Fundada en 1924, la murga Los Pegotes de Florida cumple este febrero cien años de trayectoria. Así como mantiene viva oralmente las letras de sus canciones, “la murga más antigua de Argentina” aprovecha cada encuentro previo a una nueva noche de carnaval para recuperar colectivamente su historia, entre charlas y anécdotas. Frente a la Estación Florida del Tren Mitre, en el partido de Vicente López, los murgueros comparten sus recuerdos, discuten su presente y planifican un futuro que, a juzgar por los más de ciento cincuenta integrantes del espacio, resulta más que prometedor.

Una historia compartida

“Nuestra historia es la identidad de la murga. Es una herencia que tenemos que proteger para poder contarla de la misma forma que nos la contaron. Hay documentos, algunos videos, pero principalmente se transmite entre nosotros”, dice Gonzalo, integrante de Los Pegotes desde hace veintitrés años. Cuando era adolescente, y a escondidas de su familia, se acercó al espacio movido por “una llamita que tenía adentro”. Desde entonces, no se separó más.

Históricamente, Los Pegotes fueron una murga grande, de mucho bombo, muñecos y fantasías. Esto es una parte importante de su identidad. Sin embargo, hoy se encuentran en un momento de auge. Frente a la plaza de la Estación Florida, se reúnen ciento cincuenta murgueros y murgueras de todas las edades vestidos con sus colores característicos: el blanco y el bordó. Mientras se maquillan y preparan para una noche de carnaval, aprovechan para encontrarse y compartir.

“Cuenta la leyenda que hace cien años un grupo que se hacía llamar Los Siete Gansos recorría el barrio tocando a cambio de comida. Parece que en una de esas paradas se quedaron mucho tiempo y uno de los vecinos dijo: estos son unos pegotes. Así los bautizaron”, cuenta Gonzalo y reconstruye la historia junto con otros integrantes de la murga. “Antes se salía con los trofeos. ¿Dónde estarán? En alguna casa tienen que estar guardados”, se pregunta.

Mientras tanto, Viviana se acerca a la plaza con su familia. Ella es hija de Alberto “Yuyú” Gómez, un histórico cantor que ingresó a Los Pegotes en la década del sesenta y que formó parte de la murga hasta su muerte, el año pasado. “Él siempre fue cantante. Una vez que subió al escenario, se enamoró de él. Siempre fue más del arquetipo de estrella que del de director. Él brillaba. Hasta cuando estuvo internado estaba cantando, pensando canciones”, recuerda Viviana sobre su padre, uno de Los Pegotes que transmitió a las nuevas generaciones las historias y canciones que hoy hacen a la identidad de la murga.


Cumplir un rol social

Desde 1924, Los Pegotes atravesaron tantos cambios como el propio barrio de Florida, que no era más que un pueblo cuando Los Siete Gansos comenzaron a tocar. Ramiro forma parte de la generación que se incorporó a la murga a finales de los noventa y recuerda, como una de sus grandes transformaciones, el abandono de la tradicional estructura de directores, para adoptar una organización horizontal formada por una decena de comisiones. “Si bien muchas murgas se organizan con una estructura más piramidal, nosotros intentamos ser un poco más horizontales. Creo que es eso, y nuestro interés de que otros participen, lo que nos permite sostenernos en el tiempo. Cada uno aporta su grano de arena”, afirma.

En tiempos donde el aislamiento y la ruptura de los vínculos sociales funcionan prácticamente como sinónimos de época, la fuerza y la vigencia de Los Pegotes no hace más que llamar la atención. “La murga es un lugar que aloja, con reglas de convivencia, una gran familia. Acá podemos sentir que pertenecemos a un espacio, pero también que salimos al espacio público y que por un momento este nos pertenece. Eso se repite siempre y hace que cada vez venga más gente”, reconoce Andrea, que integra la murga desde hace más de veinte años.

Cada año, Los Pegotes comienzan a ensayar desde abril con la vista puesta en febrero. Durante todo el año, dan talleres, ensayan, reciben nuevos integrantes y planifican sus encuentros. “El esparcimiento es un derecho. Si bien nosotros también somos una murga bien contestataria, tomamos la alegría como nuestra principal bandera. Esa es nuestra militancia. Entendemos la alegría como algo político, como un espacio de resistencia”, dice Gonzalo.

Un lugar para pensar la vida

Este entendimiento del espacio murguero atraviesa a todas las generaciones de Los Pegotes. Agustina, Brisa y Florencia están en la secundaria y son amigas de la murga, que para ellas es como ser amigas de la vida. “Todas acá bailamos, la mayoría desde muy chiquitas. Somos todas compañeras. Esto es una parte importante de nuestra vida. Todos los años nos preparamos mucho. Para mi esto es una alegría, una energía que no me la da nada en la vida”, dice Florencia mientras se maquilla.

Brisa la escucha atentamente y agrega que “este es nuestro lugar, donde nos sentimos re cómodas. Este año, con el aniversario número cien, hay mucha gente nueva que encontró acá lo mismo que nosotras sentimos siempre, todos los días de febrero”.

Por último, Valentina reflexiona: “creo que es un poco la unión y la transformación lo que hace que Los Pegotes se sostengan en el tiempo. La murga se fue acomodando a las épocas y hoy somos un espacio de resistencia. Yo bailo acá desde siempre. Mi mamá bailaba estando embarazada de mí. Para mí es una costumbre y una pasión que espero tenerla siempre”.

Su reflexión es interrumpida por el llamado de partida y ellas se despiden con entusiasmo. En pocos minutos, los ciento cincuenta murgueros que integran Los Pegotes abandonan la plaza de la Estación Florida, suben a sus colectivos y desaparecen rumbo a los corsos que, durante una noche, les permitirán mantener viva su centenaria historia.