Los Bunkers

Ante la pantalla de su celular, yendo y viniendo por la cocina de la que es su casa durante estos días de recitales en Chile, Mauricio Durán asegura que las ruedas del regreso comenzaron a girar por culpa de un tweet. Tiene puesta una remera de Mexico ’86, seguramente más en honor al país en el que reside desde hace años que por el que ganó aquel mundial, y el regreso al que se refiere es el del grupo de su adolescencia, el que formó allá lejos y hace tiempo en su Concepción natal con su hermano Francisco y otra pareja de hermanos, Álvaro y Gonzalo López, más el baterista Mauricio Basualto. Con ellos dejó su ciudad para instalarse en Santiago, y luego hicieron lo mismo, pero para ir a la conquista de México como centro de una ambición continental. Y allí fue donde un tiempo después lo dejaron todo, hasta ese bendito tweet.

“Dejamos de tocar en 2014, y quedamos en volver a hablar cinco años después”, precisa Mauri, que es como lo llaman dentro del grupo. “Y justo a fines del 2019 viene el estallido social en Chile”, explica. Por entonces, junto a su hermano Francis –ambos se quedaron viviendo en México luego de la separación, mientras los demás regresaron a Chile– estaban grabando el segundo disco de Lanza Internacional. “Era un proyecto más pequeñito e independiente, que habíamos hecho nosotros”, explica, seguramente para diferenciarlo de una suerte de supergrupo que armaron con ex integrantes del grupo Chancho en Piedra y con Pedropiedra, vinculados entonces al programa 31 minutos. “Así que durante la grabacion estábamos todo el tiempo preguntándonos qué hacer, si participar o no, si íbamos a ver esta huevá desde lejos o nos íbamos a sumar”. Mauri recuerda también que iban viendo que muchos músicos se sumaban y acompañaban el proceso, que pasaban las semanas y la cosa seguía y seguía, y con Francis no dejaban de preguntarse a la distancia qué era lo que tenían que hacer.

“Habían pasado varias semanas, quizás un mes desde que había partido todo. Estaba viendo las noticias, allá en México, y me acuerdo que me metí a twitter. Y una niña puso un mensaje que decía: ‘¿Y los Bunkers dónde están?’ Te juro que se me partió el corazón. Como que me interpeló, ¿cachai? Y ahí me acuerdo que hablé con Francis, y dije: ‘Puta, llamémoslos a los chiquillos, veamos si hacemos algo’”.

Lo que hicieron los cinco pibes que formaron los Bunkers y que estaban a punto de descubrir que lo seguían siendo a pesar de los viajes y las mudanzas, los discos, las giras y las separaciones, fue armar dos mini-shows gratuitos para acompañar a la gente en las calles con sus canciones: uno en su ciudad, Concepción, y otro en Santiago, en la Plaza Italia, rebautizada como Plaza Dignidad.

Ahí estaban Los Bunkers.

Y ahí mismo fue que empezaron a planear un regreso que los tiene desde hace un año agotando estadios en tiempo récord, y recorriendo de punta a punta tanto Chile como México. Y más allá también. “Fuimos a Colombia y también a Perú, nos falta Buenos Aires nomás”, se ríe Mauri, que celebra que esta renovada actividad –“Nunca antes tocamos tanto ni tan seguido”, asegura– los encuentre mucho más seguros sobre lo que son y lo que quieren hacer. “Me gusta que este nivel de éxito o de euforia por la banda nos pille en este momento, y no cuando éramos mas cabros”, dice. “Es una manera mas serena de vivirlo. Me gusta que nos pille a todos con hijos adolescentes, por ejemplo, y que para ellos la música también sea importante. Pone las cosas en otra perspectiva”.

Perspectiva que se completa con el hecho de que el regreso llega acompañado de un nuevo disco, que responde al bautismo de Noviembre. “Porque viene después de octubre. En Chile está todo demasiado marcado tanto por octubre como por el estallido social, por todo lo que sucedió. Así que como tenemos dos integrantes de la banda que están de cumpleaños ese mes, y yo tenía una canción con ese nombre que se me hacía bonita, pensé que era una buena metáfora de avanzar. De vamos a ver qué viene ahora, ¿cachai? Octubre ya pasó, la revuelta social ya fue, hay que plantearse todo desde otro lugar. Entonces, Noviembre”.

