Portada de la edición de Dobra Robota y Walden

Muchos oyentes conocen a Brian Eno por su rol de “legendario productor de rock”, una fuerza fundamental en la producción de clásicos como Low de David Bowie, The Joshua Tree de U2 y Fear of Music de Talking Heads. Otros, especialmente en Gran Bretaña, lo conocen por haber sido un miembro esencial de la banda de art rock Roxy Music, que marcó tendencia a comienzos de los setenta. Como solista, su fama reside principalmente en haber sido un precursor de la música ambient; su disco solista más vendido sigue siendo el álbum ambient Music for Airports, lanzado en 1978. Pero esto es rascar la superficie solamente; desentrañar los innumerables giros y cambios en la vida de Eno podría ser un trabajo a jornada completa. Su extensa discografía –compuesta por una compleja red de géneros, colaboradores e innumerables proyectos principales y secundarios– puede leerse hasta cierto punto como la historia del rock y de la música experimental desde principios de los setenta, condensada en una única lista gigantesca.

Brian Peter George St. John le Baptiste de la Salle Eno tiene hoy 75 años. Muchos de los músicos que pertenecen a su generación son como piezas de museo itinerantes y se encuentran desempolvando su catálogo de grandes éxitos para una nueva gira de reunión. Es un dato conocido que Eno odia las giras y las probabilidades de que nunca lo veas tocar en vivo son altas. A pesar de llevar más de cuarenta años construyendo una sólida carrera como músico y productor, Eno prefiere definirse como un “no músico”. Hasta hizo todo lo posible para que le permitieran poner como profesión “no músico” en su pasaporte. Para él, los setenta y los ochenta son historia antigua; hace tiempo que los dejó atrás y no le interesa demasiado resucitar su célebre pasado. Hoy en día es más probable que lo veas discutiendo sobre política, reflexionando sobre una gran teoría unificada de la cultura, probando el tono de alarma de un reloj diseñado para sonar cada diez mil años, o tratando de hacer que su iPhone produzca música generativa.

Cada crítico utiliza su propia metáfora para describir la forma de trabajar de Eno. Una muy popular dice que es un músico que “pinta con el sonido”. Es cierto que Eno interpreta los sonidos de la misma forma que lo haría un artista visual: exhibe la sensibilidad propia de un pintor en su música ambient, e incluso estudió artes plásticas en una academia. El problema es que esta analogía tiende a evocar la imagen mental de un genio solitario encerrado en su torre. Eno no creó Another Green World en soledad, no pintó su lienzo sonoro en aislamiento. El álbum fue grabado en un estudio londinense e incluyó múltiples intérpretes, instrumentos e ideas. Eno era quien comandaba el barco.

Muchos años atrás, Eno acuñó el término “escenio” para describir cómo grandes grupos de personas –no solo genios solitarios e incomprendidos– pueden generar algo creativo. “La palabra ‘escenio’ representa la inteligencia e intuición de toda una escena cultural”, afirmó alguna vez. “Es la forma colectiva del concepto de genio”. Si bien nunca surgió una “escena cultural” londinense producto del lanzamiento de Another Green World –no importa cómo se lo mire, fue un disco sumamente extraño para 1975–, este compartía tejido conectivo con algunas de las personas e ideas que flotaban justo por debajo de la superficie de la cultura popular del momento.

La pintura es una analogía atractiva para describir las exploraciones ambient de Eno, pero el cine provee un mejor modelo para entender la manera en la cual trabaja con otras personas. Tiene un don para identificar y armar la mezcla idónea de personas en miras de crear un concepto más abarcador, y es capaz de extraer per- formances sorpresivas de sus colaboradores. Aborda la música de una manera parecida al enfoque que podría adoptar un director hacia la banda sonora de su película: como un medio para establecer un clima, una sensación de tiempo y de lugar. (Eno lleva también mucho tiempo componiendo música para películas, tanto reales como imaginarias). Además, como todo gran director de cine, deja su sutil pero inconfundible huella en todo lo que toca, independientemente de quiénes sean las estrellas que ocupan el primer plano.

ANCLADAS EN LA TIERRA

Another Green World, grabado en 1975, es un ecosistema exuberante y autosuficiente. La música suena ligeramente extraterrestre y sintética, pero los títulos de las canciones están colmados de alusiones a la naturaleza: lagartijas, peces, reptiles, islas, fuego.

Si bien las alusiones de Eno, de gran amplitud temática –árboles oscuros, grandes naves–, suenan exóticas, se mantienen ancladas en la Tierra. A lo largo de los años, Eno ha preferido hacer discos que existen On Land y no en el espacio. En lugar de catapultarnos hacia vastas galaxias lejanas, su música alienta a que reflexionemos sobre nuestros entornos cotidianos. Podrá ser una música cerebral, pero no es el revoltijo de la psicodelia; es una suave deriva hacia una fotografía borrosa. Difusos recuerdos de la infancia se funden con nuestro descubrimiento de estos espacios a medida que marcamos en nuestros propios mapas psicogeográficos los puntos de interés de Eno.

