Algunos de los interrogantes que plantea cualquier biografía son aquellos que rondan sobre la importancia y la representatividad del sujeto biografiado, por un lado, y sobre la pretensión de exhaustividad y veracidad de esas vidas contadas. Una ardua tarea que se complejiza aún más cuando no hay un archivo público disponible y si el objeto sobre el que se construye una narrativa de vida es doble: una mujer y un varón, dos miembros de una misma familia, dos personas vinculadas a la cultura y a la política, y que funcionaron en dupla, incluso literariamente. A estos retos se enfrentó Daniel Mecca en Los Canto: Estela y Patricio, los enfants terribles de la literatura argentina, que todo el tiempo cruza los límites y las convenciones de lo que podría concebirse como una biografía tradicional.

Los Canto fueron colaboradores clave de la revista Sur durante los años cuarenta, una época que coincide con el romance entre Estela y Borges, así como con su integración al círculo íntimo de la revista fundada por Victoria Ocampo. Este período es fundamental en la carrera de Borges, ya que es cuando publicó cuentos que lo consagrarían como el Borges definitivo.

Mecca describe la vida y obra de los hermanos Canto con la pasión y el rigor de un investigador de pistas, señales, vacíos, reconstruyendo fracciones de realidad y reelaborando mitos sobre dos personalidades que han sido injustamente olvidadas por las historias culturales hegemónicas. “Una biografía solo sobre Estela hubiera sido más rápida y seguramente de mayor calidad publicitaria, pero hubiera sido un gesto de injusticia al movimiento en colaboración de los hermanos”, asegura Mecca.

El biógrafo -al ocuparse de estas personalidades extravagantes, con zonas turbias y cuya importancia se vio puesta en duda- afronta una responsabilidad ética: la de encontrar primero y justificar después la necesidad de hacer pública la existencia de dos hermanos que presentan contradicciones y dobleces en sus actuaciones. Sin juicios estigmatizantes pero sin desatender las propias convicciones, Mecca usa todas las herramientas de veracidad que el género brinda pero también se hace eco de las mitologías y falsificaciones para que en su punto justo despierten mayor curiosidad e intriga en los lectores.

En un testimonio Mecca cuenta que antes de emprender esta tarea se preguntó: “¿cómo se escribe una biografía hecha de fragmentos y mitos y ausencias y tiempo?” Y luego: “¿por qué unos personajes tan escandalosos, que rompían todas las reglas de la discreción de la revista Sur, por qué estos personajes que se vinculaban con Borges y Victoria Ocampo y luego con el Partido Comunista, quedaron sepultados en el olvido de la historia oficial?”

EL DETECTIVE LITERARIO

La condición detectivesca del autor de Los Canto se basa en los modos de acercamiento y pesquisa sobre el tema. Antes de lograr la forma final de su trabajo, Mecca realizó un largo recorrido que le presentó muchos desafíos. El autor escribe una serie de notas periodísticas hacia 2017, cuando sólo se contaba con fragmentos aislados y ausencias significativas (aún era dífícil de conseguir Borges a contraluz y no se había publicado , la novela de Aníbal Jarkowski), circulaban datos falsos, mitografías, chismes y la vida de los hermanos quedaba sumida a las de otros personajes célebres (como en el caso de Estela a la de Borges). A todas estas dificultades se sumaba, según opina Mecca, “el irrefutable paso del tiempo, que hace más complicado el armado de archivos y provoca lagunas en la memoria literaria”.

Los Canto pone en la superficie la vida de dos personajes notables y que en su momento rompían todas las reglas de la discreción de la revista Sur. Mecca se encarga de mostrar que compartían espacios con Borges y Victoria Ocampo pero que también se vinculaban con el Partido Comunista. Y unos de los aspectos más singulares de ellos fue transitarlos con holgura. Sus pasos por el comunismo ofrecen un caso revelador para reflexionar sobre el papel del intelectual y la literatura en su época, abriendo el debate sobre la autonomía del arte y el compromiso del artista, en línea con las ideas sartreanas de la época. Estela, en particular, destacó por su participación en el Congreso Mundial de La Paz en Varsovia en 1950 y su trabajo en La Hora, el periódico oficial del Partido Comunista, donde compartió tareas con el escritor argentino Andrés Rivera. Por su parte, Patricio Canto fue vocal de la Junta Ejecutiva del Congreso Argentino de la Cultura en mayo de 1954, compartiendo este espacio con figuras como Eduardo Pettoruti. Patricio cuestionaba el rol del intelectual frente a los eventos políticos de su tiempo, adoptando una postura típicamente sartreana de los años cincuenta del siglo XX. La fuerte polémica contra Ortega y Gasset, plasmada en su libro El caso Ortega y Gasset, también marca un posicionamiento crítico que se extendía incluso a Sur, grupo del que Ortega fue un influyente padrino intelectual.

