El curriculum de Marcela Fiorillo es generoso. Graduada en el Buchardo y licenciada en Artes Musicales con especialización en piano en la UNA, abrevó en los secretos del instrumento a través de Haydeé Loustaunau, Menahem Pressler y Rudolf Kerer, entre otros, y fue docente. Todo, entre Buenos Aires y la calma Canberra, ciudad de Australia donde reside hoy. “Igual, nunca me fui”, dice ella, más o menos parafraseando a Troilo. “Solo que vivo allí, porque me enamoré y, luego de cuatro años de estar viajando y viviendo en ambos países al mismo tiempo, bueno, decidimos que era hora de establecernos en un solo espacio, y por un tiempo debió ser Australia”, explica ella, y entonces hay que decir que está “casi” de visita. El motivo es presentar el espectáculo Piazzolla Tango en dos conciertos en Clásica y Moderna (Callao 892), anoche y hoy a las 21. “Mi anclaje en Piazzolla es profundo porque, siendo una pianista de formación netamente clásica, él me dio la chance de abordar su obra desde un espacio mío, no reñido con el lenguaje del pianismo académico, sino nutriéndose e interactuando con él”, introduce la música cuya vida artística la paseó por el Teatro Colón, por la de Universidad de Nueva York, donde dio clases magistrales sobre música argentina; y por festivales como el Musique sans Frontieres, de Francia, o el Canberra International Music Festival, donde el homenajeado fue Alberto Ginastera.  

“¿Qué se puede decir que ya no se haya dicho de Ginastera?, se pregunta, retórica, cambiando la figura. “Es mi orgullo como argentina, como música y como pianista de formación clásica. Lo admiro profundamente como compositor, porque pudo transformar elementos folklóricos de nuestra música llevándolos a una evolución en el lenguaje como la que se puede encontrar en Bartok o Kodaly. Fue revolucionario en su momento, y es un maravilloso legado musical hoy. Amo su lenguaje armónico, su ritmo energético, su diseño estructural casi arquitectónico y su visión no sólo de nuestras raíces sino de las de Latinoamérica toda”, se deshace en elogios Fiorillo, que también grabó discos de música argentinas y sudamericanas. “Si uno escucha la Cantata para América Mágica, obra que he estrenado en Australia en el 2010 en celebración del Centenario de la Revolución de Mayo, tiene un claro ejemplo de ello y de su genio”, insiste la pianista sobre el legado del compositor argentino.

–Ya que estamos en ambos, Piazzolla y Ginastera, y que usted también los puede mirar desde el exterior: ¿cuál es el nivel de recepción que tiene la obra de ambos hoy, en términos universales?

–Son absolutamente reconocidos e interpretados en todas partes. Creo que Piazzolla ha trascendido más fronteras y logrado una penetración en una audiencia mucho más amplia, dadas las características de su lenguaje musical... la emocionalidad, la profundidad, la pasión, el lirismo y el ritmo desafiante, son los elementos de su música que favorecen su recepción en el exterior y en las más diversas culturas, aún cuando hay aspectos de su música que asumen una marca territorial, como los que describen los “sonidos” y el lenguaje emocional de Buenos Aires. Ginastera, en cambio, es un compositor de otras dimensiones, ni mayores ni mejores, sino diferentes. No tiene la masividad de Piazzolla, pero se define como el más grande compositor de Latinoamerica en el siglo XX.

Fiorillo interpretará en Buenos Aires grandes obras de Piazzolla como “Adiós Nonino”, “Oblivion”, “La muerte del ángel” y “Tangata”, todas incluidas en su disco Piazzolla Anniversary, profundamente imbuida en su devoción. “Su música me dio libertad, voz y un encuentro siempre profundo con la audiencia”, insiste la pianista, que también abordó al marplatense a través de  clases magistrales que dio hacia fines del siglo pasado en los conservatorios de Shanghai y Beijing. “Durante mis primeros años en Australia realicé muchos conciertos con la obra de Astor, pero creo que el punto más relevante fue en 2008 cuando dirigí al piano la premiere de María de Buenos Aires, en Canberra, con una audiencia de unas setecientas personas que, aún sin entender el idioma, amaron la obra”, evoca Fiorillo, que también paseó músicas de Astor por Kuala Lumpur y Bangkok. “La captación de estas audiencias de la música de Astor y su mensaje fue una experiencia absolutamente emocionante para mí. Esto demuestra el lenguaje universal de su obra, y la profundidad de llegada al espíritu de la gente. Es más, creo que en este momento no hay saltos de categorización cuando toco Beethoven, Liszt, Ginastera o Piazzolla”, remarca la pianista que jura que la música y el piano significa “el aire que respiro, y me alimenta dieciséis horas por dia”.

 –¿Cómo es Piazzolla traspasado al piano? ¿Cómo se mueven sus piezas en ese mundo que no es el del bandoneón?

–El desafío que implica abordar la obra de un gran compositor y trasladarla al lenguaje de algún instrumento en particular es siempre significativo. Más en su caso, que ha sido llevado a un número enorme de posibles combinaciones instrumentales, tradicionales y experimentales. Astor logró anular con su así llamado “nuevo tango” la división estereotipada entre el músico académico y el popular; o la audiencia de música clásica y la de música popular. Por lo tanto, el desafío que implica un arreglo o una trascripción para piano, es generoso, abre puerta de la recreación. Creo profundamente que el verdadero logro radica en plasmar esa recreación, sin alterar el verdadero mensaje, y bajo el único propósito de potenciarlo desde la autenticidad con que una lo interpreta.