Parece que el fútbol y su entorno multitudinario empezaron a vivir cierto clima de época. Para unos dictatorial, para otros el de una nueva épica promovida por el Estado. Tomemos tres casos que van en una misma dirección. La policía bonaerense intentó retirar en Banfield-Racing una bandera que pedía por la aparición con vida de Santiago Maldonado el 17 de septiembre. Un joven de 20 años sin antecedentes fue allanado en su casa por tuitear en agosto de 2016 un cantito de la hinchada de Chacarita que amenazaba al presidente Mauricio Macri. Juan Manuel Lugones, el responsable de la seguridad deportiva en territorio bonaerense, amenazó esta semana: “Si identificamos a un hincha de River lo vamos a detener inmediatamente”. ¿En dónde? ¿Cuándo?

Lugones dijo lo que dijo antes del partido con Lanús por la Copa. No fuera cosa de que intentaran entrar visitantes camuflados a la cancha. De los pocos que ingresaron, uno terminó en el hospital con traumatismo de cráneo. Lo atacaron barrabravas de Lanús. Quizá los mismos que hacían preguntas a los sospechados de ser “infiltrados” en el acceso a la tribuna local. El dato lo difundió en twitter Pablo Carrozza, un periodista que informa a menudo sobre hechos de violencia en el fútbol. Interrogatorios parecidos se atribuyeron en los medios al funcionario de la Aprevide. ¿Los habrán hecho en conjunto o cada uno por su lado?

Mariano Bergés, ex juez y titular de la ONG Salvemos al Fútbol, explica sobre aquella frase de las detenciones en el acto: “Dicha por un funcionario es muy peligrosa. Además, porque legalmente no veo ninguna norma que permita detener a una persona por ser hincha de un club. En todo caso se tratará de un tema administrativo, pero nunca penal”. 

Liliana García, la mamá del joven Daniel asesinado en 1995 por barrabravas en la Copa América de Uruguay, conoce muy bien a Lugones. El hombre que defiende la política del gobierno nacional en los estadios cuestionaba hace años y con razón la inacción del kirchnerismo contra las barras. Lo hizo desde adentro, cuando trabajaba en el Ministerio del Interior. Pero denunció complicidad sin pruebas documentadas y tuvo que pedirle disculpas en un pleito judicial a Aníbal Fernández. Su reentré fue con María Eugenia Vidal como funcionario en la provincia. Y al diario El País de Madrid le acaba de confesar que “nadie hizo tanto en esta lucha como lo viene haciendo el gobierno del presidente Macri”. Por declaraciones como ésta, una valiente como Liliana le pidió que renuncie “por dignidad”.

Hay que refrescarle la memoria a Lugones. En 2009, cuando colaboraba con Favifa (Familiares de la Víctimas del Fútbol), escribió un artículo lapidario para el entonces jefe de Gobierno porteño. Se titula “Mauricio Macri, Mauro Martín, Atlanta y la cárcel de contraventores”. Recuerda en el texto que cuando el primero era presidente de Boca “en esos años de gloria deportiva y vergüenza en cuanto a su compromiso con la lucha contra la violencia en el fútbol, Rafael Di Zeo fue el Jefe de la 12”. El antibarrabrava –como le gusta definirse– cree ser el nuevo apóstol de la lucha contra la mafia de las tribunas y el presidente de la Nación su guía celestial. Tiene derecho a cambiar. Pero una de dos. O eligió mal el lugar para hacerlo o como dijimos, tiene la memoria flaca. 

Un dato más para su archivo personal. El 16 de abril de 1998, Macri le envió una nota al juez civil Víctor Perrotta informándole que “desconocía la existencia de barrabravas entre los simpatizantes de nuestra institución”. O sea, Boca. Casi un año después, los hermanos Rafael y Fernando Di Zeo, dos de los líderes de la Doce y socios del club, agredían con alevosía a hinchas de Chacarita que habían ido a la Bombonera a ver un partido amistoso. Los condenó la Justicia. Quedaron libres y hoy vuelven a hacerse ver en las inmediaciones de la Bombonera, como sucedió en el partido entre Argentina y Perú por las Eliminatorias mundialistas. 

El discurso oficialista contra las mafias del fútbol es más de lo mismo. Requiere algo mejor que una obra sobreactuada. Preguntarle a un presunto hincha de River quién es el capitán de Lanús para no dejarlo ingresar a un partido es parte de un libreto de vodevil surrealista. O en el peor de los casos, una práctica no regulada con tufillo fascista. 

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