Vaya una a saber si se trató de una forma inconsciente de celebrar el ingreso a la mayoría de edad o una mera casualidad, pero el Bafici de este año sopló sus 18 velitas prestándole particular atención a las películas “de iniciación”, es decir, a esos relatos sobre chicos en pleno pasaje a la adolescencia o en jóvenes en vísperas de dejar de serlo ante la inminencia del mundo adulto. El subgénero, habitualmente conocido como “coming of age”, estuvo representado en el festival porteño no sólo por un apartado especial dentro de la sección Panorama (“Hacerse grande”), sino también por tres contendientes de la Competencia Internacional: la estadounidense Girl Asleep, la francesa Le Nouveau y la portuguesa John From. El segundo largometraje de João Nicolau después de la extrañísima A Espada e a Rosa (Bafici 2011) vuelve a ocupar un merecido espacio en las agendas culturales porteñas, ya que es uno de los títulos más importantes de la 4° Semana de Cine Portugués, que se realizará desde este jueves y hasta el próximo domingo en el auditorio del Malba (ver nota aparte).

“Antes de encontrar el tema, con mi coguionista Mariana Ricardo nos impusimos como condiciones que la película tuviera la mínima cantidad de personajes posible y que se limite a un espacio físico muy concentrado”, dice Nicolau vía Skype desde Francia, a donde viajó como jurado del Festival Internacional de Belfort, parada previa a su llegada a Buenos Aires para la presentación del film. Fue a partir de esas coordenadas que la dupla esculpió este entrañable relato centrado en una quinceañera que, en medio del tedio de sus vacaciones escolares, empieza a fascinarse con la cultura de la región oceánica de Melanesia a raíz de una exposición de fotos, y sobre todo con el artista responsable de la muestra, quien a su vez es vecino del apacible edificio lisboeta que ella comparte con sus padres. “Me interesaba hacer una aproximación justa y seria al enamoramiento, que es algo no muy bien tratado en el tipo de cine que me gusta, quizás porque es la historia más antigua del mundo”, apunta el realizador.

–¿Por qué eligió rodar en fílmico?

–Siempre que puedo, y creo que cada vez más, me interesa trabajar el fílmico. No es una cuestión ideológica ni nada; simplemente que como artista es la materia plástica que me gusta. Para John From hicimos pruebas y encontré que el 16mm. era ideal porque daba una equivalencia entre el soporte material y la intensidad de los temas que quería tocar. Sabía que iba a filmar muchos edificios, mucho cemento y concreto, y hay un movimiento físico del nitrato de plata que se pasea por la cámara que no tienen los soportes digitales. Además, mi forma de filmar se basa sobre todo en tomas fijas, encuadres compuestos y luz natural, y ese movimiento también creaba una tensión interesante. 

–El relato se inscribe en un contexto realista al que poco a poco van sumándose elementos fantásticos, algo que ya estaba en varios de sus trabajos anteriores. ¿Qué le interesa de esa mezcla?

–Tanto este largo como mi último corto, Gambozinos, tienen algo distinto respecto a mis trabajos anteriores. Es decir, en A Espada…, por ejemplo, al principio aparecen unos científicos en un laboratorio raro que después salen en un helicóptero de juguete, entonces ya empieza en un nivel no muy realista. Creo que con John From me interesó mostrar la transformación que los personajes tienen que hacer para vivir en el mundo. En las otras películas las reglas ya estaban inventadas y se partía desde ahí, y acá quería mostrarle al espectador y compartir con él la modificación de esas reglas de convivencia.

–Ese cruce entre realismo y fantasía es muy propio de la etapa de enamoramiento que atraviesa la protagonista. 

–Claro, creo que el cine es una herramienta muy poderosa, o al menos puede serlo, para poner en igual valor realidades que tendemos a separar. El mundo se ve muy distinto cuando estás enamorado, uno no imagina cosas sino que las ve ahí. El cine tiene la posibilidad de revelar esa unión de amor e intensidad de la adolescencia. En ese sentido, y además de esa etapa de la vida de la protagonista, el reto más importante para mí era que fuera mujer. En los ensayos trabajé muy fuerte ese sentido, aprendí muchas cosas de las chicas y en cierta forma ellas me forzaron a observar la realidad con más atención aun cuando el relato fuera todo ficción.

–Usted es parte de O Som e a Fúria, la productora detrás de varias de las películas portuguesas más importantes de los últimos años, entre ellas las de Miguel Gomes. ¿Encuentra alguna explicación para el éxito de los proyectos de su país en los festivales más importantes del mundo?

–Primero es necesario aclarar que Portugal produce entre ocho y diez largometrajes por año. Hemos recibido de las dos generaciones anteriores de realizadores una libertad en relación al acto de filmar que permite que surjan voces diversas, muy distintas entre sí. No creo que lo que hago yo tenga mucho que ver con lo hace Miguel Gomes, ni que lo que hace él tenga mucho que ver con los trabajos de Pedro Costa o João Pedro Rodrigues. Pero sí creo que hay algo singular en cada una de nuestras películas y que ése es el grano que podemos aportar. Aunque no me reconozca en todas esas formas de expresión, me enorgullece pertenecer a una cinematografía con la capacidad para generarlas, sobre todo en un contexto tan corto de producción.

–¿La diversidad, entonces, es consecuencia de libertad creativa?

–Sí, porque hemos sido educados para pensar el cine no sólo como entretenimiento, algo que también existe en Portugal y al que, desgraciadamente, encuentro muy mal. El sistema de apoyos, aunque sea diminuto, afortunadamente privilegia el proyecto en sí mismo y no las aspiraciones comerciales, y eso hace que mientras más particular seas, mejor.