– El próximo sábado, cincuenta platos voladores van a descender sobre la Laguna de Chascomús. No serán cuarenta y nueve ni cincuenta y uno, sino exactamente cincuenta platos.

El señor Francisco García formuló su profecía en el programa Teleshow de Canal 13 la tarde del martes 21 de agosto de 1973. El pronóstico, enunciado así, con precisión aritmética, le aseguró sus quince minutos de fama. La promesa del acuatizaje de cincuenta ovnis iba a sacar del anonimato a una de las personalidades más extravagantes nunca antes aparecidas en la televisión argentina. Para muchos, García alucinaba en colores y punto. Para miles de personas, que ya lo habían visto en blanco y negro, se habían desatado a la vez los dragones de la fe y los ratones de los productores televisivos, listos para explotar al personaje en la tele, esa máquina de generar acontecimientos. El presagio tenía una ventaja respecto de otros vaticinios: en cuatro días se iba a saber si todo era cierto o si todo era falso. No parecía haber margen para los grises.

Madre mía

Desde las primeras horas del sábado 25 de agosto de 1973, una multitud comenzó a copar la periferia de la laguna de Chascomús para esperar el descenso de la flotilla extraterrestre. ¿Qué sucedería ese día, a las 17 horas? Imposible de prever.

Francisco García era un locuaz septuagenario de barba perilla canosa y sin bigote, nacido en el Uruguay. Nadie sabía mucho más. El día que saltó a la fama se debió sentir como esos genios incomprendidos por la ortodoxia de su tiempo que, por esos azares, resultan inesperadamente reivindicados.

Por más de diez años, sus presuntas vivencias y contactos extraterrestres retozaron en un apacible cautiverio hasta que logró interesar a un productor de Canal 13 de Buenos Aires. En poco tiempo iba como invitado a Teleshow, un ciclo conducido por dos jóvenes periodistas, Víctor Sueiro y José De Zer. “Esta es su oportunidad, García, no la desaproveche. Cuéntele a la gente lo mismo que me contó a mí. Sea escueto y vaya al grano”, le aconsejó el productor antes de hacerlo pasar al piso.

García el día del frustrado encuentro con los marcianos. Detrás se ve a Javier Alfonsín, uno de los hijos del ex presidente. José Eduardo Bonavita / El Cronista de Chascomús.

Las convicciones de García eran firmes como su mirada. La expectativa creada a su alrededor era fenomenal: los avances del noticiero de Canal 13 anunciaron que un “investigador de ovnis” estaba por revelar increíbles mensajes cósmicos sobre cuestiones que afectaban “a la Humanidad toda”.

Poco antes de salir al aire, García tuvo en sus manos la moneda del destino. Si salía cara, lo acompañaría la suerte; si salía seca, la desgracia. Cómo iba a saber García que esa noche la moneda iba a caer de canto: su fortuna fue, al mismo tiempo, su maldición.

García contó nuevamente su historia. Esta vez le pudo hablar a miles de telespectadores. Sentado ante los conductores del ciclo, se presentó a sí mismo.

Soy comandante de las fuerzas de Marte en la Tierra, marciano por parte de madre a nivel de la tercera reencarnación y fui encomendado para cumplir con una misión en el planeta.

Teleshow no era, digamos, un espacio dedicado a la fantasía y la ciencia ficción. Pero su rating esa tarde se disparó. Las declaraciones de García estuvieron en boca de todos.

Júpiter ataca

A García le quedaban pocos minutos para revelar el secreto de su odisea marciana. Lo hizo después de un corte.

– Hace más de trescientos años, Marte libra una guerra interplanetaria con Júpiter.

En el piso del canal quedaron azorados. García explicó que los marcianos no comenzaron con las hostilidades: la posición del Planeta Rojo era netamente defensiva.

– Las fuerzas jovianas –continuó– se preparan para atacar la Tierra.

