“Soy un tipo con mucha suerte”, dice entre risas Benjamin Clementine del otro lado de la línea. Cuatro años atrás, cuando todavía dormía en terrazas de edificios, habitaciones prestadas o pensiones escondidas y se ganaba la vida cantando en el metro o tocando el piano en bares de mala muerte en París, ni en sus fantasías de optimismo más salvaje imaginaba todo lo que desde entonces le sucede: un viaje sin escalas de mendigo a príncipe y futuro del pop de vanguardia del nuevo siglo. Todo comenzó cuando el dueño de un pequeño sello francés de música electrónica lo escuchó en un bar, quedó magnetizado por su estilo de interpretación y le propuso grabar un EP en piano y voz que llegaría a las manos de un productor del mítico programa televisivo Later with Jools Holland. Su presentador, que de música sabe bastante, dio enseguida el visto bueno para hacerle un lugar en el show. Y esa hipnótica presentación de un Benjamin descalzo al piano, su voz potente y sutil, su metro noventa y dos de altura enfundado en un sobretodo oscuro con un glamour hermético que destacaba sus delicados rasgos africanos con pómulos acentuados, fue tan contundente que el mismo Paul McCartney, otro de los invitados al programa ese día, le hizo prometer en el backstage que no abandonaría la música. Enseguida llegó un contrato con EMI/ Virgin para grabar su debut, At Least for Now, un magnífico trabajo guiado esencialmente por piano y voz que le ganó comparaciones con Nina Simone, Leonard Cohen o Nick Cave y que en 2015 se llevó en Inglaterra el premio Mercury al disco del año. Poco después salió de gira por Europa y Norteamérica, Björk en persona lo invitó a tocar al festival islandés Airwaves Music, David Byrne manifestó su admiración por él entrevistándolo para una nota de tapa de la revista del New York Times (que el año pasado lo incluyó entre los “28 genios creativos que definieron la cultura de 2016”) y Damon Albarn se lo llevó para ponerlo como voz principal de “Hallellujah Money”, el corte lanzamiento del último disco de Gorillaz. Pero Benjamin, empezando a cansarse de que en la prensa su historia personal tuviera más lugar que su música, aprovechó la ola a favor y redobló la apuesta. En lugar de asegurar su éxito con un segundo disco a tono con el soul y el rythm and blues actual, se le plantó a la compañía y compuso un complejo trabajo de pop teatral basado en la historia de dos moscas que se enamoran: así llegamos a I Tell a Fly, el fascinante disco que acaba de ser editado en todo el mundo y que consolida a Benjamin en el lugar de artista performático en el que siempre quiso estar.

CUANDO LLEGA LA MOSCA

“Soy difícil a la hora de negociar”, dice Benjamin entre sonrisas ante la pregunta de cómo hizo para convencer a su discográfica. Y agrega: “Un poco debe ser por la vida que tuve: siempre me las arreglé solo, tomé mis propias decisiones, siempre peleé por seguir el camino de mi intuición y de las cosas en las que creo. Y también tiene que ver con el lugar donde estás parado: cuando tocaba en bares o en la calle no había mucha gente que me prestara atención, pero en cuanto grabé un disco y me puse ropas elegantes de repente estaba en esta otra situación. Entonces traté de usar la autoridad y el poder que llegan con el éxito para hacer lo que yo quería y no lo que otros querían que hiciera. Tuvimos algunas discusiones alrededor de qué canciones incluir en el álbum y acerca de la manera en que fluirían a lo largo de él, pero llegamos a un acuerdo”, explica. Y agrega, con una sonrisa que se llega a percibir a través de la línea: “A veces puedo ser un tipo difícil de convencer”.

I Tell a Fly comienza con una despedida, “Farewell Sonata”, una pieza en la que un oscuro cut & paste de voces en eco da lugar a una suite instrumental de belleza crepuscular al piano que a los dos minutos es interrumpida por un sintetizador, un theremin, y un coro a lo Beach Boys mientras Benjamin, en un tono épico de voz similar al de Roger Waters en The Wall, canta: “Aquí de pie mezclado con/ pájaros que no saben volar y/ peces que no saben nadar y/ hombres negros y blancos y/ ¿cuál anomalía?”. 

Todo un gran collage que resulta la puerta de entrada perfecta a un disco que, en sus dinámicas complejas y matices teatrales de una voz llevada con pasión expresionista, nunca deja de lado el gusto por explorar las posibilidades de la canción a través de fragmentos con melodías accesibles y ritmos que desconciertan. Eso mismo sucede en “Phantom of Allepoville”, donde Benjamin –multiinstrumentista autodidacta que para este disco tocó todo salvo la batería– interpreta al clave un arpegio barroco que se entremezcla con un canto de coro tribal entre salvaje y minimalista, una cita sostenida de la línea melódica principal de la canción de Sting, “Shape Of My Heart”, y un solo que recuerda las baladas al piano de los últimos trabajos de Radiohead, influencia que se suma a otras de referentes tan variados como Philip Glass, Freddie Mercury, Eric Satie, David Bowie o Claude Debussy.

“Escribí este disco como una obra de teatro protagonizada por dos moscas que se embarcan en un viaje de descubrimiento, pero a la vez es una historia honesta de muchas cosas que viví en los últimos años”, cuenta Benjamin, quien terminó de producir él mismo en los estudios de Damon Albarn esas canciones que había compuesto durante una estadía de un año en Nueva York, tiempo en el que se dedicó a pleno a la creación en un departamento que le consiguió el reconocido cineasta y artista plástico Julian Schnabel.