Portada del nuevo disco de Los Bunkers

LAS VENTAJAS DE LA PERIFERIA

Casi exactamente año atrás, en los camarines del estadio Ester Roa Rebolledo de Concepción sonaban los Beatles matando el tiempo --y anestesiando la ansiedad-- cuando ya no había nada que hacer antes del comienzo del histórico concierto de regreso de Los Bunkers a su ciudad natal luego de su separación, salvo esperar. Lo que no es extraño, teniendo en cuenta el fanatismo extremo que el grupo tiene por absolutamente todo lo que venga –dicen que se abrió una grieta con la salida de “Now and Then”, pero eso todavía hay que chequearlo– de sus colegas mayores de aquella otra ciudad frente al mar. Pero no se trataba de una grabación, sino que Mauri y Francis lideraban a dos guitarras un infalible repaso tema por tema de algunos de los discos oficiales del cuarteto de Liverpool, una suerte de una-que-sepamos-todos a lo Bunkers, que se extendió con temas de los Kinks y sólo el agregado de “The Last Time” de los Rolling Stones rompió el hechizo cuando surgieron algunas dudas sobre cómo seguía la letra.

Aquellos camarines tenían dos cuartos, y mientras desde el más privado surgían los temas, en la otra sala, dedicada a recibir invitados, Mauricio Basualto sonreía escuchando a sus compañeros de grupo. “¿Me preguntabas cómo llevábamos el regreso?”, dijo entonces. Y señalando hacia el lugar de donde venían las canciones, agregó: “Así, todo el tiempo”. Una década separa a Basualto de sus compañeros de grupo, a los que alentó en sus comienzos con la música, primero a formar efectivamente una banda, y luego a dar el fundamental salto a Santiago. Una diferencia de edad que parece haberle pasado la cuenta en esta exigente gira de regreso: el mes pasado, durante un show en Iquique, sufrió un episodio de hipertensión que asustó a todos, más porque tenía antecedentes al respecto (tiene hecho un bypass), por lo que fue inevitable tomarse un reposo y quedar en observación. Su ausencia en las siguientes fechas de la gira –entre ellas el exitoso paso del grupo por el Festival de Viña– fue cubierta por Natalia Pérez, alias Cancamusa, una joven baterista, cantante y compositora, nacida en Valdivia pero instalada en México y que tocó con Javiera Mena y Mon Laferte. Amiga de la banda, como artista invitada incluso llegó a abrir los shows en el Santa Laura. Pero entonces, en el Ester Roa Rebolledo y con la gira apenas empezada, Basualto disfrutaba a pleno de las mieles del retorno. “Cuando me volví de México, luego de la separación, pensaba que nunca más iba a volver. Y ya ves, allá vamos”, se entusiasmaba el baterista, ya que el grupo encararía el agitado capítulo mexicano de la gira luego de aquel regreso a la particular ciudad donde había comenzado todo para todos ellos, a finales del siglo pasado.

Portada de su álbum debut, 2001

“Una característica de las bandas de Conce es que somos mateas”, decía entonces Álvaro López, en referencia a la forma en que los estudiantes chilenos denominan al sabihondo de la clase. “Son bandas que estudian mucho, que tienen muy claro dónde estan paradas a nivel de la historia del rock’n’roll, de la música con guitarras colgadas al cuello, de los ’60 en adelante”, asegura el cantante de Los Bunkers, que destaca las ventajas de mirar las cosas desde la periferia, donde si bien no se obtienen las cosas tan fácil como en el centro --llámese Santiago, México DF, o Nueva York-- se tiene una visión abarcativa más natural, partiendo desde lo propio. “Es como estar mirando al mundo desde una ventana y así poder sacar lo mejor, y al mismo tiempo poseer una particularidad super marcada culturalmente”, aclara. “Siempre fuimos concientes de eso, lo que fue una ventaja ante el resto de las bandas. Porque escuchamos The Byrds, claro, pero nunca tuvimos problemas en mezclarlo con Violeta Parra”.

Herederos de Los Tres, sus predecesores penquistas en eso de conquistar primero Santiago y luego México (y también en mezclar el rock más clásico con ritmos locales), se podría decir que Los Bunkers son una banda programática, decidida a aprender --y demostrar lo aprendido-- prácticamente paso a paso: arrancaron casi cronológicamente con sus trajecitos sesentistas desde la portada de su debut homónimo, en 2001. “En ese primer disco nos sacamos la espina de que queríamos ser los Beatles”, se ríe Álvaro, que enseguida menciona también a La culpa (2003), el tercer disco, donde la referencia pasó a ser la nueva canción chilena. “Entonces quisimos ser como nuestros ídolos chilenos de los ’70, Los Jaivas, y otros grupos de raíz folklórica. Y así con todo: en cada disco vamos sacando lo que necesitamos mostrar y compartir con la gente. Cosas que tenemos dentro y que amamos de la música, ya sea Madonna, Beatles o Depeche Mode”.

