En alguna oportunidad les he contado sobre mi escuela primaria. Quienes me siguen hace tiempo saben que me crié en una localidad del sur del conurbano llamada Llavallol, en el partido de Lomas de Zamora de la provincia de Buenos Aires. Desde Constitución, en la línea de tren Roca, ramal Ezeiza, son diez estaciones: Hipólito Yrigoyen, Darío Santillán y Maximiliano Kosteki, Gerli, Lanús, Remedios de Escalada, Banfield, Lomas De Zamora, Temperley, Turdera y Llavallol. Un barrio tranquilo, conocido por sus fábricas de neumáticos Firestone y la cervecería Biekert.

Mi barrio El campanario era lindero a otro llamado Los Pinos. Ahí vivía mi querida amiga de la infancia y compañera de banco Mónica Enríquez. En la primaria, eramos íntimas amigas. Era unos años más grande que yo, pero compartíamos grado porque ella había repetido. Mónica no era muy amante de la escuela; si le hubiera puesto el mismo empeño que le ponía a pintarse los ojos, seguro hubiera sido médica cirujana. Era una mujer que se había desarrollado muy chica: tenía un cuerpo infartante. Recuerdo que cuando caminábamos juntas era incómodo ver cómo la miraban los hombres y las cosas que le decían. Era rápida y muy brava: no dudaba en ponerlos en su lugar. Siempre admiré eso de ella: lo guerrera, parecía que nada ni nadie le podía hacer daño.

Los Pinos era un asentamiento que había crecido rápido, sus casitas estaban unas pegadas a la otras, y una calle central funcionaba como la columna vertebral del barrio. Me gustaba ir a su casa, aunque a veces me daba miedo cruzar por algunos pasillos. Recuerdo que eran muy estrechos y algunos, oscuros: no tenían electricidad. La mayoría de los que vivían ahí se colgaban de la luz. Había cientos de familias trabajadoras, que llevaban el estigma por vivir en una villa (hoy renombrada como barrio popular).

Recordé a mi querida amiga Mónica porque desde comienzos del verano y, esta semana aún más, pudimos asistir a una feroz campaña contra la Secretaría de Integración Urbana por la mal llamada “caja de Grabois”. Sabemos que estamos atravesando un momento político delicado y podemos ver cómo se intenta desprestigiar al oponente. Eso es más de lo mismo y aunque nos digan que no lo van a volver a hacer, casi todos los políticos caen en la trampa. No faltan los alcahuetes que inundan los medios de fake news con supuestos off the record y sin ninguna prueba, mientras que existen documentos y testimonios de diferentes referentes de la política de diversos partidos que afirman que la Secretaría funciona bien. ¿Por qué esta información no circula?

La Secretaría de Integración Social y Urbana se creó en el gobierno del Pro, casi sin financiamiento. Fue concebida para tratar de solucionar los problemas y dar respuesta a las personas que viven en los barrios populares. Fue un logro batallado por los propios habitantes de los barrios populares, la iglesia y la fundación TECHO (antes conocida como Un techo para mi país) y de todxs lxs militantes comprometidxs con la causa de quienes no tienen acceso a una vivienda digna. El lema de las tres T (tierra, techo y trabajo) los identificó. El consenso de las fuerzas políticas principales sobre la importancia de establecer la inclusión urbana como política de Estado fue contundente. Y a fines de 2018 el gobierno de Mauricio Macri promulgó la ley 27453 denominada Régimen de regularización dominial para la integración urbana.

Hasta el 2016 no había ningún dato y el INDEC no tenía información certera de cuántos barrios populares había y cómo funcionaban. El primer relevamiento arrojó 4416 villas y a partir de ahí, la tarea era articular y crear las políticas públicas para mejorarle la vida a más de cuatro millones de personas. Los trabajos esenciales para lograr la integración urbana se basaban en llevar agua corriente, cloacas, electricidad, infraestructuras y accesos. Con el aporte solidario, el impuesto a las grandes fortunas y el Impuesto País, en el gobierno anterior se financió y se pudieron hacer más de 1400 obras concretas que les cambiaron la vida a muchas personas.

Desde que se creó la Secretaría, las estadísticas y controles recientes indican que al día de la fecha ya hay más de 6400 barrios populares con más de 6 millones de habitantes. Algo que debemos remarcar es que los barrios crecieron por la desesperación de las familias en busca de un techo. Sin trabajo estable y con lo difícil que es conseguir un alquiler en Buenos Aires, estos barrios se multiplicaron a pasos agigantados. Y no es culpa de la Secretaría. Su función no era la de contener ese incremento, sino de brindarles las herramientas de seguridad y bienestar para que esas familias pudieran acceder a una vida digna con luz, agua y cloacas, para tener un baño, derechos básicos y elementales. Esto es un trabajo inmenso que no se puede concretar en cuatro años de gestión.

Hay gente que se enoja porque no llegan con las obras y es comprensible, pero es tan enorme la necesidad como la falta de recursos. Yo me pregunto… ¿Por qué intentar romper con algo que funciona bien? Que le mejora la calidad de vida a lxs que menos tienen. ¿En lugar de destruir, por qué no buscan que la Secretaría crezca e incorpore mayores recursos, así la ayuda llega más rápido? Con los problemas económicos y lo difícil que es para una familia poder alquilar en Buenos Aires, ¿no sería prioridad sostener y bancar una Secretaria que funciona bien?

En esa época, mi amiga Mónica no podía aspirar a nada más que lo que la circunstancia le brindaba. Ni las ambulancias querían entrar a ese barrio. Hubo un acuerdo político sin bandos ni grieta que comprendió lo importante que era resolver eso. Hoy parece que puede romperse de un día para el otro. Me da la impresión de que la motosierra no solo llegó para cortar lo que no funciona.