¿Cómo fue la relación creativa que tuviste con Albarn y Schnabel para este disco? 

–Fue fantástica. Con Damon pasó que terminé de producir el disco en su estudio, él es un tipo genial, muy ambicioso y con muchas ideas, está todo el día creando y pensando en función de la música que hace, y logró muchas cosas en ese sentido. Hablamos mucho acerca de este disco, aprendí muchas cosas y siento puedo seguir aprendiendo mucho de él, así que estoy muy contento de haber podido contar con su ayuda. Se convirtió en un gran amigo y sé que es una de esas relaciones que van a durar en el tiempo. Lo mismo con Julian... Como te dije antes, la verdad que soy un tipo con suerte. Julian fue muy amable conmigo, lo conocí a través de una de sus hijas y me ayudó a conseguir un departamento con piano en Nueva York. Venía a visitarme y charlamos mucho acerca de arte, nos volvimos buenos amigos también. Me ayudó mucho a acostumbrarme a la ciudad, porque no fue fácil para mí. Es un lugar que me resultaba extraño, con tiempos diferentes a los que estaba acostumbrado y a los que eventualmente me pude ajustar. Fue un proceso, un volver a empezar en una ciudad nueva que significó una especie de renaimiento para mí.

LA VIDA BOHEMIA

Benjamin Sainté-Clementine, descendiente de bisabuelos ghaneses, nació en 1988 y se crió como el menor de cinco hermanos en una familia de clase media-baja en Edmonton, un área urbana ubicada en la zona este de Londres. “Cuando era chico, mi papá nos compraba trajes a mí y a mis hermanos”, recuerda. “Lo hacía para que nos viéramos distinguidos y de esa manera, cuando nos cruzáramos con la policía, no tuviéramos los problemas que muchas veces tenían las personas de color en mi barrio. Era su manera de cuidarnos, hoy lo recuerdo con cariño y le agradezco que haya hecho eso. Y quizás esos trajes influyeron también en el sentido de la elegancia que trato de buscar en la ropa que uso ahora para los shows”. 

En ese sentido, las vestimentas de Benjamin forman parte de un concepto muy cuidado a la hora de sus presentaciones en vivo, algo que pudo apreciarse en su reciente regreso al programa de Jools Holland, donde, peinado con un jopo gigante y vestido con un overol azul, recorrió el escenario micrófono en mano mientras cubría a un manequín con la bandera de los Estados Unidos, una performance que mostró a un Benjamin totalmente diferente al de su presentación anterior en el show: “La ropa que vestimos muchas veces define una parte importante de lo que buscamos dejar ver, así que trato de prestarle atención y de usarla de manera conceptual y diferente para cada disco, igual que un actor utiliza para cada película un vestuario acorde a lo que quiere que su personaje exprese”. 

Durante su adolescencia, su timidez extrema y su curiosidad por el arte llevaron a Benjamin a refugiarse en la biblioteca local de su ciudad. Allí nació su pasión por la poesía, especialmente la de T. S. Eliot y William Blake, y pocos años más tarde se mudó a Paris sin un peso y sin conocer el idioma, decidido a dedicarse a la vida bohemia con la música y la poesía como faro. Basta poner su nombre en YouTube para encontrar videos filmados por pasajeros del metro de aquellos años, donde se lo puede ver con una guitarra apoyado contra las puertas cerradas del vagón del subte, interpretando particulares versiones de canciones conocidas mientras la mayoría de los pasajeros mira para otro lado. Otro video revelador en ese sentido es el de la canción “London”, uno de los cortes de su disco anterior, que muestra a Benjamin interpretándose a sí mismo mientras despierta en soledad en una terraza con la torre Eiffel de fondo, se baña con una botella de agua y, sentado al borde del edificio, toca un piano imaginario con sus ojos puestos sobre la ciudad mientras canta “Aunque no sea tan claro como esta mañana/ cuando las cosas que prefiero no estén sucediendo/ no voy a subestimar a quien soy capaz de ser”. 

Más allá de las referencias autobiográficas en sus letras compuestas en tono poético-coloquial, Benjamin tiene también un oído atento a lo que pasa a su alrededor, y en varias canciones de su nuevo trabajo hace referencia a diferentes aspectos de la situación política actual: “Son tiempos muy difíciles y todo lo que sucede inevitablemente resuena en las letras de una u otra manera”, afirma. “Por supuesto que el disco tiene connotaciones políticas que están ahí de manera intencional, pero a la vez en varias canciones los recuerdos personales se cruzan sin buscarlo con cuestiones de la actualidad, como en ‘Phantom of Aleppoville’... Es un disco complejo pero son canciones honestas, y hay un compromiso ahí con lo que hago con el que sigo sintiéndome identificado. Por supuesto que me encantaría que lo escuchara mucha gente, pero a la vez no quiero imitar a nadie o sonar como se espera que suene, me gustaría darle a la gente algo diferente. Y por suerte, hasta ahora la compañía me hizo sentir que aprecia lo que hago. Quizás no tenga el mismo éxito comercial que tuvo el disco anterior porque seguí un camino mucho más experimental, pero estoy muy contento con cómo finalmente quedó”.