Pero hay otra cosa que Los Bunkers nunca dejaron fuera de su música ya desde aquel debut, que nada casualmente abre con la ambiciosa “El detenido”. En sus memorias Canción para mañana, Mauricio Durán cuenta que originalmente el tema iba a llamarse “Detenido desaparecido”, pero la rebautizaron por consejo de un taxista, que les comentó que “lamentablemente mucha gente arrugaba la nariz al escuchar ambas palabras juntas”. Pensado no como un tema de denuncia sino –según sus autores– “desde la empatía de otra generación”, comenzó a sonar casi inmediatamente en la Rock & Pop chilena, fundamental entonces para cualquier banda de rock, y Mauri confiesa en su libro que nunca supo por qué lo eligió Marcelo Aldunate, su director. Reconvertido a DJ de los primeros shows del regreso del grupo, Aldunate contó antes de su set en Concepción que las razones fueron dos: “Primero, porque me hizo recordar a The Kinks, y después porque era una canción que hablaba de algo, en una época en que las bandas de rock no estaban hablando de nada”.

Para su siguiente disco doblaron la apuesta, presentando “Miño”, un tema rockabillero –la leyenda cuenta que Paul McCartney lo elogió cuando pasó por Santiago– cuya letra homenajea a Eduardo Miño, un trabajador y militante del PC que se prendió fuego ante La Moneda, en 2001, durante el gobierno de Lagos. “Nunca fuimos un grupo embanderado políticamente, sino mas que nada en contacto con la gente. Y en ese sentido somos un grupo de izquierda, o más de izquierda que cualquier otra cosa”, calcula Álvaro, que recuerda que, cronológicamente, cuando Los Bunkers arrancaron la Concertación ya estaba gastada. “Nosotros comenzamos cuando todo ese modelo se estaba viniendo abajo, y en nuestras canciones hablábamos de ese descontento que terminaría desembocando primero en la revolución pinguina y luego en el estallido. Por eso constatar en el 2019 que la gente aun guardaba nuestras canciones en el alma, ver pedazos de letra en los carteles, fue una bonita y a la vez triste bofetada de actualización”, explica la voz cantante de una banda que cerrará su gira de regreso a fines de abril, dentro de un mes, con dos recitales en el Estadio Nacional de Santiago, una marca que dentro del rock chileno sólo alcanzaron sus ídolos, Los Prisioneros.

Durante su gira Ven aquí (Foto: Pia figueroa)

UNA TRADICIÓN PROPIA

Alejandro Zambra fue el editor del libro Canción para mañana: memorias de Los Bunkers, publicado el año pasado por Mauricio Durán. “Uno de mis pasajes favoritos es cuando Mauri y su hermano Francis, en medio de una fiesta, todavía unos niños, intentan transmitirles a los López, sus futuros compañeros de banda, lo entusiasmados que están con Something Else, el disco de Los Kinks que acaban de descubrir”, cuenta el escritor chileno. “Pero como en ese momento no tienen forma de escucharlo, en un rapto de entusiasmo agarran las guitarras y se encierran en la cocina a tocarles a sus amigos el disco entero, desde ‘David Watts’ hasta ‘Waterloo Sunset’.”

Zambra estuvo presente en la primera fecha de la gira Ven aquí, bautizada de esa manera por el tema que abre Vida de perros (2005), el disco que terminó de convertir al grupo en la gran banda de rock chilena de la primera década del nuevo siglo, y propició el contrato internacional que los llevaría primero a México, y luego a su separación. Si el escritor chileno estuvo en el estadio santiaguino Santa Laura para el arranque de la gira y también unos meses antes, cuando casi nadie sabía que habría nuevo disco, en Sonic Ranch, para la grabación del album Noviembre, fue porque está preparando un libro sobre su regreso, a pedido del grupo. “Bueno, empezó siendo eso, un libro por encargo, pero ha venido transformándose en otra cosa. Lo paso tan bien escribiendo que no sé si quiero terminarlo”, aclara Zambra, que ya lleva más de un año pensando en el grupo, en su historia y este regreso.

