Durante los días de debate en la Cámara de Diputados del proyecto de la Ley Ómnibus saltaron a la vista las inversiones de los discursos libertarios, sus falacias, sus deslices y desmesuras tanto en los dichos del Presidente como de las y los diputados de LLA y de la bancada oficialista, sobre todo algunos representantes del PRO y de la UCR. Ellas y ellos pusieron en evidencia lo superficial de sus argumentos apoyados en tres premisas: vivimos la peor crisis en la historia de la Argentina, el kirchnerismo hundió al país de modo que la Argentina no se puede vender porque ya fue vendida, y necesitamos un cambio.

Cambio para el cual se requiere la heroicidad de los empresarios, que gozarán de la libertad que el Estado les otorgue. Es decir, el achicamiento del Estado se reserva el derecho de intervenir para asegurar la libertad empresarial. El objetivo de estas líneas es indagar qué nos dice la retórica gubernamental más allá de los efectos inmediatos que pueda tener, y que ya tiene.

La afirmación sostenida y repetida de que vivimos la peor crisis en la historia de Argentina es una falacia. Nunca nadie mencionó la Década Infame (para no citar la última dictadura de siete años, que LLA avala). La Década Infame, lo saben las y los argentinos por educación formal o por tradiciones orales, fue un período de trece años en los que la represión, la corrupción y el fraude electoral fueron acompañados por la depresión financiera, y migraciones internas por falta de trabajo desde el norte a Buenos Aires.

De modo que la insistencia en que vivimos la peor crisis en la historia de Argentina no es necesariamente una mentira (aunque puede serlo, dependiendo de los casos particulares), es fundamentalmente una falacia enunciada como verdad. Es una falacia en lo cuantitativo y es una falacia porque "la crisis" significa en ese discurso la crisis económica. Y la economía, no la convivencia, es el objetivo principal de este gobierno. La repetición de la falacia se impone porque el oficialismo, la oposición radical y la oposición moderada entran en el juego y no cuestionan lo que se dice sino el decir.

Las repetidas afirmaciones de oficialistas y aliados recordando que el presidente Javier Milei fue electo por el 56 % de los votos y que vivimos el peor momento de la historia argentina constituyen una falacia que busca justificar la necesidad de cambio. Milei acentuó la falacia después de que el oficialismo retirara la Ley Ómnibus por falta de apoyo en el Congreso. En el conjunto de las variadas acusaciones e insultos que el Presidente prodigó a diputadas, diputados y gobernadores provinciales, la muletilla fue y es: es la casta que no quiere cambio para no perder sus privilegios. La falacia consiste en asumir y hacer creer (lo cual es creído por los devotos libertarios, probablemente por el 30 % del electorado que lo votó en las PASO y primera vuelta) que el cambio es sólo uno, y es el cambio que LLA propone e intenta llevar adelante contra viento y marea.

La falacia tuvo cierta eficacia puesto que ni la oposición radical ni la oposición mesurada, ni el periodismo crítico, han llamado la atención sobre el hecho de que, si bien es sensato pensar que la ciudadanía, y también una mayoría de las y los congresistas, quieren cambios, ello no implica que los cambios que quieren sean necesariamente los que propone Milei. Pero Milei no lo escucha ni quiere escucharlo.

De ahí el comentario sensato de Miguel Ángel Pichetto en el momento crítico en que la ley trastabillaba. La falacia quedó al descubierto cuando se supo que la Ley Ómnibus se trabó no solo por los votos de la oposición radical (UxP, la izquierda) sino por los votos de la oposición moderada y razonable que quieren cambios, pero no los cambios que propone Milei.

