A comienzos de 1950, mucho antes del streaming, el cable, el VHS y el lento pero inexorable avance de la televisión de aire, ver una película por fuera de los estrenos comerciales de las salas era una misión casi imposible, una aventura que podía implicaba viajes hasta dar con algún lugar recóndito que eludiera los mandatos de la cartelera. El objetivo: apostar por un cine distinto en sus formas y temas, y proveniente de algún sector alejado del mundo, de esos que solo se conocían a través de esporádicas apariciones de noticias en diarios y revistas. Hasta que grupo de cinéfilos uruguayos, encabezado por Mauricio Litman y ese sinónimo de periodismo cultural que fue, es y será Homero Alsina Thevenet, se propusieron hacer un festival como los de Europa, pero a orillas del Atlántico. Nació así el Festival Internacional de Cine de Punta del Este, que desde este viernes 23 y hasta el jueves 29 celebrará su 26º edición en cuatro salas de la ciudad balnearia y Maldonado.

Discontinuado en la década de 1960 y reflotado en el amanecer del nuevo siglo, el evento procura ser una “herramienta para el desarrollo del sector audiovisual uruguayo y la construcción de público, a la vez que factor de interés turístico cultural”. A esto última ayudan, y mucho, sus playas: desde Cannes –fundado en 1946– en adelante, mar y cine se han convertido en un maridaje perfecto. Claro que la arena y el solcito pierden sentido si la pantalla grande no está a la altura de completar la experiencia. El Festival ofrecerá menú con más 50 largometrajes provenientes en su mayoría de Latinoamérica y Europa, aunque habrá lugar para excursiones hasta cinematografías del Lejano Oriente.

Yo capitán, de Matteo Garrone.

Todo comenzará el viernes 23 por la noche con la ceremonia de apertura y la posterior proyección de Pérola, del brasileño Murilo Benício. Basada en la novela homónima de Mauro Rasi, que dio pie a uno de los mayores éxitos del teatro brasileño, la película encuentra a Mauro el día después del funeral de su madre, cuando empieza a escribir sus recuerdos e inicia un reencuentro tanto con esa mujer sobreprotectora y exigente como con una dinámica familiar que supo abandonar varias décadas atrás para incursionar en la escritura en Río de Janeiro. Y terminará el jueves 29 con la clausura y la exhibición de Kepler Sexto B, del español Alejandro Suárez Lozano, un retrato sobre la adolescencia a través de una chica de 13 años que se muda a un barrio humilde donde tiene como vecino a Jonás, un hombre que cree ser astronauta de la NASA y que su departamento es una nave espacial varada en un planeta llamado Kepler.

La importancia de las producciones regionales se materializa en el recorte de su competencia principal a largos iberoamericanos de ficción. Como en casi todos los festivales y muestras audiovisuales de ésta y de cualquier zona del mundo, el cine argentino será protagonista central gracias al aporte de tres de las diez integrantes. El corpus nacional incluye a Alemania, de María Zanetti, un coming of age hecho y derecho sobre una jovencita que está a punto de cumplir su sueño de irse como estudiante de intercambio al país del título cuando los problemas de salud mental de su hermana quiebran la lógica familiar. También a Como el mar, de Nicolás Gil Laavedra -y con Sofía Gala Castiglione, Zoe Hochbaum y Carmen Maura en los roles estelares-, cuya trama sigue el camino de una joven para conocer su verdadera historia luego de la muerte de quien siempre pensó que era su madre. La tercera en cuestión es la coproducción con Colombia y Francia El otro hijo, en la que el realizador Juan Sebastián Quebrada aborda con proverbial prurito los pliegues del duelo de un adolescente por la muerte de su hermano.

El otro apartado competitivo está dedicado a documentales iberoamericanos y tiene seis títulos, dos de ellos realizados de este lado del Río de la Plata. El primero se llama Adentro mío estoy bailando y tiene a los realizadores Leandro Koch y Paloma Schachman entreverando ficción y documental para registrar el viaje de dos personajes muy parecidos a ellos a lo largo y ancho de Europa con el objetivo de desentrañar los orígenes de la música klezmer. También sobre música, aunque de raigambre mucho más rioplatense, versa el segundo documental argentino de la selección, Víctor Heredia - Quiero volverme tiempo, dirigida por Maximiliano González. El catálogo promete un recorrido íntimo guiado por el cantautor “por sus orígenes, sus búsquedas, sus relaciones con diversas artes”, así como también por “la correspondencia intercambiada con cantoras, cantantes y autores con los que compartió grabaciones, recitales y composiciones”.

Monstruo, del japonés Kore-eda Hirokazu .

Con una retrospectiva de Jorge Furtado, uno de los directores y productores más emblemáticos del audiovisual brasileño, la programación se completa con un panorama de documentales –que incluye a los argentinos La imagen real, de Pablo Montllau, y la coproducción con Perú El cine ha muerto, de Juan Benítez Allassia–, un puñado de exhibiciones especiales –entre ellas la de El camino del sur, de Juan Bautista Stagnaro–, y un panorama internacional donde abundan los nombres consagrados en los principales festivales del mundo. Como por ejemplo el regreso al largometraje luego de tres décadas del español Víctor Erice con la crepuscular Cerrar los ojos; lo nuevo del siempre atractivo François Ozon, Ese crimen no es mío; Lo mejor está por venir, del italiano Nanni Moretti; el último trabajo de la ibérica Isabel Coixet, Un amor; la recientemente estrenada en la Argentina Yo capitán, de Matteo Garrone, y Monstruo, del japonés Kore-eda Hirokazu. Cine y mar, otra vez una dupla infalible.