El miércoles pasado, después de mucho tiempo, se reunieron a solas Miguel Lifschitz y Antonio Bonfatti. Si bien el contacto entre ambos dirigentes ‑en especial en encuentros más amplios y con otros participantes‑ es fluído, la charla entre ambos sin testigos es un hecho político con pocos precendentes. La oportunidad en buena medida lo explica. Las horas posteriores a los comicios en los que el Frente Progresista se ubicó en tercer lugar demandaban una rápida y clara señal "hacia adentro", ya que más allá de haber mejorado la performance en relación a las primarias del mes de agosto, los resultados encendieron todas las alarmas de cara al 2019. En ese sentido, ambos dirigentes coincidieron en que hasta entonces la tarea de reconstrucción del Frente debe pasar inicialmente por aceitar la relación interna ‑sin fisuras a la hora de avanzar sobre proyectos en la Legislatura‑ y ampliar la base de participación con un concepto más abierto al que hasta el momento campeaba en la fuerza. De allí en más, quien sea el candidato para intentar retener la gobernación será el fruto de la obtención o no de consenso con otras fuerzas políticas antes que una disputa interna. Así las cosas, podrá ser Lifschitz el candidato ‑si los otros partidos se allanan a un reforma constitucional‑ Bonfatti si se rechazara por la oposición esa instancia, o algún otro dirigente que hasta el momento no asoma. Con este panorama en claro, los principales referentes del Partido Socialista se disponen a relanzar el espacio haciendo base en la gestión, que a lo largo del mes de noviembre permitirá observar algunos cambios en es sentido.

No es un secreto para nadie que la relación entre Lifschitz y Bonfatti no ha sido la más cordial dentro de las fila del partido socialista. No es objeto de esta columna analizar las razones ni remontarse en el tiempo, pero está claro que no es una novedad. Sin embargo, por tratarse de dos encumbrados dirigentes, hombres "de partido" y con altas responsabilidades, lo que resultaría una obviedad ‑tras la enumeración precedente‑ no lo es, y por eso hablaron para poner las cosas en claro.

Lifschitz seguramente va propiciar cambios en el gabinete que van más allá de los reemplazos necesarios de Luis Contigiani ‑que asumirá como diputado nacional‑ y Miguel González que jurará como senador por el departamento La Capital. En el Ministerio de la Producción suena con fuerza el nombre de otro radical, que ya ocupó ese cargo en la gestión de Hermes Binner. Se trata de Juan José Morín, cuyo perfil es coincidente con la línea de trabajo de su predecesor. Otro nombre alternativo es el de Sergio Buchara, que trabaja actualmente junto a Contigiani. Sea cual fuere, inclusive algún otro nombre la idea sería sostener el alto perfil de la cartera en momentos en que la situación económica ‑como desde hace ya dos años‑ impone un alto nivel de exigencia. En Salud, sin avanzar sobre nombres, el tema parece más sencillo, el reconocimiento de propios y extraños al despliegue del socialismo sobre el área resulta así más allá de los funcionarios.

Los otros cambios tienen un sentido diferente y obedecen al relanzamiento del Frente Progresista ya sin referentes radicales que responden a José Corral ‑también presidente de la UCR‑ como es lógico esperar. Más aún, hay quienes razonablemente le reprochan al gobernador haber demorado esta decisión. Sucede que Lifschitz ‑más allá del cálculo político impreciso sobre la conducta de los radicales‑ tiene una ponderación personal buena sobre sus ministros, en especial Julio Schneider que dejará Obras Publicas, y no menor con Eduardo Matozo que vaciará su despacho en Ciencia y Técnica. Junto con ellos, se irá un contigente de cuadros medios que permitirá la "oxigencación" del gabinete que a lo largo del mes de noviembre va a diseñar el gobernador, quien en principio no prevé más que estos cambios que operarán en diciembre. No se descarta sin embargo alguna modificación en el organigrama ministerial que permita la llegada de alguna figura del partido con perfil político de relevancia para la nueva etapa que se avecina. Esto de ninguna manera supone ni la salida de Pablo Farías,  José Garibay o Maximiliano Pullaro, que Lifschitz pretende lo acompañen hasta el final de su mandato. Desde ya, que la dinámica de los acontecimientos tiene su peso, y lo que hoy parece estable y firme puede no serlo en el futuro.

El análisis de los resultados difundido por el gobierno, ofrece una visión optimista. Los triunfos en comunas y ciudades importantes de las provincia para los cargos locales ‑especialmente en Santa Fe ciudad donde Emilio Jató relegó al "caballo del comisario", el radical Pereyra, ahijado de Corral‑‑ contrastan con el tercer lugar en Rosario, a pesar de haber duplicado prácticamente los votos de las PASO. En la Municipalidad, Mónica Fein también prepara cambios para diciembre y no sólo en las áreas donde se han generado vacantes por la deserción radical, sino en otras de alto contacto con los vecinos. Allí también la idea es ampliar los niveles de participación a otros sectores con afinidad ideológica pero sin pertenencia partidaria. La figura de Pablo Javkin, que fue superado en votos por Roberto Sukerman y duplicado por Roy López Molina, sigue concitando expectativa a partir de la recuperación desde las primarias al domingo pasado. El propio edil electo se dispone desde su banca a redoblar esfuerzos y participación en la construcción más amplia del Frente. Una tarea difícil, que en el Frente Progresista se han planteado al parecer más por necesidad que por convicción. Si en los dos años que restan hasta la hora de la verdad no se incorpora ese elemento, será prácticamente imposible repechar la cuesta. La idea de volver a "enamorar" a los rosarinos no debería descansar en el instinto de supervivencia política que caracterizó los últimos tiempos. La reunión de Lifschitz y Bonfatti por ahora es eso, de ellos depende que no se agote en esa instancia.