Las falacias y las inversiones de Milei son extremas en la historia argentina, pero no son ajenas a las falacias del liberalismo democrático y del neoliberalismo globalista ni de su versión contraria, el nacionalismo anti-globalista. La prensa de la Unión Europea y Estados Unidos puso todo su arsenal propagandístico en marcha para criticar y contrarrestar el aparato propagandístico de Rusia y acallar la entrevista de Tucker Carlson con Vladimir Putin. Joe Biden advirtió que los impulsos imperiales de Putin no tienen límites. La falacia oculta los suyos propios, así como la larga historia imperial de Europa y su continuidad en Estados Unidos

II

Invertir el sentido de la idea democrática de libertad es obviamente el fundamento del discurso y del proyecto La Libertad Avanza. No es algo menor que un proyecto ahora presidencial, y no ya un programa de campaña electoral, se monte sobre la inversión de ideas democráticas (puesto que libertad es uno de los tres pilares del liberalismo: libertad, igualdad, fraternidad). Invertir la idea de libertad implica invertir los derechos humanos. En ambos casos la lógica se encuentra en uno de los fundadores del liberalismo: John Locke. Milei invierte el sentido de libertad, invierte la interpretación de la dictadura militar cuyos actos exterminadores de la oposición fueron en defensa propia, los empresarios son héroes y el rechazo de la Ley de Ómnibus en el Congreso no fue una derrota sino una victoria calculada para desenmascarar a las y los "traidores".

En cuanto a lógica de invertir los valores del liberalismo en nombre del liberalismo, no es nuevo, sino que está ya implícito en uno de los fundadores del liberalismo. Esto fue develado por el teólogo alemán de la liberación, residente en Costa Rica hasta su fallecimiento, Franz Hinkelammert. Hinkelammert mostró que el bombardeo de la OTAN a Kosovo en 1999, durante el gobierno de Bill Clinton, fue una violación de los derechos humanos en defensa de los derechos humanos. La misma lógica opera en el discurso libertario: la violación de la libertad en defensa de la libertad. Lo cual quedó patente en las afueras del Congreso con el espectáculo del despliegue policial. Es más, un gobierno que tiene la libertad de incitar a la violencia acusa a Lali Espósito de incitar a la violencia, en el Festival de Cosquín, por responder a las incitaciones estatales a la violencia. Se trata de la lógica totalitaria para justificar la represión.

III

Los deslices complementan las falacias y las inversiones. El Presidente envió al Congreso su proyecto de Ley Ómnibus con el título de "Bases y puntos de partida para la libertad de los Argentinos", una alusión a la obra que Juan Bautista Alberdi escribió y publicó en 1852: Bases y puntos de partida para la organización política de la República Argentina.

¿Son equivalentes las dos expresiones, "Bases y puntos de partida para la organización política de la República Argentina" y "Bases y puntos de partida para la libertad de los argentinos"? Recordemos, de paso, que la no interferencia del Estado que propone Alberdi es una respuesta al Estado monárquico colonial, derrotado en 1810, es también una respuesta a 40 años de guerras civiles, y 20 años de Juan Manuel de Rosas en el gobierno. Milei no tiene un pasado colonial del cual desprenderse. Tiene 40 años de democracia de los cuales quiere desprenderse.

El libertarismo de Milei proviene, por un lado, del liberalismo de Alberdi, quien creía que la libertad es la fuente de la riqueza y que la riqueza es para lo que se vive y debe vivir. No hay nada más que preguntar: vivimos para enriquecernos. Por otro lado, el libertarismo de Milei también se apoya en algunos principios libertarios en Estados Unidos. Milei no tiene por cierto ninguna obligación de que su versión libertaria se apegue a los principios libertarios de Estados Unidos o siga textualmente a Alberdi. Sin embargo, un breve paralelo nos ayudará a entender las versiones libertarias en el Primer Mundo y en el Tercer Mundo. Y de paso, podríamos reflexionar sobre el liberalismo de Alberdi en una excolonia hispánica y el liberalismo que surge en Europa y se proyecta en la independencia estadounidense en 1776. Los libertarios en Estados Unidos forman una tercera posición entre demócratas y republicanos y comparten también aspectos de ambos. Los libertarios comparten con los demócratas el deber de proteger a la ciudadanía de la cohersión y la violencia.

