En la disyuntiva de comerme el amague de las poses y ver venir lo verdadero de las posturas firmes me quedé helado con una cubetera multicolor que voy a inaugurar en esta Navidad.

Es de aluminio, pero pretende parecer de un material noble. Mientras la dejaba sola en el congelador, me miró antes de que mis manos mojadas cierren la puerta y sentenció: “El frío dark es no presumir de tu talento para no caer en el síndrome del impostor que pretende no reconocerlo”.

Así y sin protocolo, empecé esta mañana con la sensación de tragar virulana, tal vez, puede ser el síntoma de la aproximación de imágenes con cánticos navideños en el paisaje nevado, en pleno verano de la city porteña.

Pero las reglas de lo establecido nunca son aplicables en un corazón con asimetría sentimental.

Me refiero a que no existe la previsibilidad de lo amargo, cuando hay una especie de alegría, en lo que se instala cómo bajón navideño.

Eso que supimos conseguir con mucho coraje y rotas cadenas, nos mantiene siempre sin pesimismo, en esa marca registrada de lo triste, cuando uno negocia el sabor horrible del marketing de la fruta abrillantada.

Es cómo si una atmósfera positiva del pesebre, que miro de reojo, puede ser un buen punto de partida para celebrar esta emoción de porcelana fría.

Por eso, en esta semana previa, me hice eco de la sabiduría del ex presidiario que hoy tiene un lavadero de autos, me tiró como rayito de luz, eso que estaba en mi mente: “Me refugio en confesiones“, y cita a San Agustín.

En esta fecha, uno es el espectador privilegiado del antiguo coliseo romano de las vidrieras, con la confusión que va de lo mersa, a ese triunfo de conseguir la familia unida.

Compromiso, valores y saludos desganados se mezclan en una batalla final de fatigas, que profundizarán el agotamiento global, sin dejar de estar atento al cambio climático de las fiestas.

Así me lo describe el pulidor de pisos de parquet, que no le ve la veta a la pinotea: “No rendido con esa lucha, siembro un extraño placer en seguir creyendo en “el din-don-dan“ del consumo”.

Por ello, dejé de distraerme con el ruido de los otros, para ir a los bifes de una agenda estival, que tiembla de frío en el diciembre bonaerense.

Con Plaza Once cómo horizonte, me entró la duda de adónde debía ir, para no ser un adorno en esta Nochebuena, y de pronto, sumó puntos la discusión que puso en evidencia esa oscuridad de las lucecitas chinas del arbolito en la calle Florida.

Me dijo el ciego, al lado del negocio de toallas, que dicho sea de paso, ve mejor que un águila: “Cuando te enganchas en lo que alumbra, todo parece que prende y apaga, pero no cambia nada”.

Ahí decidí, simultáneamente, que siempre hay excusas para un brindis, y todo hace pensar, que no hay objeciones en que el festejo frente a la desigualdad social, es intimidario por donde se lo encare.

No obstante, puede haber soluciones para transitar la ensalada rusa, con un paladar negro que sepa sobrellevar formas aristocráticas, y desembarque en el cuerpo a cuerpo de las 12.

“Las cerezas al marrasquino suman una frivolidad que dignifica la angustia”, dijo el salamín picado fino.

Agotado de ser ninguneado por el vitel toné, que se chorea siempre la concesión histórica del prestigio, en la espera del nacimiento del niño Jesús.

Siguiendo la línea, y sin vacilar, siguió pelándose a sí mismo, cómo para probar que si su propio nudismo levantaba el vuelo, y lograba ser centro de mesa:

“A las Nochebuenas, que provocaron más de un incendio en los barrios populares, hoy se le exige estar a la altura de las circunstancias“.

Siempre salvamos las papas nosotros con el maní salado, y ahí sin pensarlo, al mejor estilo “Rebelión en la granja”, conocido libro de George Orwell, se sumó el queso cáscara roja, que con militancia de izquierda, llamó a la asamblea fuera del mantel, para tomar la fuente de frutas secas.

Cuando todo se empezó a sincerar, el diálogo que construía un mundo tácito, donde el mantel tapaba todo, se escuchó a una almendra macho decir: “Mirá, está bueno asumir que soy sensible y me siento mujer, pero no soy gay, ni me gustan los hombres con espíritu a frutos del bosque“.

Aquello que escuché, en el vaso de plástico que me puse en el oído, para dejar de conectar con una reunión insoportable de gente que no me cautiva ni para ignorarla, me dejó la boca abierta y la cara inmóvil.

Me puse a pensar, en todas las guerras que pueden desatar los planteos, hacia una profundidad con espíritu dark para elegir el outfit de Navidad, e ir a un encuentro no deseado.

Al pasar en la vereda del negocio de postes y alambrados, me congeló todo el egoísmo que traía en la bolsa de supermercado.

Finalmente, cuando la esponja de acero espera para bardear a todos en la bacha, una espumadera desubicada quiere bailar la salsa del peceto, para levantar el ánimo, y programar el año nuevo en Río de Janeiro.