“Los primeros siluetazos los hicimos a finales de los ochenta. Fue idea de un compañero que era artista plástico, que los dibujó en el piso, con tiza. Hasta que los vieron las madres y nos dijeron que no, que los desaparecidos no pueden estar en el piso, se los llevaron de pie y tienen que seguir de pie. Entonces empezamos a dibujar las figuras sobre distintos materiales, a recortarlas y pegarlas. Así nació la tradición.”

El que habla es Justo Pereyra, un vecino de Vicente López y militante de todas las épocas de la Casa de la Memoria “Nono Lizaso”, en ese siglo con ese nombre, y en los setenta cuando era la Unidad Básica Combatientes Peronistas, siempre en la esquina de las avenidas Mitre y Malaver, en Florida Oeste, el distrito donde residían la mayoría de los fusilados en los basurales de José León Suárez.

Pereyra agrega que “el siluetazo fue creciendo año a año, primero en Vicente López y después se extendió a San Isidro, San Fernando y el resto de la zona norte. La idea es que por unos días, la gente cuando circula, va a trabajar o a hacer las compras, se encuentre con las siluetas, sepa que hubo desaparecidos en su barrio y se pregunte por ellos”, explica.

Las siluetas se suelen pegar en la víspera del 24 y quedan allí varias semanas, como testimonio de la memoria. Este año se pueden ver en prácticamente todos los puentes que cruzan la panamericana. Cada silueta tiene un nombre, una fecha y algún otro dato. Pereyra conoce la historia de cada desaparecido de Olivos, Florida y Martelli.

Las siluetas se confeccionan en los días previos y pegarlas lleva una jornada completa, que arranca temprano, moviliza a una pequeña multitud de militantes y también a sus familias. Cuando cae el sol, en la casa de la memoria se encienden el fuego para la choripaneada y los parlantes en el patio. El clima es vital, festivo. "Nuestra misión es traerlos al recuerdo de los vivos, o sea a la vida", resume.

Alrededor del chulengo, en la vereda, hay hombres y mujeres de la generación de Justo, pero además entran y salen, van y vienen, otros con edad de ser sus hijos y sus nietos. Todos tienen, como marca común, las manchas de engrudo sobre la ropa de trabajo. Y la mayoría lleva cosida, en algún lado, la estrella federal, que la casa adoptó como emblema.

Cada tanto, alguien interrumpe la charla. Se acercan a Justo para felicitarlo, emocionados por la tarea que acaban de compartir o simplemente para despedirse hasta mañana, porque terminó una jornada intensa, la del 23, y se viene otra aún más intensa, y no todos tienen la energía de Justo y sus compañeros de aquella época, el Sapo y Néstor.

“Nosotros, los 24 nos repartimos la tarea. Vamos muy temprano a la plaza para armar el gazebo de la casa, con la folletería y los materiales. Después unos nos quedamos atendiéndolo y otros marchamos con las madres”, agrega.

Por Mitre pasa, muy lento, un patrullero con la ventanilla baja y un agente hace la V. Justo devuelve el saludo. "¿Los milicos se hicieron peronistas?", pregunta al aire. "No, nos estaban mangueando dos choripanes", retruca el parrillero. 

Los Lizaso y la casa

Lizaso es un apellido emblemático del peronismo de Vicente López. La historia empieza con Pedro, que en las primeras décadas del siglo era un joven yrigoyenista. Tras el golpe de estado de 1930 se unió a FORJA, donde trabó amistad con Arturo Jauretche. Desde esa posición político ideológica, el pasaje al peronismo era lo más natural. Pedro Lisazo fue el primer intendente peronista del distrito en 1948.

Pedro tuvo en total ocho hijos de dos matrimonios. Uno de ellos, Carlos, murió fusilado en los basurales de José León Suárez, el 9 de junio de 1956. Durante los largos años de la resistencia, la amplia casa familiar había sido centro de reuniones y discusiones en voz baja, por la que pasaban infinidad de compañeros.

Los hermanos de Carlitos, Jorge, Miguel y Arnaldo, el mayor, abrieron en 1972 la UB Combatientes Peronistas, que terminó funcionando como central de la regional 1 de la Juventud Peronista, con la intención de brindar un espacio de reunión permanente para los jóvenes que masivamente se volcaban a la militancia en aquel tiempo. Desde allí partieron a Ezeiza a recibir a Perón, también desde allí organizaron los festejos por la democracia recuperada el 11 de marzo de 1973.

Tras la muerte de Perón, el 1° de julio de 1974, el clima comenzó a ponerse hostil. Primero sufrieron un ataque que repelieron a golpes de puño. Según recuerdan, los intrusos querían incendiar el local. Poco más tarde sobrevino un allanamiento. Entonces, de común acuerdo, la mesa chica resolvió cerrar la unidad básica hasta que aclarara el panorama. Nunca imaginaron que serían veinticuatro años. Los que pudieron, partieron al exilio. La familia Lizaso cuenta diez caídos, entre asesinados y desaparecidos por las dictaduras.

Por sucesiones inconclusas, problemas dominiales o deudas hipotecarias, la casa permaneció cerrada hasta bien entrada la democracia. Un empresario de la zona la usaba de depósito, gracias a que el escribano que la tenía en custodia le prestaba la llave.

La casa cobra vida

En 1997 un grupo de veteranos, entre los que estaba Justo, junto con pibes de HIJOS y otras organizaciones de derechos humanos, lograron entrar y la encontraron intacta. Los afiches, los materiales, los muebles, todo había quedado milagrosamente suspendido en el tiempo.

A partir de allí, comenzó otra etapa de lucha y resistencia, por preservar el patrimonio histórico y lograr las garantías jurídicas. Los militantes conformaron una asociación civil, cuyo objeto es justamente la preservación. 

En 2007 la legislatura bonaerense sancionó la ley 12711 de expropiación del inmueble. En 2012 concluyeron las obras de restauración y puesta en valor y la casa quedó integrada a la Red Federal de Sitios de la Memoria.

Desde entonces, la Casa de la Memoria es un espacio hiperactivo, referencia ineludible en la zona en materia de políticas de memoria, verdad y justicia. Allí se presentan libros, se realizan talleres, se concentra para movilizar y, por supuesto, se arman los siluetazos.

En la última publicación de la página de Facebook de la casa se los ve al Sapo y a Néstor, dos sobrevivientes de la primera etapa y compañeros de Justo, brindando una charla en una escuela secundaria de Virreyes.