Por Pablo Vera

A mediados del siglo IV a.C. Aristóteles, luego de una pormenorizada reflexión sobre las artes, se sumerge en el análisis de la poesía.

En la concepción de la época y en la del propio Aristóteles, la definición de poesía era más amplia que la caracterización actual. Se trataba en realidad de la creación artística en general. Desde allí emprende la escritura de una obra trascendente, “La Poética”, considerada imprescindible para los estudiosos del arte y la literatura. Escribe una primera parte sobre la Tragedia y la Epopeya. Supuestamente la segunda sería sobre “La Comedia”. ¿Y por qué supuestamente? Bueno, con “La Comedia” existe un debate sobre si efectivamente lo escribió, o no. Para algunos investigadores no llegó a hacerlo. Para otros, como Guillermo de Baskerville, sí escribió esa parte pero desapareció siglos antes del siglo XIV. Los que afirman que sí lo hizo se basan en algo que dice el propio Aristóteles: “Sobre lo risible hemos tratado, no obstante, por separado en los libros sobre la Poética”. Todo se basaría en la existencia de un manuscrito anónimo encontrado en el gran Monasterio de Lavra,  en el Monte Athos de Chipre, conocido como “Tractanus Coislinianus”, que algunos consideran por su estilo de escritura un resumen de la controvertida y misteriosa “Comedia” de Aristóteles. Sin embargo, también ese resumen genera polémica. Algunos consideran que el autor (desconocido) de este trabajo, pudo ser posterior a Aristóteles. Que hizo propio el estilo aristoteliano y con él confecciono la obra. Esta pieza histórica se conserva en la actualidad en la Biblioteca Nacional de Francia con el nombre de “Coislinianus 120”.

Sobre la base de este misterio de “La Comedia”, Umberto Eco escribe su brillante novela “El Nombre de la Rosa”. La trama se desarrolla en una abadía famosa por su biblioteca y por sus celosas medidas de seguridad para acceder a ella. Situada en los Alpes Italianos, va a ser el lugar de encuentro de una reunión en donde delegados del Papa discutirán sobre la supuesta herejía de una rama de los sacerdotes franciscanos, Los Espirituales. Hasta ahí llega Guillermo de Baskerville, (a partir de ahora Guillermo) acompañado por Adso de Melk (a partir de ahora Adso), su discípulo. Es a través de su voz que Eco nos cuenta “El Nombre de la Rosa”. 

Al llegar a la Abadía se suceden una serie de asesinatos de monjes. Guillermo, dotado de una intuición especial para la investigación, va sospechando que los homicidios están vinculados a la existencia de un ejemplar de “La Comedia” de Aristóteles. Choca con la resistencia a la investigación que le pone Jorge de Burgos (un homenaje de Eco a Borges, y a partir de ahora Jorge), un monje ciego tan venerado como temido por el resto de los monjes. 

Veamos un diálogo entre Guillermo y Jorge:

“Los paganos escribían comedias para hacer reír a los espectadores, y hacían mal", dijo Jorge. "Nuestro Señor Jesucristo nunca contó comedias ni fábulas, sino parábolas transparentes que nos enseñan alegóricamente como ganarnos el paraíso, amen". 

"Me pregunto por qué rechazáis tanto la idea de que Jesús pudiera haber reído. Creo que, como los baños, la risa es una buena medicina para curar los humores y otras afecciones del cuerpo, sobre todo la melancolía”. 

Contesta Jorge: "La risa sacude el cuerpo, deforma los rasgos de la cara, hace que el hombre parezca un mono". 

"Los monos no ríen, la risa es propia del hombre, es signo de su racionalidad", afirma Guillermo.

Replica Jorge: "El que ríe no cree en aquello de lo que ríe, pero tampoco lo odia. Por tanto, reírse del mal significa no estar dispuesto a combatirlo, y reírse del bien significa desconocer la fuerza del bien”.

Estas conversaciones, más otras deducciones, llevan a la conclusión de que las muertes son producto de que las hojas de “La Comedia” están envenenadas para impedir su lectura. Este rechazo al conocimiento que Eco relata en su obra, ¿es posible encontrarlo en nuestros días? Es sabido que el desarrollo tecnológico de una sociedad es producto centralmente de la capacidad de generar y sostener en el tiempo la mayor reserva cognitiva que sus integrantes puedan brindar. Inversión en educación, en ciencia e investigación son el reaseguro para el futuro, pero también para el presente.

En el plano de la investigación económica, el laboratorio de experimentación es la historia económica, y muy en particular la historia de las ideas económicas. Es por ello que resulta preocupante que teorías que hicieron crecer a determinados países (hoy centrales) tienden a no ser estudiadas, o aun peor a perderse como textos extraviados. Erik Reinert en “La Globalización de la Pobreza, Como se enriquecieron los países ricos y por qué los países pobres siguen siendo pobres” (2007) nos dice: “Las teorías que habían enriquecido a los países ricos no solo habían desaparecido de los textos modernos y de la práctica de la economía, sino que los textos en que se habían basado las acertadas políticas económicas del pasado también estaban desapareciendo de las bibliotecas de todo el mundo. Era como si el material genético de la sabiduría del pasado estuviera siendo destruido lentamente”. Aunque Reinert reconoce que las grandes bibliotecas universitarias han decidido preservar ejemplares históricos, no deja de preocuparle que a veces se “pierden”. 

¿Esta problemática es casual? Definitivamente no. Negarse a un contexto histórico, mutilar la memoria, impide la comprensión y facilita la aceptación pasiva en la periferia (como la Argentina) de que deberíamos aceptar un rol subordinado en la economía global y en particular en la división internacional del trabajo. Es decir, resignarnos a ser un país productor de materias primas. Cuando el Presidente Javier Milei ordena el ajuste en la investigación científica y el feroz ataque a la educación publica colabora para que aceptemos nuestra condición periférica. Para ello solo deberíamos leer y estudiar lo que Croveto-Zeolla llaman "el pensamiento heredado" en su texto “La crítica a la teoría clásica de las ventajas comparativas y los orígenes del pensamiento propio. Un análisis del estructuralismo latinoamericano” (2018). Señalan los autores:  “Los principios fundantes de la ciencia económica en América Latina fueron europeos al compás de la Revolución Industrial y de la nueva división internacional del trabajo”. Sin embargo también nos dicen que desde Mariano Moreno, Manuel Belgrano en el debate en la Ley de Aduanas, y posteriormente Alejandro Bunge, entre otros autores, fueron perfilando una mirada autónoma tanto en la Argentina como en América Latina. Y ello llevó a una rica variedad de matices, desde la visión marxista de José Carlos Mariátegui para analizar la realidad peruana al estructuralismo de Raúl Prebisch, pasando por André Gunder Frank, Theotonio Dos Santos o el argentino Marcelo Diamand.

Ahora, cuando Milei cuestiona y dice que en los centros universitarios, se estudian textos anacrónicos y no a los “auténticos” conocedores de la economía, que para él están en la Escuela Austríaca, no dice la verdad. Todas las escuelas económicas, incluida la austríaca, se enseñan en “Historia del Pensamiento Económico”. 

Son subterfugios que usa el Presidente para llevar la educación pública al colapso final. Es como si quisiera esconder el conocimiento, robarnos la risa y condenarnos a un solo pensamiento. Como si quisiera envenenar las páginas donde se puede leer la verdadera historia.