El cineasta Todd Haynes es el principal traductor del deseo y la represión del cine estadounidense, pero no lo siente así en el rodaje. "Todas mis películas se sienten abocadas al desastre cuando las estoy haciendo", dice. "Como si estuviera bailando al borde del precipicio". Me mira fijamente, atractivo tras unas gafas oscuras. "¿Pero no estamos en este mundo para eso? Para hacer algo que dé miedo. Hacer algo que no se haya visto hacer antes. Unir las cosas de una manera que tenga sentido para vos. Y quizá, si tenés suerte, tenga sentido para alguien más".

A lo largo de nueve largometrajes, un documental sobre el caos glamoroso de The Velvet Underground y un cortometraje de 40 minutos en el que la trágica autodestrucción de Karen Carpenter es dramatizada por una muñeca Barbie, Haynes aún no ha encontrado una premisa peligrosa que no haya podido domar. A nadie le entusiasmó su película Velvet Goldmine (1998), simulacro de David Bowie, con sus brillos, boas de plumas y Christian Bale y Ewan McGregor teniendo sexo en una terraza. Tampoco su biopic I'm Not There (2007), en el que seis actores diferentes encarnaron a Bob Dylan, entre ellos un niño negro y una Cate Blanchett con peluca. ¿Y quién más ha sido capaz de sacar adelante no una, sino tres películas sobre mujeres desesperadas encorsetadas por la enfermedad social y la insatisfacción sexual? Fueron Safe (1995), Lejos del paraíso (2002) y Carol (2015). Para los no iniciados: las dos primeras ayudaron a consolidar a Julianne Moore como una de nuestras mejores actrices vivas, la última vio a Blanchett y Rooney Mara compenetrarse en un mostrador de perfumes en Navidad.

Haynes se reunió con Moore para su última película, May December, un melodrama abrasador y metatextual sobre el sexo, el narcisismo y las estrellas de cine, que causó revuelo al ser estrenada en Netflix en Estados Unidos. "Siempre he explorado temas de enorme atractivo personal, de fascinación libidinal", dice el director, flexionando los dedos mientras espera a que el conserje de un hotel le traiga el café. "Cuando lo preparo, entro en otro mundo, salgo del otro lado y se lo entrego a otras personas. Eso significa que nunca podré volver a experimentarlo de la misma manera".

May December.

Haynes llegó en medio de un manantial de cineastas queer en lo alto de los noventa, aportando ideas radicales a la corriente principal (heterosexual), junto a directores como Gus van Sant (Mi mundo privado) y Gregg Araki (The Living End). Sus repetidas digresiones en tono y temática (Wonderstruck, de 2017, era prácticamente una película muda; El precio de la verdad, de 2019, era un thriller medioambiental paranoico y furioso) lo han convertido desde hace tiempo en uno de los autores más apasionantes del cine y han inspirado un tipo particular de devoción por parte del público.

Cada persona tiene sus preferencias en cuanto a su obra. Es difícil convertirse en un fanático de Safe, en la que una Moore cada vez más enferma se mueve, como un fantasma y tosiendo, por los inquietantes suburbios de los ochenta. Pero terminamos hablando de ella de todos modos. Safe estaba en deuda no sólo con la crisis del sida y los grupos marginales que insistían en que el amor propio podía curarlo, sino también con las malas películas para televisión sobre mujeres enfermas y con problemas. May December hace un guiño a ese mismo género cinematográfico, girando en torno a la villana ficticia de un escándalo sensacionalista de los noventa, cuya vida fue dramatizada en al menos un telefilm. Nos encontramos con ella 20 años después, cuando la historia de su vida está a punto de convertirse en otra película, pero esta vez con más clase... o eso insiste su protagonista.

Moore interpreta a Gracie, una empleada de una tienda de animales que, a principios de los noventa, fue sorprendida violando a un niño de 13 años llamado Joe (interpretado de adulto por Charles Melton, de Riverdale). Gracie quedó embarazada, la pareja insistió en que estaban enamorados y se casaron cuando Gracie salió de la cárcel. La actriz Elizabeth Berry (Natalie Portman), por su parte, ha sido contratada para una película sobre ellos y llega a la casa de su familia para una semana de investigación. Gracie es todo voz de bebé y silenciosa depredación. Elizabeth es sensual y astuta, con una crueldad que roza lo sociopático: en un momento dado le dice al director de la película, con una despreocupación desternillante, que los chicos de 13 años que se presentan al casting para el papel de Joe no son "lo bastante sexies". Elizabeth observa cómo Gracie habla y se mueve, empieza a hablar y a moverse como ella, y vuelve a visitar la escena del crimen, besando y acariciando el aire como si intentara interactuar con un fantasma.

Entre la pedofilia, la diferencia de edad y los problemas de grooming, Haynes está metiendo la mano en un avispero de temas candentes. Estamos hablando unas semanas antes de que llegue a los cines, y Haynes admite que siente curiosidad por saber cómo responderá la gente. "Sin embargo, me anima el hecho de que hasta ahora la gente se haya sentido estimulada, emocionada y divertida", afirma. "Hablamos de temas complicados sobre los que creemos tener ideas absolutamente firmes. La película no te deja quedarte en un sitio. No deja de mover el suelo bajo tus pies, y la gente parece dispuesta a manejarlo".