Y Marte era solidario con la Tierra. ¿Por qué nos defenderían de Júpiter? García aseguró que sus medio hermanos marcianos habían resuelto tomar prestada agua del Río de la Plata. La operación tenía lugar en extremo sigilo: las naves encargadas de aspirar, almacenar y transportar varios miles de hectolitros de río marrón hasta su planeta eran convenientemente invisibles. Durante el combate galáctico, la situación en Marte se había vuelto precaria. Para soportar el ataque de Júpiter, el agua terrestre era vital. Por eso habían empezado a llevársela.

Años depués, Sueiro me contó que "cuando la entrevista empezó, lo que decía no se podía creer, pero tampoco lo podía parar. Imaginate la situación. Estás entrevistando a alguien que te dispara que no es de la Tierra. Estás saliendo en vivo, no le podés dejar de preguntar". El periodista no le creía una palabra al entrevistado, pero no se quería apurar: “¿Y si me equivocaba? ¿Y si los ovnis aterrizaban?” Aquello era una locura. En una reunión de producción admitió que la única manera de despejar las dudas era ir con García hasta Chascomús. “En su manera de contar las cosas había algo persuasivo. El tipo hablaba con una seguridad que te hacía dudar”, acotó Sueiro.

García no ocultó su afán proselitista. Su misión no sólo consistía en reclutar voluntarios para la batalla estelar. Por su rol de comandante de las fuerzas de Marte, también estaba facultado para recibir aportes económicos de los terrícolas que quisieran cooperar con la causa. ¿Qué constancia había de que gozaba de la confianza del Poder Ejecutivo marciano? Para averiguarlo había que trasladarse hasta la capital de Marte. “Allí –confió– se construyó una estatua en mi honor”.

En 1977, Dante Quinterno representó a García en Andanzas de Patoruzú. Recreación del artista Fedhar (2008).


Guerra interplanetaria

Mientras Sueiro entrevistaba a García, la producción anunció que iba a sacar al aire el llamado de un tal Martínez, un entrerriano que aseguraba conocerlo. El invitado sorpresa dijo poseer las evidencias de que García mentía. Y si no, pues había sido engañado por los marcianos o, peor aún, que éstos le habían lavado el cerebro. ¿Cómo sostenía sus acusaciones? El televidente no obtuvo esa información por canales convencionales. Afirmó con absoluta calma que él había logrado interceptar, mucho antes de que existiera la Red Echelon, mensajes cifrados que vagaban por el espacio. García, denunció, le estaba ocultando al público que la situación era exactamente al revés: los piratas del espacio eran los marcianos. El propio García afirmó que Marte venía por el agua. 

Martínez alegó poseer otras evidencias: él mismo había sido beneficiado con las maravillas técnicas de ¡Júpiter! Los jovianos le habían revelado grandes secretos, como el de la inmortalidad. Su cédula de identidad no lo dejaba mentir: el hombre afirmaba haber nacido en 1804. Para García, aquello era todo un disparate: “la vida eterna son palabras mayores”. Los marcianos, que desayunan unos bombones radioactivos, “apenas alcanzan mil quinientos años de edad” (se supone que sin perder calidad de vida). Martínez no se amilanó y se ofreció a debatir con García tête à tête.

Desde esa noche, el canal promocionó a toda hora el plato fuerte del jueves: el match en vivo “Martínez vs. García”. Que era como decir “Júpiter vs. Marte”.

La pulseada entre ambos se robó la audiencia de la tarde. En una pausa del debate, Sueiro le volvió a pedir pruebas a García. “Una, aunque sea”, increpó. Fue así como García anunció que a las 17 horas del sábado siguiente cincuenta platos voladores iban a descender sobre la Laguna de Chascomús.

La producción no discutió mucho el asunto. Ese sábado había que estar en Chascomús. “Imaginate. No podíamos faltar”, me dijo Sueiro.

La hora señalada

Que los platillos faltaran a la cita vaya y pase. Pero el contactado no podía fallar. Por eso, cuando el sábado 25 de agosto Víctor Sueiro, Juan José Castro, productor de piso de Teleshow, y un camarógrafo llegaron al punto de encuentro respiraron aliviados al ver a García atándose los cordones de los zapatos en las puertas del canal.