“Yo creo que Los Bunkers sintetizan mucha música, la incorporan, la llevan en la sangre y luego tienen una vocación popular que expresa... no sé cómo llamarlo, estas cosas son tan vagas... una cierta chilenidad. Y es una puerta a la identidad chilena que no es agresiva: no necesitan declarar somos esto o somos esto otro, ni andar gritoneando, pasan del susurro al remezón con naturalidad, en viajes de ida y vuelta”, explica el escritor, destacando también esa tradición musical propia que considera que el grupo ha construido hacia dentro. Así fue como pudieron atreverse a versionar las canciones de Silvio Rodríguez para el sorprendente Música libre (2010), un disco clave de su etapa mexicana y también en su evolución como grupo popular, producido por Emmanuel del Real, de Café Tacuba. “Es muy impresionante lo que hicieron”, asegura Zambra. “Porque cuando yo estudiaba en la universidad mezclar Silvio Rodríguez con el rock era un sacrilegio”.

Si para Los Bunkers esa mezcla lejos de ser sacrílega suena natural, es por el tenaz trabajo previo que supieron hacer con su música, calcula. “Nunca dejaron de buscar más allá de de los referentes que todos tuvimos a esa edad, como Los Prisioneros, la banda chilena por excelencia de mi generación. Una banda ecléctica, rara, con unas letras extraordinarias. Acá siempre la pelea era Los Prisioneros o Soda Stereo. Te gustaba uno o te gustaba el otro. Era el Si o el No, era la izquierda o la derecha casi”, resume el escritor, que se remonta a sus comienzos cuando se le pregunta por su primer recuerdo con respecto a Los Bunkers.

“Para mí el grupo existe desde que escuché ‘Entre mis brazos’, un tema de su primer disco, todavía es una de mis canciones favoritas de la banda. ‘Tu vida/ mi vida/ no se pondrán de acuerdo’, se clavaron en mi cabeza esos versos tan sencillos, que no riman, que no se ponen de acuerdo, y que parecen lo que son, porque luego en el libro de Mauri cachamos que se trataba de un epitafio, que leyeron en un cementerio. También tengo el recuerdo de haber visto a un papá con su hija versionar ‘Las cosas que cambié y dejé por ti’ en un festival de colegio, ni siquiera era entonces una canción tan conocida, simplemente ese papá quiso cantar con su hijita esa canción tan lírica, tan melódica, tan beatle, y fue hermoso, y yo, que estaba en el público, pensé que Los Bunkers iban a llegar al corazón de Chile o algo así”, dice Zambra, que conoció a Mauri en el DF, como chilenos instalados allá y con amigos en común. “Le hice llegar mi novela Poeta chileno, porque tenía un par de referencias al grupo, y resultó que ya la estaba leyendo. Y a partir de esa coincidencia es que nos reunimos, y cuando entramos en confianza, con un trago de por medio, por fin pude hacerle mi pregunta de fan”, se ríe el escritor, que también considera a “Miño” como una canción clave para entender al grupo, pero no solamente por su carácter político.

“Es que en ese tema hay un verso que siempre me resultó muy extraño, casi surrealista”, dice el fan Alejandro, y cuenta que Mauri le explicó que se refería de manera telegráfica a la infancia en común con su hermano Francis, parte de una serie de recuerdos incluidos en la letra de la canción. Ese verso en particular –contó Mauri– habla de la vez que su padre estaba por cobrar un aguinaldo y preguntó si hacía falta algo en la casa. Su madre le respondió que necesitaban una lavadora, pero que no era urgente, que mejor ahorrasen ese dinero. “Corte, y al día siguiente, cuando la madre llegó con sus dos hijos a la casa, casi que no pudo abrir la puerta porque dentro había... ¡un piano de cola! Había surgido una oportunidad, y en vez de lavadora tenían un piano. ¡De ahí sale el verso que tanto me sorprendió: ‘Lavando a mano/ dentro de un piano’!”, se admira Zambra, que destaca que así fue como Mauri y Francis crecieron con un piano de cola en el living de su casa, una casa pequeña, que hubo que ampliar para acomodar el instrumento. Algo que termina de explicar qué clase de familia y de niños fueron los Durán, y por extensión de dónde es que vienen Los Bunkers.

“Recuerdo un momento que me resultó muy curioso y hermoso antes del primer concierto en el Santa Laura”, dice Zambra. “Durante la prueba de sonido me fui a la tribuna, a fumar un cigarro, justo donde estaban el papá de los Durán y el tío Moncho, un personaje que los apoyó mucho en sus comienzos. Me acerqué un poco para escuchar qué se decían entre canción y canción. Y ellos estaban nerviosos como si fueran parte de la banda. Uno decía: ‘¿Oye, y esta guitarra nueva que se compró el Francis? ¿No será apresurado tocarla en este concierto?’ ‘Sí, sí’, respondía el otro, ‘capaz que se desafine’. Y todo así. Era muy bonito. Porque es muy desafiante toda esta historia, imagínate. Dictadura, soñar con ser músico, y de pronto los que terminan siéndolo son tus hijos o tus sobrinos. Siguieron a punta de obsesión y amor a la música y porfía. Porque los Bunkers son una banda porfiada, que no se conformó. Eso es algo que admiro mucho de ellos”.

