El Consejo Interuniversitario Nacional (CIN) que reúne a rectores y rectoras de todas las universidades nacionales del país convocó a defender “la educación pública, la ciencia y el sistema universitario nacional”. Denunció que la situación económica financiera “es grave” y que se requiere de una “urgente respuesta por parte de los poderes del Estado Nacional”. Respuestas que, precisamente, el Estado no brinda y que, de acuerdo al horizonte, no parece con ánimo de brindar. Las casas de estudio ya manifestaron no poder afrontar las facturas de luz, gas y agua, y a este ritmo, al no brindar las condiciones mínimas de cursada, podrían paralizarse.
De esta manera, el Frente Sindical que agrupa a los gremios del sector acordaron una movilización masiva de toda la comunidad el 23 de abril, con el objetivo de demostrar a la sociedad lo que podría ocurrir si las 73 casas de estudio cierran sus puertas. Más allá de los docentes y nodocentes, el corazón de la movilización serán los estudiantes. Sin embargo, ¿cuán movilizada está la juventud por estos días? ¿Cuántos participan de movilizaciones para reclamar el arrebato de sus derechos durante el gobierno de Milei?
“Lentamente la resistencia se va a ir armando. Hay que dar tiempo a los jóvenes para que adviertan por sí solos cómo lo que han votado les afecta su vida cotidiana”, piensa con optimismo Pablo Vommaro, docente e investigador de la UBA, el Conicet y Clacso. Su esperanza se cimienta sobre hechos concretos: esta semana se realizaron clases públicas en diferentes facultades de la UBA, en la UTN y en tantas otras instituciones que, por un momento, transformaron la calle en aula. Son acompañadas de reclamos, sentadas, abrazos simbólicos a edificios emblemáticos (como al Cero+infinito de Exactas y Naturales en Buenos Aires, así como el realizado en la Universidad Nacional de Río Negro) y movilizaciones de todo tipo. Una muy sugerente fue la realizada en la Universidad Nacional de Cuyo, con una marcha en defensa de la educación pública a la que adhirieron varias facultades y gremios.
En paralelo, se combinan estrategias digitales, como spots y aportes varios en redes sociales que en 2024 tienen peso específico. De hecho, la denuncia realizada por la Universidad del Comahue y su imposibilidad de afrontar los gastos de funcionamiento emergió a partir de una publicación en la cuenta de instagram defensa.unco, de la que participan docentes, no docentes y estudiantes de la institución. La militancia continúa por otros medios, a pesar de la resignación y la angustia social. Las banderas, los pibes y las pibas, una mística que se recicla y no desaparece. De hecho, ¿cómo no defender a la universidad, una de las instituciones con mayor apoyo y legitimidad social?
Un fenómeno complejo como la juventud y su reacción política no puede pensarse de manera descontextualizada. El filósofo coreano Byung-Chul Han describe con precisión a la sociedad del cansancio: una dialéctica de la positividad que gana espacio en el terreno simbólico y abre un nuevo paradigma caracterizado por su reverso de estrés, depresión y desgaste profesional. Así, la apatía frente a lo ajeno erosiona las solidaridades sociales y se consolida como sentimiento hegemónico. Y esto no solo afecta a los jóvenes, sino a todas las franjas etarias. En simultáneo, con la digitalización las formas de la resistencia pública se desdibujan. En concreto: ¿“tomar la calle” tiene la misma eficacia en el presente? Lo que aún significa más: ¿hay que pedir a los jóvenes que protagonicen la historia del cambio cuando quizás no quieren?
Los nuevos formatos y la derecha rebelde
Al respecto, Página 12 conversó con el físico Andrés Rieznik, científico que desde hace tiempo se preocupa por analizar estos fenómenos y que en su juventud se caracterizó por una práctica militante destacada. Desde su punto de vista, en el presente, el movimiento estudiantil “genera poca conflictividad social cuando un gobierno como el de Milei avanza y pone en peligro sus derechos”. En esta línea, plantea dos factores que podrían explicar una pretendida falta de reacción. “Por un lado, (para el estudiantado) hay cierta decepción con experiencias de gobiernos de la izquierda latinoamericana que no lograron cumplir con las expectativas que tenía la juventud en su momento”, sostiene quien fuera presidente del centro de estudiantes del Colegio Nacional Buenos Aires (CENBA) en 1995.
Por otra parte, menciona que el libro ¿La rebeldía se volvió de derecha? de Pablo Stefanoni puede servir como brújula para pensar el segundo aspecto. La hipótesis es que la izquierda ya no enamora a las juventudes tal y como lo hacía tiempo atrás, y las raíces, además de locales, son globales. “Después de la Caída del Muro se desintegraron los Estados comunistas de la Europa del Este; está claro que hoy esa utopía comunista no existe. Antes el hecho de tomar el poder estaba al alcance de la mano; los jóvenes creíamos que había un mundo mejor posible si peleábamos por eso. Un mundo con economía planificada y Estado interventor”. Y remata: “Hoy la postura económica y la idea de mejorar a la sociedad no están tan claras desde la izquierda. No tiene una utopía para ofrecer, que sí es ofrecida desde la derecha, representada por Milei”.
Para Vommaro, el análisis de la movilización o desmovilización juvenil debe relacionarse con tres ejes. Formatos de protesta que podrían estar agotándose, una sociedad que reacciona mucho menos si se compara con la cantidad de intereses y derechos afectados, así como también, la presencia de muchos jóvenes en edad universitaria que votaron por el gobierno y aún están con cierta expectativa de ver qué es lo que sucede y que no están convencidos con lo que ocurrió en mandatos anteriores como el de Alberto Fernández.