Salieron con un Peugeot 404 rumbo a Chascomús a las 14.30 horas. No bien entraron en el camino de acceso fueron escoltados por una caravana de automóviles. “Tocaban bocina, nos gritaban. Eso parecía una procesión a la Virgen de Luján”, recordó Sueiro. Al acercarse al muelle, el periodista sintió escalofríos. “Se habían juntado no menos de cinco mil tipos. Nunca había visto algo así. Era una cosa de locos”.

Llegados desde los cuatro puntos cardinales, los peregrinos habían comenzado a ocupar posiciones desde las primeras horas de la tarde a lo largo de la Costanera España. Equipados con filmadoras y cámaras fotográficas, prismáticos y hasta telescopios, los curiosos estacionaron sus coches donde pudieron.

En 1973, el periodista José Bonavita era funcionario municipal. Con sus compañeros de la Juventud Radical iban a salir de la ciudad ese día. Pero, picados por la curiosidad, se quedaron: “Chascomús fue una romería ese día. Vino muchísima gente de todas partes”. Algunos se trepaban a los árboles para ampliar el ángulo de visión. Otros tendían manteles con termos y mate sobre el césped. La gente debatía a favor y en contra de lo que estaba por suceder.

Apenas bajó del auto, García fue recibido con una salva de aplausos. Se ubicó en un muelle contiguo al Club de Pesca y Náutica y saludó a un comité de recepción municipal. Faltaba escasa hora y media para el desembarco.

Cuando se acercó la hora señalada, García se disculpó de los presentes. Tenía que “llamar” a las fuerzas de Marte. Susurró unas frases sólo audibles para su séquito y, en una contorsión histriónica, elevó los brazos al cielo. Momento de atención extrema a la orilla de la laguna. Pocas veces como ese día la gloria y la deshonra estuvieron tan cerca. Porque, cuando los relojes se clavaron en las 17 horas, no sucedió nada.

Absolutamente nada.

El sol, burlón, brillaba intensamente. Y el resto del cielo tampoco se compadeció. Ni siquiera ofreció el espectáculo tranquilizador de una cortina de nubes donde la flotilla pudiera camuflarse. Si durante los minutos previos la tensión era la cuerda de un violín, los siguientes fueron los acordes de un contrabajo desafinado.

García comenzó a otear caras próximas, quién sabe buscando qué: si una mueca de compasión, la explicación que a él no se le ocurría o un guiño piadoso de alguien mostrándole un atajo para huir cuanto antes de allí.

El silencio se volvió abismal. Minutos después, los murmullos de impaciencia mutaron en un barullo amenazador, que luego viró en clamor desaforado. Sueiro nunca se pudo olvidar del cántico que coreó parte del gentío mientras el círculo se empezaba a cerrar alrededor del cabecilla de la convocatoria extraterrestre:

– ¡Tres, dos, uno, no va quedar ninguno… a las tres, a las dos, a la una, todos a la laguna!

La muchedumbre hizo retroceder a García hasta el borde del muelle. Dos periodistas y otros tantos policías lo salvaron de la caída casi por los pelos y lo metieron a paso rápido dentro del Club de Pesca y Náutica. Sueiro aprontó la retirada.

– ¡Rajemos ya mismo, muchachos, que no salimos vivos!

Dentro del automóvil la seguridad era relativa. Parte del público rodeó al vehículo con el que había llegado el personal de Canal 13 y lo empezó a hamacar. Sueiro corrió el techo del Peugeot e improvisó un alta voz con sus manos:

– Muchachos, somos periodistas. Vinimos acá a trabajar. Fuimos tan engañados como ustedes. Déjennos llegar al canal, así podemos contar al público toda la verdad sobre este charlatán.

García se encerró en el Club para salvar el pellejo y al salir declinó de la custodia policial que le ofreció la municipalidad. El lunes volvió a Teleshow. Una erupción solar mantuvo a las naves alejadas de la Tierra, explicó.

El contactado porfió su verdad abiertamente, sin temor al ridículo. Como muchos osados en otras grandes epopeyas de nuestro tiempo.

El autor es escritor y periodista, autor de Invasores. Historias reales de extraterrestres en la Argentina (Sudamericana, 2009) y editor de FactorElBlog.com.