Milei, por el contrario, y desde la oficina presidencial, promueve el odio y la criminalización que, como en el caso de Trump, se extiende a la esfera pública. Lo vimos con las personas que ingresaron al Congreso para tomar fotos de las y los diputados que cuestionaban a la Ley Ómnibus y distribuirlas en las redes. Juan Grabois examinó cómo las personas acusadoras asumen su superioridad extrema legitimada por la voz presidencial y la ministra de Seguridad.

Estas personas han puesto su ética en anestesia intensiva, decididas a destruir la imagen de quien no piensa ni actúa de igual manera. El extremo es la desmesura presidencial, que pasó de las acusaciones en los discursos de campaña electoral a formalizar sus acusaciones sin ningún fundamento ya como Presidente de la Nación. La desmesura llegó a la desproporción de hablar de coimeros, auto-referirse y auto-retratarse como El Exterminador e identificar con nombres y fotos a los miembros de la casta que votó contra Ley de Ómnibus. Con lo cual entendemos que la casta no es ya y sólo la que estaba en el gobierno anterior y ahora es oposición radical, sino toda persona disidente en el Congreso o en las provincias. La desmesura pone de relieve la lógica que sostiene su decir cuando lo dicho es la demonización de la casta: casta es toda aquella y todo aquel que no acepta la universalidad y la perfección de sus ideas. Casta no es la gente de bien.

Quizás la desmesura más grave es haber reemplazado los argumentos por los insultos. Promovidos por la propia intolerancia del Presidente, que no tolera que alguien no piense como él, la desmesura se extendió a las y los diputadas y diputados de la LLA y del PRO. Tal desmesura es muy grave porque no deja otro camino que la obediencia o la confrontación. La mesurada evaluación argumentativa por parte de la expresidenta CFK fue sorpresivamente respondida sin argumentos y con insultos, propios de riñas personales en la calle y no de representantes gubernamentale. Es difícil pensar que el pueblo argentino, dada su historia y las respuestas recientes después del 10 de diciembre, baje la cabeza y obedezca.

La gravedad de la impunidad con que el presidente de un Estado asume y actúa según la inquebrantable fe en su única verdad (será por esto la invocación a las fuerzas del cielo) no sólo atenta contra la democracia, sino que sienta las bases y puntos de partida para la inseguridad y la desigualdad de todos los argentinos y las argentinas.

Sigamos un poco más. Los libertarios estadounidenses comparten con los republicanos la no intervención del Estado en la economía por lo cual, de hecho, la ciudadanía pierde sus derechos en materias de salud y educación, pero mantiene la obligación de consumir pagando más y recibiendo menos. La plusvalía sostiene el diferencial de poder entre quienes controlan los medios de producción y quienes tienen que consumir sus productos.

IV

Varias veces escuchamos o leímos referencias al fascismo de o en Milei. Creo, en primer lugar, que no es apropiado hacerlo puesto que atribuirle "fascismo" significa entrar en el mismo juego insultante que Milei propone. En segundo lugar, que es preferible contribuir al elucidar lo que, hasta este momento, ha mostrado: una actitud totalitaria, puesto que Milei y algunos sectores de su gobierno no sólo buscan acallar la disidencia sino extirpar la existencia influyente de pensamientos opuestos. En este caso, el kirchnerismo. Pero también el totalitarismo intenta remodelar las formas de pensar, En este sentido, el totalitarismo es revolucionario, aunque no sea la revolución que quisiéramos.

En el siglo XX, los tres regímenes totalitarios de entre guerras tuvieron modalidades relacionadas con las condiciones internas de cada país -Alemania, Italia y España-, en confluencia con las condiciones internacionales. Es posible pensar que Milei está imponiendo su propia modalidad totalitaria, un totalitarismo del Tercer Mundo, mientras que los tres primeros fueron totalitarismos del Primer Mundo. La dependencia estructural y los diferenciales de poder entre los Estados con pasados imperiales y los Estados con pasados coloniales modelan las subjetividades y relaciones subjetivas de la población en cada uno de estos ámbitos. 