“Pienso que hay formatos de protesta que, aunque no dejaron de ser efectivos, están agotados entre las nuevas generaciones. Inclusive en agendas ambientales, que suelen movilizar mucho a las juventudes alrededor del mundo”, expresa el especialista en el rubro. De hecho, su mirada se constata: por esta época prevalecen las denuncias por redes sociales, las intervenciones directas como escraches a empresas que contaminan o gobiernos que los perjudican, pero las movilizaciones masivas parecen resignar músculos.
“Al mismo tiempo, el hecho de que no salgan a protestar no equivale a que las juventudes no tengan interés o que no estén preocupados porque les cierren la universidad. Creo que sigue habiendo una inquietud en participar de los asuntos públicos”, observa. Después Vommaro suma complejidad a la reflexión y complejiza aún más el análisis con un condimento empírico: “Dentro de una sociedad que está a la expectativa y que aún no sale a nivel de la afectación de los intereses que tiene, las juventudes actúan en la misma línea. No hay que olvidar que hace tan solo cuatro meses este gobierno ganó las elecciones. Hay muchos jóvenes que votaron a Javier Milei en las PASO, en las generales y en el balotaje. Tres veces lo hicieron”.
De manera reciente, el vicerrector de la UBA, Emiliano Yacobitti, en diálogo con Tomás Rebord, señaló una contradicción: “Los que tienen la pelota son los pibes que van y se educan en la UBA. No es compatible educarse en la UBA y votar a Milei”. Frente a ello, a tono con lo que subraya Vommaro, la reacción no se hizo esperar: hubo mini campañas encabezadas por estudiantes universitarios que, a través de las redes sociales, declararon haber votado a Milei. Lo enuncian con orgullo, esquivando la contradicción señalada por el funcionario; se trata de estudiantes de UBA-Sociales agrupados espacios que se identifican con las ideas libertarias.
Nostalgias y romances
En buena parte de las revoluciones, el componente juvenil-estudiantil tuvo un papel preponderante. Las convicciones frescas para poner cuerpo y mente al servicio de defender derechos en riesgo, o bien, recuperar derechos perdidos. Aún se lee con emoción el Manifiesto Liminar de la Reforma Universitaria en 1918, impulsada por los jóvenes de Córdoba y luego desplegada a otras latitudes: “Desde hoy contamos para el país con una vergüenza menos y una libertad más. Los dolores que quedan son Ias libertades que faltan. Creemos no equivocarnos, Ias resonancias del corazón nos lo advierten: estamos pisando sobre una revolución, estamos viviendo una hora americana”.
Un programa reformista que planteaba transformaciones rotundas para la universidad del futuro: el cogobierno (con representantes de los distintos claustros de profesores, estudiantes y egresados en el proceso de toma de decisiones); la asistencia libre; la defensa de la gratuidad de la enseñanza; la libertad (para que los estudiantes pudiesen escoger cursos paralelos al del profesor catedrático) y la periodicidad de cátedra (que estipulaba plazos con mandatos fijos para el ejercicio de la docencia); los concursos públicos para la distribución y la asignación de cargos, la publicidad de todos los actos y la extensión cultural puertas afuera de las instituciones. Al calor de la reforma se creó la Federación Universitaria Argentina (FUA), que agruparía a los representantes de las diversas organizaciones estudiantiles provenientes de distintas instituciones universitarias bajo un mismo gremio, con objetivos programáticos y agendas compartidas.
Para 1960, con un Estado de Bienestar rozagante y las matriculas escolares engordadas hasta estallar, los jóvenes dominaban una escena social que, por primera vez, los tenía como protagonistas. A la revolución cubana y los procesos de descolonización en Asia y África, se sumaba el cimbronazo cultural marcado por los jeans, el rock y el twist; las sexualidades y la píldora anticonceptiva; así como también, los nuevos consumos culturales a partir de la TV. Aunque el Mayo Francés será uno de los fenómenos más recordados, cuenta la historiadora del Conicet Valeria Manzano, fueron más de cien las ciudades que, a lo largo y a lo ancho del globo, participaron con movilizaciones obrero-estudiantiles. La revolución parecía estar “a la vuelta de la esquina” y Argentina no fue la excepción a partir del Cordobazo.
La ebullición social les indicaba a los jóvenes que estaban escribiendo la historia y que la liberación del sistema capitalista era posible. Rieznik plantea que tal clima estudiantil perduró incluso hasta los 90, a partir de dos grandes luchas: la de 1993 contra la Ley Federal de Educación y la de 1995 contra la Ley de Educación Superior. Así lo cuenta: “Eran movilizaciones en las que participaban decenas de miles de estudiantes. En ese momento, habían pasado unos 10 años del retorno a la democracia y no había habido gobiernos de centro izquierda. Todavía no era el tiempo de Kirchner, Lula ni Chávez, y nuestra pelea de aquel entonces era muy antigobierno”.
Más allá de las diferencias, resulta todo un desafío para los adultos evitar la romantización de la propia juventud y no cuestionar la del presente. Las personas tienden a enamorarse de sus tiempos porque, al ser protagonistas, les imprimen emociones que quizás ya no están. Comprender que las épocas pasadas no necesariamente siempre fueron mejores es parte de quebrar una mirada adultocéntrica con respecto a la vida. La ventaja de la historia es que siempre se está escribiendo y que las nuevas generaciones son las dueñas del lápiz.