El cuerpo de Bruno Vieira Amaral es demasiado grande para el tamaño que tiene en su memoria la casa donde creció en Vale da Amoreira, un barrio “social” de Lisboa, una periferia habitada por personas que llegaban de África y de otros lugares con mala fama de los suburbios lisboetas. Su abuela materna, Testigo de Jehová como el resto de su familia, estaba muy preocupada porque su nieto, el de los rulos ensortijados, estaba hipnotizado por las páginas de los libros que le prestaban en la biblioteca. Esa mujer analfabeta, que no sabía leer ni escribir pero tenía un sentido práctico para sobrevivir a la precariedad y hacer “con poco mucho”, esbozó su diagnóstico lapidario. Bruno --que ahora sonríe al recordarla--, tenía “la enfermad de los libros”. Después de muchas lecturas, el “enfermo” de los libros se dio cuenta de que él también podía escribir. Que la literatura no era monopolio exclusivo de las élites. En 2013 publicó su primera novela Las primeras cosas, ganó en 2015 el Premio José Saramago y entró en el radar literario internacional.
“Cuando, a finales de los noventa, le di la espalda al Barrio Amélia, con sus tendederos de gente enfermiza, la banda sonora incesante de sus miserias, nunca pensé que la vida me devolvería al punto de partida”, revela Bruno el narrador de Las primeras cosas, publicada por La umbría y la solana en España con traducción de Juan Ramón Santos, al regresar a la casa de su madre en ese barrio del que se fue con un sensación de triunfo. “Salí al mundo convencido de que iba a vencer y regresé, cabizbajo, con el peso de mi fracaso. Los detalles de mi hundimiento no son necesarios. Tan solo diré que la caída no fue tan espectacular como para hacerme creer en el destino, ni tan imperceptible que no me avergonzase. Fue un fracaso ordinario, que me marcó”, agrega el narrador de esta novela que ante el desamparo en que lo deja la derrota decide reconstruir el registro de la vida de los habitantes del barrio.
Amaral --uno de los escritores que se presentará en la Feria Internacional del Libro de Buenos Aires como parte de la programación que desplegará Lisboa como ciudad invitada de honor-- está en la Biblioteca del Palacio de Galveias rodeado de esos libros que tanta desconfianza y preocupación le generaban a su abuela materna. “Tengo que mirar la historia de mi vida para intentar percibir qué fue lo que sucedió para que apareciera la literatura. Creo que tiene que ver con la vocación por la escritura, aunque eso no sea suficiente para que alguien se vuelva escritor. Tiene que ver con la tranquilidad, con una lenta aproximación al mundo de la escritura y con tener la sensación de que había algo para decir y que solo yo podía decirlo”, cuenta Amaral a Página/12. El escritor y cronista del periódico semanal Expresso y colaborador de Radio Observador suele repetir que el ser humano gana mucho más con la contaminación. Cuando alguien empieza a hablar de pureza, se inquieta enseguida. El principio de todos los problemas emerge cuando se pondera la pureza y se rechaza la riqueza de la contaminación.
Los barrios del sur han sido poco explorados en la literatura portuguesa. “Yo quise escribir sobre aquello que conocía bien. Quizá los barrios de los suburbios no están tan presentes porque no hay voluntad de escribir sobre realidades que se desconocen o quizá muchos consideran que son zonas que no tienen dignidad literaria suficiente. Hay pocos libros que retraten las zonas menos turísticas de Lisboa”, explica el autor de Hoje Estarás Comigo no Paraíso (Hoy estarás conmigo en el paraíso), novela con la que obtuvo el segundo lugar en el Premio Océanos; una Guia Para 50 Personagens da Ficção Portuguesa (Guia para 50 personajes de ficción portuguesa) y el libro Manobras de Guerrilha (Maniobras de guerrilla). “Todavía mi madre vive en el barrio Vale da Amoreira, un barrio social, como decimos nosotros, que fue ocupado después de la Revolución de los Claveles por personas que venían de África y de otros barrios pobres de Lisboa. Era un barrio con características un poco peculiares porque había personas de proveniencias diversas, étnicas y sociales”.
El escritor creció en un mundo de mujeres (al padre recién lo conoció a los 16 años), alarmadas por el apocalipsis, que moldearon su sensibilidad literaria y su modo de mirar a los demás. “Hubo un gran énfasis en conocer la Biblia. En otras palabras, no era sólo una cuestión de fe, de creencia, era una cuestión de aprender, de estudiar, de llegar a la verdad. La Biblia me dio la oportunidad de entrar en contacto con la literatura. Me formé como lector en la Biblioteca de mi barrio. Mi abuela materna decía que yo tenía la enfermedad de los libros. Y en cierto modo tenía razón porque para ella era importante tener conocimientos prácticos para sobrevivir. No hay que darle más vueltas al asunto, para mi abuela los libros eran un escape, una negación de la realidad”, explica Amaral (Barreiro, Portugal, 1978) la reacción de una parte de su familia que no comprendía qué le pasaba a ese joven que podía estar horas sin apartar la vista de las páginas de Cien años de soledad, de Gabriel García Márquez, uno de los primeros libros que leyó. Al personaje de su primera novela le prestó algunas de esas sensibilidades forjadas por los Testigos de Jehová. “Me especialicé en catástrofes. A los siete años, sin saberlo, era un milenarista, deslumbrado por la idea del fin del mundo”, confiesa el narrador de Las primeras cosas.
Cuando recibió el Premio José Saramago, como no tenía un discurso preparado y no quería resultar “demasiado” solemne o “pesado”, decidió nombrar de memoria los nombres de todos los vecinos del edificio del barrio Vale da Amoreira, donde vivió hasta los 25 años. “Me parece que tenía sentido mencionar a quienes habían sido la materia prima de mi libro, a las personas que formaron parte de mi vida. La novela empezó con el contacto y la observación. Me acordé de Zeca, el primer personaje sobre el que escribí, y lo fui a ver al barrio. Nunca había salido de allí. Cuando era niño, el barrio era como una especie de familia extendida, con todo lo bueno y lo malo que eso implicaba”. Para comprender la historia del barrio Amelia, Bruno, el personaje que comparte el mismo nombre con el escritor, elige como guía a un fotógrafo con problemas de visión que se llama Virgilio y que remite al guía de Dante en La Divina Comedia. Salir a caminar con Virgilio significa “mirar hacia adentro”.
El autor del reportaje-ensayo ¡Aleluya!, sobre las minorías religiosas en Portugal, cree que la dictadura de António de Oliveira Salazar aprovechó características de la sociedad portuguesa para perpetuarse durante 48 años. “El portugués es un pueblo dependiente que siempre está esperando ser llevado por alguien. Esta es una característica que fue aprovechada por la dictadura y yo creo que se mantiene hoy porque seguimos sin poder tomar las riendas de nuestro destino”, reflexiona el autor de la colección de cuentos Uma Ida ao Motel (Una ida al motel) (2020) recibió el Gran Premio de Cuento Camilo Castelo Branco; de la biografía de José Cardoso Pires, Integrado Marginal y del libro de crónicas O Segundo Coração (El segundo corazón).
-¿Qué encontrás en las historias de “fracasados” como las de Bruno?
-Las derrotas son la mejor escuela que tenemos en la vida porque nos enseñan a mirar. Yo creo que pensamos mejor después de una derrota que después de una victoria. Los triunfos nos embriagan, nos confunden y nos marean, nos alejan de lo que realmente somos. Las derrotas nos ayudan a comprender los derroteros de la existencia humana.