Portada de Música libre (2010)

CAMINANDO FUI LO QUE FUI

En una línea temporal paralela, como se suele decir en estos días, Los Bunkers serían grandes de este lado de la cordillera. Se habría editado aquí el extraordinario Música libre, y seguramente habrían llenado recitales para un público bien dispuesto a acompañarlos coreando su versión rockera de “El necio”, ese himno de puño cada vez más cerrado que corona el increíble logro de adaptar a su manera un repertorio tan representativo como el de Silvio Rodríguez. Pero nada de eso sucedió: Música libre no estuvo ni cerca de publicarse en Argentina, los Bunkers son acá apenas el nombre de un grupo más del rock de un país al que siempre le costó exportar sus representantes al Río de la Plata, y la versión rockera del tema de Silvio que se conoce por estos pagos es de La Berisso, por cierto muy deudora –casi un homenaje a dos bandas, a decir verdad– de la realizada diez años antes por el grupo de los López y los Durán.

Aunque se puede suponer que la miopía ante el evidente suceso que podría haber despertado el disco –Silvio + rock + un Tacuba produciendo es un cóctel que aún hoy suena irresistible, mas en un país rockero como Argentina, que lo era aún más decada y media atrás– tiene que estar vinculada a la crisis de las discográficas y el consumo digital, ya que eran tiempos de vacas flacas y de oficinas cerrándose antes del renacimiento marcado por las plataformas, Mauri puede dar algunas precisiones al respecto. “Justo en el momento en que sale el disco habían descabezado la oficina de Universal en Chile”, recuerda. “Nosotros habíamos firmado contrato con México, pero aún así hasta ese momento para Chile era prioritario todo lo vinculado a los Bunkers. Pero cuando las actividades chilenas del sello pasan a responder a la filial argentina, todo cambia. A los directivos argentinos no les interesábamos: ni siquiera en Chile querían a editar el disco, así que mucho menos en Argentina”.

Obviamente que las cosas han cambiado desde entonces para el grupo. Ya habían dejado su marca dentro de la historia del rock chileno antes de su separación, hay que decirlo, pero el furor y la masividad generada por el regreso lo trastocó todo, y hoy el grupo no tiene límites, agotando entradas para sus conciertos (el primer Santa Laura se agotó... ¡en 8 horas!), y calculando que un millón de personas los habrán visto para cuando termine esta gira. “Siempre se ha hablado que la banda de los ’70 son Los Jaivas, las de los ’80 son Los Prisioneros, de los ’90 son Los Tres, y de los 2000 somos Los Bunkers, pero como que yo no sé”, dice Mauri. “O sea, nos sentimos orgullosos de ser considerados como un eslabón de esa cadena, pero imagínate que nuestro nuestro primer concierto de rock fue uno de Los Prisioneros. Yo debía tener 10 u 11 años y Francis tenía 5 o 6. Así que... ¿cómo nos vamos a estar poniendo a su altura? Eso sí, al día de hoy, nos parece fantástico poder llenar dos Estadios como hicieron ellos. Pero ojalá después venga otro y haga tres, y que no tengan que pasar veinte años para que eso suceda. Porque de eso se trata, es lo bonito de todo esto. Cuando la música se transmite, cuando empieza a ser vinculante. Que a lo mejor lo que a nosotros nos pasaba con mi papá ante Silvio o Charly García, que a un gallo de acá ahora le pase con su hijo ante Los Bunkers, lo encuentro algo impagable”.

No deja de resultar también una declaracion de principios que, después de todos los vaivenes de la política, estén a punto de llenar dos veces un estadio que estará lleno de un público dispuesto a cantar con ustedes eso de ‘Yo me muero como viví’

--Claro que si. Incluso fíjate que el disco de Silvio lo grabamos en medio de la elección en la que apareció Piñera por primera vez. Y cuando salió elegido dije: ‘Puta, con mayor razón hay que hacer este disco ahora’. Encontraba que era como el momento. Que era también como una manera de decir algo. Que toda la gente elija un gobierno de derecha, de un empresario, con todo lo que eso significa. Bueno, entonces hagamos un disco de Silvio Rodríguez. Entonces y ahora es como volver a llevar la contra, ¿cachai o no?