Durante los casi siete años que se tomó Mecca para investigar y escribir este libro, empezó a ponerse en circulación información vinculante a estos hermanos que fue asumiendo diversas formas: desde papeles inéditos a la hipótesis de que los hermanos crearon una novelista testaferro, desde espías amantes, las Ocampo, Bioy Casares, gossips y roscas literarias hasta fotos sorprendentes, la elaboración de la increíble genealogía uruguaya y traducciones de grandes obras maestras de la literatura.

El autor señala que el libro hoy tiene su propia historia literaria. De hecho, las acciones que tuvo que realizar para recabar data parecen salidas de un cuento.

“Pero tenía una premisa fundamental”, asegura el autor, “la historia se escribe en los márgenes”. Y agrega: “ahí había que ir a buscar a Los Canto. Por eso, por ejemplo, fui a hacer guardias en la puerta del departamento donde vivieron en la calle Tacuarí, en Constitución, allí donde Borges la iba a cortejar a Estela en los años cuarenta mientras escribía el cuento “El Aleph”. Por eso fui al Cementerio de la Chacarita para abrir los antiguos biblioratos, esos llenos de polvo, y ver qué había sido de ellos. Por eso estuve meses rastreando cuál había sido el último domicilio de Estela en la calle San Martín mientras hablaba con porteros. Por eso empecé a reconstruir las voces -el libro tiene casi cincuenta entrevistas- que, como collages literarios, fueron armando el rompecabezas visual, sonoro y escrito de Los Canto, estos outsiders de oficio que. silenciosamente, pedían a gritos ser rescatados del ostracismo”, explica detenidamente.

ESTELA CANTO Y BORGES

EL TERCER PERFIL

La biografía de Mecca funciona como un prisma que abre múltiples dimensiones porque no solo cuenta la historia de estos hermanos eruditos y escandalosos, sino que permite leer una época fundamental del siglo XX en la cultura argentina.

Entre las varias riquezas que trae este libro, una es separar a Estela de la vida de Borges para distinguir su autonomía intelectual; otra es singularizar a Patricio, su hermano; y la más definitiva es evidenciar el funcionamiento distintivo de estos hermanos en el campo cultural: bajo el binomio de enfants terribles dejaban pura electricidad en la literatura argentina del siglo XX.

“Separar a Estela de Borges representó un desafío importante para el libro”, explica, “porque de este modo ella no será reconocida como ‘la novia de’, ni por la dedicatoria del cuento ‘El Aleph’”. Sobre todo, a partir de la publicación de Borges a contraluz, el último libro de Estela que data de 1989, más bien es ella quien, según Mecca, comienza a pesar en las imágenes posteriores de Borges construidas en el ámbito literario. Además de que la vuelve a poner en la agenda de la literatura a través de un libro explosivo e incómodo para la industria borgeana.

Para lograr esta separación, Mecca reconstruye la historia de Estela como novelista (con al menos catorce libros publicados), como traductora, con su participación en el Partido Comunista, sus otras relaciones amorosas, sus vínculos con las vanguardias artísticas y su lucha por abrirse camino en un ambiente intelectual dominado por varones. En esta nueva imagen independiente de otros relatos radica también la singularidad de su hermano, quien, a diferencia de Estela y otros colaboradores de Sur, era un traductor del llano, es decir, que se dedicaba exclusivamente al oficio de la traducción y no, por ejemplo, a la escritura de novelas. Mecca logra holgadamente este objetivo en su libro.

“Para dimensionar este efecto, en el número especial de Sur publicado por el vigésimo aniversario de la revista, en la nómina de fotos tipo carnet de colaboradores argentinos aparecen las imágenes de Patricio y Estela. Además, Patricio escribe en favor de Borges en el famoso número conocido como ‘Desagravio a Borges’. La edición fue publicada en julio de 1942, luego de que no le entregaran al escritor el Premio Nacional de Literatura por su libro El jardín de senderos que se bifurcan. La presencia de Patricio entre las firmas destacadas en el desagravio, de las que se destacan las de Mallea, Bioy Casares, Bianco, Peyrou, lo ubican en un lugar chispeante dentro del grupo”, dice Mecca. Luego, “con la llegada de H.A. Murena a la revista, los Canto pusieron en juego sus maniobras para conservar su poder, ya en una etapa ligada a sus primeros vínculos con el Partido Comunista”, explica.

