Decir algo que no se haya dicho sobre Fernando Cabrera es prácticamente una tarea imposible. Primero, porque casi todo lo dijo y lo dice él, desde el ángulo dialéctico o estético que se lo enfoque. Segundo, porque es de esos músicos adorados por melómanos, periodistas y expertos en poner en palabras donde no siempre se puede: la entraña de una canción. Tercero, porque, como su paisano Eduardo Mateo, es una figura que cierra en sí misma. En necesario restringir la información, entonces, a un riguroso y básico periodismo de formas. ¿Dónde toca? En Café Vinilo, Gorriti 3780. ¿Cuándo? Desde hoy hasta el sábado 10, todos los días a las 21. ¿Qué y por qué toca? Esta respuesta corre por cuenta del propio Cabrera: “Voy a hacer algunos estrenos”, anuncia, escueto, ante PáginaI12. “Quiero ir mostrando mis nuevas canciones y ver qué reacciones provocan. Es el material para un próximo disco”, continúa, más escueto aún. O, dicho de otra forma, de una manera inversamente proporcional a la catarata de palabras que fluye de sus canciones. “No sé, siempre suelo despedir el año aquí, porque me encanta Buenos Aires en verano”.

Otra rareza. Fernando Cabrera es de los pocos seres a los que le gusta este monstruo urbano de cemento en pleno calor mechado con humedad, contaminación ambiente y malestar general. “Me gusta porque hay menos gente y la ciudad está más disfrutable. Además, festejaré mi cumpleaños aquí, algo que me parece muy cool, y de paso evito tener que hacer una fiesta en Montevideo. Cumplo más de 40”, se ríe, ahora sí, el prolífico Cabrera, recién llegado de una gira por Ginebra, Estocolmo y varias ciudades de España. Entre ellas, Barcelona, donde se subió Joan Manuel Serrat para “hacerle la segunda” en cierta instancia del concierto. “Me acompañó, a pesar de mi insistente pedido que no lo hiciera porque no quería molestarlo. No quería hacerlo salir de su casa, pero vino igual, y aprovechó para mostrarme fotos y videos de su nieto durante horas”, es todo lo que cuenta sobre el hecho, mientras sus palabras vuelan hacia otras ciudades en las que tocó. “En Madrid fue Jorge Drexler con su esposa Leonor y me recriminó que no lo invitara a subir al escenario, porque él siempre me invita. En Ginebra estuve poco tiempo, menos de 20 horas, incluyendo la dormida, así que no vi nada. Sólo puedo decir que pasé de noche por un puente sobre el Ródano”, evoca, en trance de memoria corta.

“Otra secuencia fue en Valencia. Tenía que tocar en una librería hermosa, muy buen ambiente, y se me comunicó que el sistema de sonido no era profesional y que el sonidista tampoco. Entonces, apliqué vasos de soda, quina, etc, relajé y al final, el audio resultó excelente, el sonidista también, tanto que el resultado se grabó y fue pasado en un canal online con diez millones de seguidores”, repasa este héroe de la música del Río de la Plata, que quiso ser un poco anónimo pero no le salió. Para lograrlo, no se le tendría que haber dado, casi de entrada, por grabar un disco con Mateo o con Darnauchans, por caso. O por confeccionar una docena de excelentes discos, entre ellos aquel debut promisorio, que fue El viento en la cara, de 1984. O Ciudad de la Plata (1998). O el revelador y genial Viva la patria, el último a la fecha, publicado hace ya tres años.

Cantidad suficiente de tiempo como para que este hombre, nacido hace 60 en Paso Molino, tenga la necesidad de exhalar en sonidos y palabras, el tufillo a feo que –pese a lo que piensa del verano porteño– viene inhalando en las urbes rioplatenses. “El centro se está llenando de personas en situación de calle –valga el eufemismo– y eso me deprime amargamente. Ha aumentado la gente expulsada del sistema y con esto la permanente queja de los incluidos. Estoy tratando de escribir sobre esto, obviamente con algunas tristes reflexiones o llamados a la reflexión. Somos nosotros quienes los venimos radiando desde hace al menos cincuenta años. He tratado de ponerme en el lugar del agredido y su pulsión de venganza, y otras en el lugar del agresor y su pérdida de códigos colectivos o fraternos”, cuenta él, sobre el contenido ético de su próximo trabajo. “También estoy escribiendo sobre camioneros; sobre mi madre; sobre Jorge Lazaroff, un querido colega ya fallecido; sobre Bolivia, sobre relaciones amorosas, algo inevitable… Y sobre un caballo, sobre alguien que se muda pero no puede llevarse su árbol y sobre el viento norte”, repasa.

–Panorama sombrío, lo primero que dijo. ¿Extraña las épocas de El viento en la cara y esos amaneceres democráticos?

 –No extraño nada, porque no corresponde. Soy casi el mismo, pero en la vida hay distintas etapas. Esos discos son de mis 25 años, hermosa época para mí, porque estaba marcando la cancha. Ahora juego en ella, y es una cancha muy amplia que me permite hacer de todo, puesto que así lo pauté desde mis comienzos. Hago música mía desde que era un adolescente y he tenido infinidad de altibajos, pero ahora estoy en un alto y se siente bien. Ojalá dure. De no ser así, igual seguiré vinculado a la música de algún modo, porque me gusta esta profesión. Y me ha gustado siempre, en todas las épocas.

Algo de eso hay, retomando las coordenadas del principio –la de la melomanía sobre él– en el libro que acaban de publicar Andrés Pampillón y Jorge Temponi. Se llama Cabrera según Fernando, y es una especie de biografía autorizada donde los autores descubren al hombre detrás del músico, si es que se pueden separar ambos entes. “Es un libro sobre mí mismo, basado en extensos reportajes que me hicieron los dos autores, muy bien hechos por cierto. Nos llevó como ocho años y quien no me conozca puede hacerlo por medio de este libro. Cuento de todo sin y con tapujos… Además tiene varias fotos curiosas”, es lo que tiene para decir sobre un trabajo que, seguramente, contestará mejor la pregunta que viene: “¿Rupturas y continuidades con mis orígenes musicales? Bueno, diría que todo joven necesita mostrar y demostrar, y yo lo hice. En la década del 80 grabé ocho discos en diez años, con todos con temas y arreglos míos. Hoy no tengo esa urgencia ni tampoco soy tan prolífico, aunque esto último es relativo. Ahora también tengo más tiempo. Antes era taxista, daba clases, era copista para una sinfónica, trabajaba en comercios del rubro automotor, tuve programas de radio, escribí en varios diarios y revistas, en fin, ahora tomo más mate, escucho la radio, camino, doy recitales y además rompo records como El Hombre Invitado”, se ríe éste nigromante de historias y notas musicales, en una impecable síntesis de su devenir.