Carmen es una mujer wichí de una ciudad del norte de Salta. Tiene casi 40 años y tiene 6 hijos/as. Trabaja desde muy pequeña. No pudo completar su escolaridad. Hace unos años tuvo la “suerte” de trabajar como promotora comunitaria en un proyecto en su comunidad, se tuvo que hacer monotributista y tuvo ingresos fijos durante 18 meses. No era un gran sueldo, pero era mejor que lo que ella podía conseguir en ese entonces, y con la certeza de que los primeros días de cada mes y durante varios meses contaba con dinero, lo cual no es muy común en la vida de los pobres.

En ese lindo trabajo Carmen pudo salir de su casa, dejar las tareas del hogar y de cuidado por un rato, conocer gente nueva, establecer otros vínculos, hacer amigos y aprender muchas cosas. Algunos años después logró dejar a su esposo que la violentaba.

Al tiempo logró acceder al Salario Social Complementario (Ley de Emergencia Social votada por unanimidad en el 2016), que luego se llamó Potenciar Trabajo, y desde una organización social continuó su tarea de promotora comunitaria y siguió con la certeza económica de cobrar los primeros días de mes. Primero estuvo a cargo del comedor en su comunidad, luego en un equipo que promovía las huertas familiares en distintas comunidades de su ciudad. Pudo acceder al nexo del Potenciar Trabajo (cobrar el monto del salario mínimo vital y móvil) por un convenio que firmó la organización con el Estado Nacional en el marco de un proyecto socio productivo. Carmen sintió que una vez la moneda había caído de su lado. Trabajaba las horas correspondientes, seguía conociendo gente y aprendiendo, se sentía útil fuera de su hogar también, se sabía valiosa, trabajaba en su ciudad, cerca de su hogar, tenía un ingreso fijo, cuidaba su familia.

Su última tarea fue como parte del equipo del vivero en una casa de acompañamiento donde se busca acompañar jóvenes en consumo problemático de sustancias. La idea del vivero era que los jóvenes pudiesen aprender, estar ocupados y trabajar la tierra. La producción se vendía en diferentes ferias y de esa manera Carmen y el equipo generaba un ingreso extra para sus casas.

En los primeros meses del 2024, Carmen empezó a trabajar menos horas en el vivero y la casa de acompañamiento, porque el dinero alcanzaba menos, mucho menos, y necesitaba generar otro ingreso. Lógico y entendible. Carmen volvió a trabajar en la finca una o dos veces por semana.

El trabajo en la finca es muy sacrificado, implica pararse en el cruce de las rutas o en algún punto de la ciudad y esperar que el camión o el colectivo de la finca te levante, a la madrugada por supuesto. Se trabaja con el cuerpo, a la intemperie. Sin ropa de trabajo o elementos de seguridad, cada uno se viste como puede y así va al campo. La paga es mala o muy mala, el día de trabajo se paga entre $4.000 o $7.500. Y este trabajo implica estar fuera y lejos de su hogar y de sus hijos/as por lo menos 8 horas.

A principios de mayo de este año, debido a los cambios en el ex Potenciar Trabajo, Carmen ya no cobró el nexo, y por la cantidad de hijos que tiene el gobierno la puso en el nuevo programa “Acompañamiento Social”, donde cobra solo $78.000, y donde todavía no se sabe cuál es la prestación o lo que ella debe hacer para permanecer en el programa. De un mes para el otro Carmen perdió casi el 50% de sus ingresos fijos, en un contexto económico por demás difícil.

Carmen este mes está teniendo que ir a la finca 5 o 6 días por semana, depende de la resistencia de su cuerpo, de que no se le enferme ningún hijo/a, del clima, etc. Carmen sale caminando de su hogar a las 5 am, deja a sus hijos/as solos durmiendo, las más grandes tienen que ocuparse de las más pequeñas, de cocinarles y prepararlas para la escuela.

¿Este es el precio de la libertad? Se pregunta Carmen.

Lo bueno es que ya no vemos notas en los diarios de finqueros tristes porque se les pudrió la producción por “falta de mano de obra”. 

*Movimiento Evita-UTEP