Además de por su erudición, eran tolerados en Sur, la revista reconocida a nivel sudamericano por sus políticas de difusión de libros y debates extranjeros, por su habilidad como primeros traductores al castellano de obras significativas.

Los Canto no tenían una familia acomodada como los Ocampo o los Casares y necesitaban dinero (algo que queda muy bien registrado en los diarios de Patricio). Por eso, Mecca se empeña en evidenciar cómo su origen económico modesto los impulsó a convertirse en prolíficos traductores, una combinación excepcional de productividad y excelencia que los distinguió. “Sin ir más lejos, la traducción que hizo Estela Canto de En busca del tiempo perdido es considerada una de las traducciones más superiores al español del libro de Proust”, señala Mecca.

PATRICIO CANTO

Justamente es la traducción una de las celadas para explicar el relegamiento que sufrieron los Canto y un impulso para preguntarse por qué estas personalidades tan destacadas y con lugares más o menos resonantes en la escena pública sufrieron el destino misterioso de quedar sepultados, olvidados o salteados en las páginas de la cultura nacional.

Cuando Mecca intenta responderse la pregunta por el olvido al que fueron sumidos, consulta al escritor Luis Chitarroni, quien señala que el del traductor es un rol que suele entenderse como subsidiario o satelital a otros posicionamientos del campo cultural. Por ejemplo, César Aira ha traducido casi tanto como ha escrito, pero eso no se menciona o queda como un dato más. Algo parecido ocurre con el caso del poeta argentino Alberto Girri.

Por estas razones, Mecca considera que contar esta historia de Los Canto puede recolocarlos en la escena cultural, haciendo una puesta en valor de la tarea del traductor, que como se ha estudiado teóricamente, es una tarea creativa, de traición del original a un nuevo texto, donde quedan las huellas, las competencias e intereses de quien traslada palabras e ideología de un texto a otro texto. Por ejemplo, Borges consideraba la traducción como una práctica fundamental, tal como se lee en sus ensayos “Los traductores de las 1001 noches” y “Las versiones homéricas”.

Ahora bien, en su búsqueda minuciosa, Mecca relata: “Encontré un perfil de Estela, otro de Patricio, pero lo más revelador fue el tercer perfil que es el de ellos juntos, como un binomio que, al actuar, crea su propia narrativa”.

“Ella era volcánica, deseante y deseada, erudita y escandalosa”, describe el biógrafo y sobre Patricio dice: “él más sombrío por momentos y, en otras épocas, más seductor y, por supuesto, inteligentísimo como ella. Juntos, sin embargo, producen lo más explosivo de ambos perfiles: roscas literarias, rumores de incesto que ellos mismos regaban, maniobras en un concurso de La Nación para ganar el premio”.

Estos datos son fundamentales para captar la línea del libro, no existe opción de narrarse el uno sin el otro, a tal punto esto es así que Mecca hace énfasis en las palabras de la carta que Estela escribe en el 89 tras la muerte de su hermano: “Pato era todo para mí: hijo, hermano, compañero… ¡qué se yo! Quedé destrozada”.

El libro propone (y lo logra) no hacer un panegírico de Los Canto, sino que encuentra fuentes legítimas que verifican la importancia de su presencia en la literatura argentina del siglo XX. Aparecen varias voces en el libro que polemizan con los hermanos. “Pese a que la objetividad es un cuento de hadas, traté de apartarme lo más posible en omitir juicios de valor y dejar que hablaran todas las voces, en tanto que a la vez entro como personaje como el perseguidor de la historia”, explica Mecca.

La biografía permite examinar los roles divergentes de los sujetos biografiados a lo largo de una vida teniendo en cuenta los lazos, las divergencias y los conflictos que van surgiendo entre ellos. Eso permite darle otra dimensión a las actividades e intervenciones que los hermanos realizaron antes y después de ciertos hitos epocales que los encapsularon (como Sur, el paso por el comunismo, los amigos de los intelectuales del momento) y, a la vez, releer estas vidas de dos maneras: en la perspectiva diacrónica y desde el tiempo presente.

Esta biografía deja en claro que los Canto tienen una condición que los singulariza: la de estar vinculados entre sí y de funcionar como lentes privilegiados para leer una época. Narrar los lazos entre hermanos permite narrar las contradicciones de los años tan oscuros como luminosos del siglo XX.