Brian Eno creció en una somnolienta ciudad llamada Woodbridge, Suffolk, al este de Inglaterra –un pueblo no particularmente animado–, y quizá por eso tenga sentido que su interés por los paisajes imaginarios haya comenzado a una temprana edad. Era un niño rubio de rasgos delicados como los de un duende, con una enorme intuición para lo raro y sobrenatural. En un episodio apócrifo, documentado en “On Some Faraway Beach”, Eno y su media hermana Rita aseguraron haber visto un ovni durante la noche. Eno poseía una mente inquieta y añoraba la soledad, por lo cual pasó gran parte de su niñez en soledad, buscando fósiles en los bosques cercanos a su casa.

A primera vista, su niñez de pueblo chico parece casi agresivamente normal. Sin embargo, existía una sutil corriente subterránea que atravesaba esa temprana vida familiar. Su padre era un cartero que poseía un talento oculto para tocar la batería y reparar relojes. Su abuelo, también cartero, restauraba zanfonas y enormes órganos tubulares como pasatiempo. Una de las fuentes de inspiración más importantes para Eno fue su tío, quien lo entretenía con cuentos sobre tierras exóticas. “Vivió algunos años en la India”, recordaba Eno en 1979 durante una entrevista con Kurt Loder para Synapse. “Por eso tiene algunas ideas extrañas medio hinduistas sobre las cosas. Es bastante excéntrico, muy raro, siempre está haciendo experimentos bizarros en su casa, pensando nuevas formas de destilar licores y cosas así, o domesticando grajos y otros animales rarísimos. Fue una figura muy importante para mí porque representaba el otro lado de la vida, la parte extraña. Encarnaba para mí lo mismo que encarnaba toda esa música que escuchaba. Yo me preguntaba ‘¿De dónde sale este tipo?’, como dicen ahora. Solía visitarlo muy seguido, una o dos veces a la semana, y conversábamos y me mostraba ideas nuevas”.

Eno se entretenía dibujando e inventando juegos extraños; a los 7 años comenzó a diseñar casas. Sus planos imaginarios eran fantásticos y ambiciosos, repletos de senderos bizantinos y distribuciones extrañas; un alejamiento fantasioso del monótono escenario de su niñez inglesa durante la década del cincuenta. “Esos espacios siempre tenían esquinas raras, laberintos y habitaciones secretas”, recordó en una entrevista para Reality Hackers en 1988. “Había arroyos que los atravesaban, o árboles que crecían a través de ellos, o estaban suspendidos sobre un desfiladero”.

Brian Eno en 1972

VOLVER A CASA

Cuando Eno empezó a grabar discos solistas a comienzos de los setenta, diseñaba canciones que parecían tener arroyos que las atravesaban o árboles que crecían a través de ellas, o estar suspendidas sobre desfiladeros. Cada vez con mayor frecuencia aparecerían alusiones a geografías alternas en los títulos de sus canciones. Piensen, por ejemplo, en “On Some Faraway Beach” de su disco Here Come the Warm Jets de 1973. O en “China My China”, incluida en Taking Tiger Mountain (By Strategy), de 1974. Claro está, tenemos también Another Green World en su totalidad. Luego, discos ambient como On Land, lleno de títulos sugestivos como “Dunwich Beach, Autumn, 1960”, y su incursión en la llamada “música del cuarto mundo” a través del disco que lanzó junto con Jon Hassell. Al poco tiempo, las constantes y numerosas alusiones a características geográficas se convirtieron en una especie de marca registrada personal. A principios de los noventa, cuando reemplazó su evocadora imaginería del mundo natural por el frío ciber-futurismo de su single “Fractal Zoom”, la reacción fue salvaje. “En primer lugar, el título ya parece ser un fiasco”, lo castigó Mark Sinker en The Wire. “El mayor colonizador del Paisaje Imaginario, el Colón teórico del Mundo Virtual sonoro no necesita la omnipresente jerga de los videojuegos para reforzar su credibilidad”.

Curiosamente, para componer Another Green World –con todas sus connotaciones de paisajes exuberantes y frondosos– Eno se inspiró en un cuento sobre las gélidas regiones del espacio profundo. Hoy en día se ha vuelto casi un cliché el hecho de que los músicos que usan sintetizadores confiesen su gran interés por la ciencia ficción. Piensen, por ejemplo, en la obsesión del techno de Detroit por los viajes intergalácticos o en los mundos heliocéntricos de Sun Ra. Sin embargo, Eno nunca fue un fan del género, ya que prefirió siempre consumir inmensas cantidades de no ficción. En su opinión, la parte más interesante del cuento que inspiró Another Green World empezaba cuando los viajeros espaciales regresaban a su hogar.

En 1977, dos años después de grabar el disco, Eno le contó a Ian McDonald durante una entrevista para NME: “Pensaba en escaparme. Había leído mucho tiempo atrás un cuento de ciencia ficción en el que un grupo de personas exploraba el espacio hasta que finalmente hallaban un planeta habitable, y resulta que ese planeta era idéntico a la Tierra en cada detalle. Me pareció que esa era la ironía suprema: en un principio se habían ido de la Tierra con la esperanza de encontrar algo mejor, y al final del viaje estaban de vuelta en ella; es decir, era realmente el mismo lugar. Y así es como me siento sobre mí mismo: siempre estoy intentando proyectarme por una tangente, pero, al final, siempre parece que regreso al mismo lugar. Es un loop. En realidad, nunca puedes escapar”.