectura, en el que uno si quiere puede volver para atrás. La música, en cambio, al ser cronológica, no nos permite eso, va siempre hacia adelante”, comenta Valentina Carrasco al comenzar la charla con Página/12.
“No resulta sencillo entonces hilvanar una trama entre los saltos espacio-temporales, las referencias filosóficas y metafísicas. De todas maneras se trata de un texto trabajado con gran curiosidad por la música de Gandini, que atraviesa distintas situaciones apelando a distintos géneros, un poco como sucede en el primer acto de Los Cuentos de Hoffmann, donde hay tres mujeres, una de coloratura, otra lírica y otra dramática”, continua Carrasco.
Radicada en Europa desde hace años, Carrasco, que nació en Buenos Aires, tiene un largo recorrido en la dirección de escena de óperas, entre títulos tradicionales –desde Mozart hasta Verdi, Wagner y Puccini–, y puestas contemporáneas. Desde 2000 colabora con La Fura dels Baus y recientemente dirigió la puesta en escena de Nixon en China, de John Adams, en la Ópera de París.
“La ciudad ausente es un clásico contemporáneo, tiene varias versiones que inevitablemente funcionan como referencia”, asegura Carrasco. “Eso nos pone en la situación de ser más didascálicos, si se quiere. Remé mucho para reconstruir una dramaturgia interna, para poder trazar un mapa espacio temporal que nos permita explicar el devenir. Para eso trabajé también con el humor, un elemento muy de Gandini”, agrega la directora de escena.
Entre el inicio y el final de una trama que destila distopías, una mujer, Elena, se va a perpetuar en una máquina que no es sino su voz que se va a repetir eternamente, mientras la ciudad diluye su historia hasta la ausencia. “Me parece muy importante el prólogo y el epílogo, porque coloca la voz de Elena como el hilo conductor de la ópera. Hay algo de abisal en esta voz que al final quedará repitiendo para siempre, incluso cuando ya no hay nadie”, advierte.
Evoca un momento del primer acto, en la segunda de las micro-óperas que articulan la trama: “Cuando se habla de la luz del alma de Elena, la didascalía del libreto dice que hay una luz que se mueve por el muro de la habitación mientras ella canta. Pensé en esas estrellas muertas, que ya no están pero su luz continúa llegando, la seguimos viendo por millones de años. Me pareció una bonita imagen, que el alma se convierta en una estrella que sigue dando luz, incluso cuando ya nadie la ve, porque la ciudad no está y queda un paisaje posapocalíptico”.
Entre la inmortalidad como condena y la ausencia como destino, la música de Gandini plantea y resuelve las más variadas situaciones dramáticas con maestría sentimental, sin inhibiciones de forma y estilo. Notable en este sentido resulta el recurso de las microóperas, que aparecen como las ventanas de un gran muro transparente.
“Macedonio con Elena, Lucía Joyce que coincide temporalmente con Macedonio, y luego la Mujer Pájaro. Son tres momentos de mucha intensidad”, dice Carrasco. “En particular la de Lucía Joyce, sobre la que logramos una ambientación muy estrafalaria, muy surrealista”, anticipa la directora de escena.
“Trabajando en esta ópera me sentí por momentos arqueóloga y por momentos astronauta. Me gusta este planteo de una trama que se estructura en varias capas, porque buscando por arriba o por abajo siempre encontrás algo”, asegura Carrasco, quien concluye: “pero más que interpretar qué quiso decir el compositor, lo que prefiero yo es delucidar lo que la obra está diciendo. Además, tratándose de un clásico, como es La ciudad ausente, nos podemos permitir ciertas infidelidades”.