El nazismo se fundó en dos principios. Uno, la confrontación con el estatismo liberal y la la desmesura racial conducente al genocidio cuidadosamente planificado, como lo argumentó Zygmunt BaugmanEl propósito fue mantener la armonía de un Estado para una sola nación étnica. Milei en cambio es pro-liberal y su racismo (el racismo entendido como la deshumanización de la diferencia) no se basa en distinciones raciales sino en distinciones ideológicas: un Estado para una nación de solo la gente de bien para lo cual es necesario eliminar a la casta.

Hasta dónde podrá llegar en ese propósito dependerá de las estrategias y de las fuerzas de la oposición, radical y moderada, de imponer relatos que promuevan los cambios necesarios por consenso que desplacen el relato, y la falacia, de que el cambio es sólo uno, el que propone LLA.

Con el fascismo propiamente dicho, el de Benito Mussolini en Italia, Milei tiene tres rasgos en común. La necesidad de la violencia y el rol del Estado para mantener el orden. Milei reduce la función del Estado en la economía, pero la incrementa en la violencia para mantener el orden. Mientras que Mussolini intentaba controlar el capitalismo independiente y otorgar al Estado la función de controlarlo, Milei apunta a lo contrario. Mussolini intentaba que el Estado controle los capitales. Milei, que el Estado libere a los capitales y controle a la población.

También Mussolini promovía la necesidad de liquidar a los disidentes (los llamaba enemigos) políticos y para ello necesitaba un Estado fuerte. Todo en el Estado, todo por el Estado, nada fuera o contra el Estado. Milei profirió varias veces una frase fonéticamene semejante: "Dentro de la ley todo, fuera de ley nada". Depende, por cierto, de quien interpreta la ley. Después del rechazo de la Ley Ómnibus en el Congreso, habrá que ver si Milei cumple su promesa sobre "fuera de la ley nada". Por lo pronto, si no violó la ley constitucional, indudablemente violó, por abuso y desmesura, los privilegios presidenciales al identificar "la casta" de sus enemigos para asegurar la casta del Estado y de sus amigos.

La política de Mussolini era ultranacionalista resaltando aquellos aspectos del pasado que caracterizan la nacionalidad italiana, reconstruir la Gran Italia y la hegemonía de Roma en el Mediterráneo. Por eso su discurso resaltó "el renacimiento" de la nación. Milei también destaca un renacimiento, pero no de los valores nacionales sino de un mítico paraíso económico del pasado. Semejante a Trump, no son los valores nacionales que propone la idea de "Hacer a América grande otra vez" sino el mito de la grandeza político-económica del pasado de la  Argentina.

Para ello, es necesario montar una retórica de crisis y decadencia para justificar los privilegios del salvador. Para Mussolini, reconstituir la grandeza de Roma y su hegemonía en el Mediterráneo. Para Trump, las épocas doradas de Estados Unidos (América para él) que fundaron su grandeza. Para Milei, los momentos liberales de la historia argentina, todo los cuales fueron liberalismos dependientes política, económica y culturalmente.

Finalmente, el franquismo que se extendió hasta 1959, comparte con el nazismo y el fascismo la confrontación con el liberalismo y con el comunismo. Comparte también con ellos el ultranacionalismo. Pero sus raíces locales son distintas. El año 1998 marcó el final de glorioso pasado imperial de España. Uno de los objetivos de Francisco Franco fue el de reparar el daño y la humillación no -claro está- reconstruyendo el imperio, pero sí reorganizando el espíritu y la ideología nacionalista. Por ello mantuvo la importancia de la monarquía y su rechazo al régimen parlamentario liberal que lo antecedió. Milei, como Franco, incluye en el comunismo todo proyecto o asociación que defienda derechos e igualdad. Pero Milei no tiene, como Franco, un glorioso pasado imperial sino un doloroso pasado colonial.

