Durante el mes de julio el Galpón 13 fue guarida de cariño para el recuerdo de Roberto Fontanarrosa. Entre la reconstrucción de la esquina del bar El Cairo y las páginas de Inodoro y Boogie, se recreó también su estudio, donde tablero y lapicitos en frasquitos convivían con libros y revistas apiladas. En las paredes, algunas historietas enmarcadas. Corto Maltés relucía como referencia. Vale decir, no puede pensarse a Fontanarrosa sin Hugo Pratt. O también, no puede entenderse la historieta argentina ‑-o de donde sea‑- sin la incidencia del dibujante italiano.

Si todavía usted no ha cumplido con la visita pertinente al Centro Cultural Roberto Fontanarrosa (San Martín 1080) mejor apúrese, que hay Hugo Pratt en Rosario hasta el domingo. Tal es el título de la muestra que homenajea al artista desde el 28 de septiembre, con producción de la Secretaría de Cultura del Gobierno de la Provincia de Mendoza y curaduría de Planeta Comics y Asociación Bancaria (seccionales Rosario y Mendoza).

Antes de ingresar, los dibujos de Pratt se dejan ver desde el paseo casual por Plaza Montenegro, como si Ernie Pike y Sargento Kirk estuvieran por allí, compartiendo historias. De hecho, seguro que algunas han rememorado para la visita de los norteamericanos Frank Miller y Brian Azzarello, los invitados de Crack Bang Booom, cuya última edición fuera el marco de esta muestra. Dicen que Miller se mostró interesado por la etapa argentina de Pratt: habrá sido un privilegio saber de esa curiosidad (de paso, si Pratt no lo influyó a Miller, seguro que sí lo hizo Alberto Breccia).

De todas maneras, es igual de importante el vínculo de Pratt con cada uno, es decir, ¿cómo ha llegado Pratt a la vida del lector? Porque es toda una generación la que ha crecido a la par de las correrías de Caleb Lee y Ticonderoga, junto a la amargura del cronista de guerra Ernie Pike. Sargento Kirk, en tanto, es el espíritu de camaradería, en donde la amistad aparece como el refugio final. Todos ellos, de la mano del guión de Héctor Germán Oesterheld, entre las páginas de las Misterix, Hora Cero y Frontera, durante los años de la década de 1950.

Todo esto es reseñado en la muestra, a través de introducciones que describen la línea de tiempo, junto a gigantografías que permiten apreciar de modo excelso el trazo del dibujante. Vale destacar que el período argentino de Pratt -‑el nodal, seguramente-‑ es apenas uno entre otros, dentro de una cronología que también presta atención a los primeros años italianos (los de As de Pique) y deja el subsuelo del CCRF como lugar donde sea Corto Maltés el guía privilegiado. Allí, el marino surge como efigie prattiana, y en el panel siguiente cubre casi una pared con la reproducción de esa viñeta gloriosa de La balada del mar salado, su primera aventura, donde se lo ve maniatado y a la deriva del Pacífico.

La muestra incluye publicaciones y reproducciones.

Entre tanto más, lo que destaca en Pratt en Rosario es la posibilidad de ver reproducidas, por ejemplo, la totalidad de las portadas realizadas por el italiano para las Hora Cero y Frontera de Oesterheld, las Skorpio y las Sgt. Kirk italianas (una de ellas, la número 13, es de un modernismo todavía intacto). Un verdadero álbum de figuritas que al memorioso le permitirá recordar gratos momentos de kioskos y tardes de lectura, así como ratificar el manejo diestro de Pratt para la captura del impacto: desde el rostro del soldado que espía al lector mientras se dirige al combate, a la bayoneta que parece salir de la portada apaisada de la Hora Cero semanal.

A su vez, el camino que va del Pratt primerizo hacia su etapa última tiene particular atención, ya que el observador podrá notar la influencia formal que ejercieron en el dibujante los trabajos de Frank Robbins y Milton Caniff, la incidencia del cine en la construcción de la página ‑-con viñetas pensadas desde ángulos de cámara y raccord-‑, el trabajo con modelos para el logro de los personajes, y la cima que significa la depuración final: trazos sueltos, mínimos, que siluetean con la gracia del pincel, en colores de acuarela, mientras demoran la transición entre los cuadritos, de acción suspendida, casi inasible; así como pasa en Jesuit Joe o en Saint‑Exupéry: El último vuelo.

Este camino hacia el logro de un estilo se aprecia, desde ya, en el propio Corto Maltés, en la deriva de sus álbumes, hasta el logro de una sola y misma sintonía. Corto, de hecho, es esta consumación: romántico y amante de las causas justas, de amores en puertos varios y con el pie puesto en el viaje; así como Pratt: el vino, la guitarra y las canzonetas, entre amigos de países repartidos. El repertorio fotográfico que ofrece la muestra da testimonio de estas alegrías.

Por eso, la comprensión que de la historieta ha logrado Hugo Pratt es consecuencia de todo ello; capaz de lograr, a la vez, una colaboración de admiración mutua con Milo Manara en Verano indio y El gaucho, de la cual se reproducen algunas viñetas. Tanto se lo admira, que a la muestra hermosa que culmina en el Fontanarrosa ya se la extraña.