El jueves 9 de noviembre a las 19, en el Club Editorial Río Paraná (Pasaje Pan, Córdoba 954, planta alta) el sello rosarino Iván Rosado presentará el libro Rodolfo Elizalde, de Santiago Beretta (ver aparte). Ilustrado con una selección de reproducciones de pinturas y dibujos de su protagonista, el libro le cede la voz al pintor a través de una serie de diez entrevistas que Beretta (editor de la revista Apología y uno de sus nietos) le hizo a su abuelo en 2015, el que sería el último año de una vida dedicada ante todo al arte.

Obra de la serie Magnolias púrpuras (fragmento).

Al igual que su pintura, Elizalde era frontal, afectuoso e intenso. Se lo conocía menos por su nombre de pila que por su apodo, El Colorado, seguido de su apellido vasco, incluso mucho después de que el color de su cabello pelirrojo se fue desaturando como los muros de Rosario que pintó en la época de la dictadura militar. Una ciudad gris fue lo que encontró al llegar a estudiar Ingeniería desde Bahía Blanca, donde había nacido el 7 de octubre de 1932. Y esos muros mudos seguían ahí cuando se puso a dibujarlos con regla, uno por día, cada día, hasta que se compró un campo y descubrió los verdes y las curvas.

Esta historia se narra en el amable autorretrato hablado que compuso para el hijo de su hija en un muy buen momento de su vida y obra, cuando disfrutaba de la aceptación de su serie de pinturas Magnolia púrpura (2014) en el ambiente del arte contemporáneo. Pero la voz del Colorado Elizalde también supo ser un incendio anaranjado en el silencio gris de una Rosario que despertaba de su letargo bajo el genocidio. En 1983, participó junto al "Negro" Boglione, Roberto Echen y muchos otros artistas plásticos del intento de crear un gremio de artistas; de sus dos fracciones inconciliables surgirían la APA y la APROA. Capaz de argumentar racionalmente al infinito, también podía lanzar contra el vacío una salida absurda y chistosa ("Tengo una duda existencial. ¿Hay que bañarse?"). O detener con la mano el dedo índice que alguien le esgrimía. Había sido parte de incontables grupos y reuniones: en la Secretaría de Extensión Universitaria del Centro de Estudiantes, ocupándose de la relación "obrero‑estudiantil"; de 1958 a 1963, en el taller del maestro Juan Grela, en su humilde casa taller en Boulevard Rondeau 1605, donde fueron sus compañeros (entre otros) Emilio Ghilioni y Estanislao Mijalichen. Con Ghilioni fundó luego el Grupo Rosario, que en 1975 integraban además Arnoldo Gualino, Alberto Macchiavelli, Daniel Scheimberg, Celia Fontán y Nélida Curvale. 

Entretanto, a fines de la década del sesenta, fue un partícipe activo del Grupo de Arte de Vanguardia a través de revolucionarias experiencias como el copamiento de la conferencia del crítico Jorge Romero Brest en Amigos del Arte, el Ciclo de Arte Experimental y Tucumán Arde. La renuncia grupal a pintar desembocó en una serie de audiovisuales políticos abortados por la represión, hasta que un encuentro casual con Juan Pablo Renzi lo llevó a retomar los pinceles.

Elizalde era el que apagaba la luz (cortaba los fusibles) sobre el crítico imperialista, el que simuló una pelea con su amigo Ghilioni para llamar la atención sobre una proclama, el que le dio un paragüazo a un espectador violento en El encierro de Graciela Carnevale. Tenía una mezcla única de dureza y ternura y un cierto aire a Kirk Douglas. Fue maestro de muchos y sigue enseñando a través de su obra pictórica.