Hace poco Jimena López Chaplin vendió el tablero. Ya no dibuja más, dice, “ni una flor”. El mes que viene cumple 34 años y algunas cosas se van poniendo más claras. Le gusta enseñar a cantar: lo disfruta; aún si no volviera a escribir una canción, seguiría dando clases. Ahora que lo vivió, también sabe que el bloqueo creativo puede aparecer otra vez. Aunque cantar y tocar la guitarra sean lo más natural y honesto para ella, es parte del desequilibrio mismo de la existencia. “Siempre se está desbalanceado, no hay que enojarse”, dice. Hay que enojarse cuando es necesario. Eso le decía la psicóloga: si lográs sacarlo y no destruir, el enojo es bueno. En parte El ruido de la piara, su tercer disco, surgió de estados de ánimo que suelen considerarse negativos. Resentimiento, soledad, angustia. Porque, circunstancias aparte, no le estaba funcionando el método, el único que tenía: sentarse, escribir una letra, armar una melodía. Esta vez los temas -el qué- no se le presentaron abiertamente. El proceso que culminó en el nuevo álbum se pareció más a los dibujos que hacía de chica para distraerse de pensar. Con biromes, arrancaba líneas que se hacían rulos y se extendían con mucha prolijidad pero no terminaban de descubrir una figura. En 2015, empezó tímidamente a grabar teclados, pequeñeces que se le ocurrían y era mejor registrar a pasar las noches en vela. En el sillón dormía siestas la China, una perra suave de mirada alegre y tranquila, que entonces era un cachorro. Se conocieron en la rueda de animales de los sábados de Parque Centenario, poco después de que Jimena le pidiera el alta a la psicóloga: “Necesito saber lo que siento no lo que pienso. Ya sé lo que pienso. Pienso todos los días algo distinto”, dice el 8 septiembre, el día del lanzamiento online de El ruido de la piara.

Hoy la salida de un disco tiene más de despedida que de recibimiento. Jimena recuerda cuando, en 2013, le llegó a la casa –la que compartía con el músico y artista plástico Alfonso Barbieri– la caja con los CD de El espíritu de la golosina, el anterior que tiene ese cover bellísimo de “As The World Falls Down” (ella la rebautizó “Laberinto”: es la canción de la escena del baile). Pero el nuevo álbum pasó de la intimidad más grande a existir drásticamente en todo el mundo. Con él, una palabra caída en desuso –“me preguntaron ochenta veces lo que es una piara”– y un retrato suyo donde no parece ella. Sobre un fondo negro, posa con los ojos apretados, los hombros hacia adelante como si fuera a sacar alas, y la cara cubierta de glitter de los colores de un pavo real. “Tenía ganas de no ser yo”, dice sobre la imagen, que se tomó hace un año, a la mitad del proceso de composición: “Para mí desde el primer momento tuvo que ver con la sonoridad. Tiene que ver con la noche, y un poco con la transformación, supongo”. El nombre del disco apareció después: la piara es el monoambiente con balcón donde vive con la China, enfrente del mercado de pulgas de Colegiales. Si se mira con atención, hay varios chanchos allí, de adorno, de colores, infiltrados en objetos de uso: es su animal espiritual. Por su parte, ella es hija del cemento: ya vivió en al menos siete barrios y todavía ama la ciudad, “con todas sus mierdas”. Le gusta el movimiento y le gusta ser una desconocida, una más entre todos: “Invencible en secreto”, canta en el primer single del disco. “Me parece lo máximo eso. No tener que demostrarlo”, dice. 

Fue una adolescente perfil bajo que se encerraba horas en la habitación a tocar la guitarra, los acordes que le enseñaba el hermano mayor, bajista de Anatol Delmonte. Lo que estudió con dedicación fue canto; hasta hoy su maestra es Marion Moss, vocalista de la banda fusión Guarda La Tosca. Trabajó durante muchos años calcando dibujos en un estudio de animación, lindo oficio al que llegó a través de la mujer del padre, que hizo el suyo como editor autodidacta de películas de Leonardo Favio. Él es López y Chaplin es la madre, una “obrera de la vida” que vive en Villa Gesell. “Todos me decían ¡¿cómo no decís que sos Chaplin?!”, dice Jimena, que empezó a usar el segundo apellido como gesto feminista y porque se acostumbró a escucharlo: así, Chaplin, la llamaba Alfonso Barbieri cuando se conocieron. Él la motivó a tocar en público, fue colaborador y productor de los tres discos (el debut es Ojos de plástico, de 2009) y también participó de la adopción de la perra. “Ahora me envalentonó con que tenía un disco”, dice Jimena sobre El ruido de la piara, que se armó durante un ida y vuelta entre ellos. Se ve la transición en “Mi lucha”, una canción de dos versos con la vitalidad de una apertura de telenovela joven. En la primera parte hay ironía y bronca –“así como soy no me quieras, ya podré cambiar cuando sea normal”–, pero la segunda tiene otra fuerza, que no tiene que ver con la dulzura de una reconciliación sino más bien con una nueva postura y actitud: “Todo el tiempo lo intento, hay algo más que dolor. No soy ágil con miedo, puedo ahogarme en mi voz. Y así como estoy no me quedo, no voy a moldear mi disfraz para verme normal”. 

El ruido de la piara es un disco breve pero intenso, que se permite entrar en climas y transformaciones como las obras vehementes y espaciosas. Hay invitados en guitarras eléctricas, saxo y violín; en vivo las bases y teclados se interpretarán con músicos, pero en la grabación se sienten las capas y la soledad. Eso lo vuelve algo molinesco: colgado y amistoso. Los momentos clave, además, son instrumentales. El comienzo, “Buen entendedor”, donde dialogan una criolla y una eléctrica y se van sumando elementos hasta crear una alegría confusa, el centro “Ah, ah, ah”, que repite eso en ecos sobre melodías dulzonas, y el final de belleza malhumorada “Luz mala”. “Hacen muy bien los silencios. No hay por qué estar diciendo algo todo el tiempo”, explica ella. En el medio los temas cantados trazan un sendero entre la nostalgia -”Dame de vos”- y la intrigante sensualidad de “Noche”. Canta ahí, en lo que parece un momento de entendimiento personal que llevó su tiempo: “Hoy la piel que desprendo sabe hablar. Aúlla mi instinto dormido y lo hago mal. Y siento que mi deseo es mi verdad”. Para Jimena las letras son fotografías de un instante; no las asume como estados permanentes. Sabe que en algún momento la pregunta volverá. El miedo, la incomodidad, la espada y la pared: todo eso que hace repensar una y otra vez el propio lugar en el mundo.

Jimena López Chaplin presenta El ruido de la piara el jueves 21 de diciembre en el Centro Cultural Matienzo (Pringles 1249). A las 21.