El realizador agrega que provoca el tipo de sentimientos que lo hicieron enamorarse del cine en primer lugar. "Las mejores películas siempre te hacen dudar", afirma. "Cuando llegué a la mayoría de edad, eran películas que me sobrepasaban un poco o me inquietaban un poco, pero lo suficiente como para que me hicieran querer aprender más o cuestionarme más. Si algo de eso es posible en el mundo de hoy -que se siente más fundamentalista y temeroso y polarizado y politizado-, entonces no podría estar más contento de que esta película sea un pequeño ejemplo de ello".

Haynes es alto, bronceado e impecablemente culto: tiene el aire de un profesor de cine que practica surf los fines de semana. Fue un niño prodigio que se enamoró de Mary Poppins y Romeo y Julieta de Zeffirelli, estudió arte en la Universidad de Brown y descubrió el cine experimental mientras cursaba un master en Bellas Artes. Sus primeros cortometrajes, Superstar: The Karen Carpenter Story (1987) y la excéntrica comedia de madurez Dottie Gets Spanked (1993), trazan líneas entre la homosexualidad y el culto a la celebridad femenina. Poison, su primer largometraje de 1991, es un tríptico de historias que giran en torno a la alteridad, la transgresión sexual y la monstruosidad de las vidas queer. "Era una forma de aplicar nuestra rabia de una forma más práctica y útil", recuerda.

La subversión y la fantasía siempre han sido claves en la obra de Haynes, mucho más que la realidad directa. En May December se explora todo lo contrario. Elizabeth enmarca su inminente retrato de Gracie como un acto altruista: quiere ganarse la confianza de Gracie, insistiendo en que quiere encontrar la "verdad" de ella. Haynes dice que nunca le ha interesado encontrar la "verdad" en ninguna de sus películas, pero ha tenido dinámicas cargadas con personas reales que ha semidramatizado en el cine.

Bowie, su ídolo de la infancia, fue una de las principales inspiraciones del personaje de Velvet Goldmine: Brian Slade, una estrella de rock bisexual y andrógina que llega a rechazar las provocaciones de sus primeros trabajos. Bowie le negó a Haynes el uso de su música para la película, lo que le obligó a hacer de Velvet Goldmine una amalgama ficticia del glam rock de los setenta en lugar de un biopic heterosexual. Esto favoreció a la película, pero el propio Bowie se convirtió en uno de sus principales detractores, burlándose levemente de ella cada vez que le preguntaban por ella. "Creo que debido a su particular política sexual, Haynes quería hacer algo que representara el cine queer de esa manera", dijo una vez. "Supongo que lo hizo bien".

¿Le importaba a Haynes si a Bowie le gustaba la película? "Claro que me importaba", dice. "Quería que le gustara, aunque sólo fuera de un modo íntimo y privado. Pero también sabía que era una película que abordaba lo que yo veía como Bowie deshaciendo esa parte de él: la negación y el rechazo de las cosas que hacía cuando estaba en su momento más picante y extraño. Nadie podría haber sido más abierto y agresivamente provocativo en su homosexualidad que Bowie y compañía en ese momento. Tuve la sensación de que terminó cambiando sus ambiciones como artista. Rechazó, literal y figuradamente, lo que había hecho antes".

Esa transformación a la megaestrella pop completamente formada de los '80 es algo que Bowie también terminó rechazando. Haynes dice que esperaba que Bowie hubiera tenido la suficiente perspectiva como para aceptar la película y su descripción de la estrella de rock bisexual más famosa del mundo, que iniciaba la década de los ochenta con una tendencia más comercial y conservadora. "Le dio una especie de aceptación distante", recuerda. "Lo puso en una categoría de algo así como 'oh, sí, un director gay querría explorar ese periodo de tiempo...'". Se encoge de hombros.

Fue una experiencia muy diferente, agrega, a cuando hizo I'm Not There. "Trabajar con Dylan me daba mucho más miedo que trabajar con Bowie", recuerda. "Y me equivoqué totalmente con él. Era la persona más abierta que podía haber para que otra persona le representara". Dylan no sólo se mantuvo alejado de todo el proyecto hasta el final, sino que finalmente lo vio y dijo cosas muy agradables sobre él. Y elegimos las versiones más misóginas de Dylan en ciertas historias... arrogante, delirante... y nadie dijo nunca: 'No pueden hacer eso'".

I'm Not There le valió a Blanchett una nominación al Oscar por su interpretación de Dylan en la cima de su fama, mientras que Lejos del paraíso y Carol recibieron nominaciones de la Academia (para Moore, Mara y Blanchett de nuevo, respectivamente). Pero el propio Haynes sólo ha recibido una nominación al Oscar, por el guión de Lejos del paraíso. Blanchett denunció en una ocasión el "conservadurismo" de la Academia por su "desconcertante" decisión de desairarlo por Carol.

¿Le importan a Haynes los premios? "Profunda y sinceramente no", ríe. "Si el estreno de una de mis películas coincide con una campaña de premios, está bien, pero no es lo que me motiva en absoluto. Me siento muy afortunado de que la gente y los financieros se arriesguen conmigo, y de que los actores estén dispuestos a aceptar guiones que a veces son difíciles de interpretar". Esa es también la emoción de ver una película de Todd Haynes: peligro, incertidumbre, y luego el suspiro de alivio cuando inevitablemente se consigue.

* De The Independent de Gran Bretaña. Especial para Página/12.