V

El paquete de inversiones, falacias y desmesuras del discurso libertario, basado por cierto en las propuestas de Milei, propone capitalismo para resolver el problema de la pobreza, la libertad de los argentinos de bien para justificar la represión de los argentinos de mal (puesto que no hay bien sin mal, ni blanco sin negro, ni arriba sin abajo), lo cual presupone libertad sin democracia. Es decir, la imposición de la libertad para reprimir la libertad.

Sabemos desde hace tiempo que democracia y capitalismo son un oxímoron. No obstante, los regímenes liberales en Europa occidental y Estados Unidos lograron mantener la fachada por bastante tiempo. Interrumpida la democracia en Europa por tres regímenes totalitarios (nazismo, fascismo y franquismo), regresó por unos años después de terminada la Segunda Guerra Mundial, hasta que hacia finales de los 70 el liberalismo mutó en su desmesura, el neoliberalismo.

La expansión neoliberal puso de manifiesto para quienes quisieran verlo, que el capitalismo no puede solucionar la pobreza porque la pobreza es una invención del capitalismo, demostró hace tiempo el economista disidente Karl Polanyi. De modo que el paquete de falacias, deslices y desmesuras embrolla retóricamente el cambio salvífico que traería tanto la libertad como el paraíso económico (Irlanda en el futuro) para todos los argentinos de bien.

VI

En resumen, los regímenes totalitarios se consolidaron inventando enemigos. Para los nazis, el judaísmo fue el principal, por cuestiones raciales que afectaban a la constitución de la pureza nacional. Mientras, el liberalismo y el comunismo eran enemigos externos. Milei no comparte el antijudaísmo nazi. Comparte el anticomunismo, pero no el antiliberalismo. Para el fascismo, el racismo antisemita no era lo principal si bien en algún momento se solidarizó con Hitler. Mussolini organizó la fuerza paramilitar conocida como "camisas negras" para combatir a comunistas y socialistas, adjetivos que incluían una amplia gama de roles sociales.

Milei no llegó a tanto todavía, aunque su propagación del odio promueve y apoya actitudes de odio insultante en sectores de la población. Para Franco, el etnicismo no-nacional (en su concepto de nación) se proyectó sobre los gitanos, en los que cayó su odio racial, aunque también el socialismo y el comunismo le sirvieron para embolsar a toda disidencia. Milei, por otra parte, es un caso particular de totalitarismo puesto que promueve y celebra el liberalismo mientras que niega la democracia.

En este panorama, no es fácil identificar a Milei con unos u otros "ismos". No obstante, y más allá de la diferencia, un rasgo común de los tres regímenes es el totalitarismo. No diría todavía que el gobierno de Milei sea totalitario. Es muy pronto para sostener tal afirmación. No obstante, los signos que apuntan en esa dirección son inequívocos. Lo que sí podemos afirmar es la persistencia retórica de invertir el sentido semántico-político de los principios y de los hechos, las falacias, los deslices y las desmesuras.

Todos ellos son signos de un totalitarismo del Tercer Mundo, de economía emergente del Sur Global según la expresión corriente. Milei no tiene detrás de si la grandeza imperial de Roma que tuvo el fascismo, ni la grandeza imperial de España que tuvo el franquismo, ni tampoco la grandeza del Primer Reich (el Sacro Imperio Romano) que Hitler asumía para construir el Tercer Reich, el suyo. Es un aprendiz de brujo en los márgenes del capital, por eso, tan alarmante como sus inspiradores. El poder, aprendimos de Aníbal Quijano, es una malla de relaciones distribuidas en el complejo dominación/explotación-opresión/conflicto. Cuanto más intensas son la dominación, la explotación y la opresión, más brotan los conflictos. Es lo que está ocurriendo y es de suponer que crecerá en los próximos cuatro años.